Sal. 73:5‑28• 5No están ellos en el trabajo humano; Ni son azotados con los otros hombres.
6Por tanto soberbia los corona: Cúbrense de vestido de violencia.
7Sus ojos están salidos de gruesos: Logran con creces los antojos del corazón.
8Soltáronse, y hablan con maldad de hacer violencia; Hablan con altanería.
9Ponen en el cielo su boca, Y su lengua pasea la tierra.
10Por eso su pueblo vuelve aquí, Y aguas de lleno le son exprimidas.
11Y dicen: ¿Cómo sabe Dios? ¿Y hay conocimiento en lo alto?
12He aquí estos impíos, Sin ser turbados del mundo, alcanzaron riquezas.
13Verdaderamente en vano he limpiado mi corazón, Y lavado mis manos en inocencia;
14Pues he sido azotado todo el día, Y empezaba mi castigo por las mañanas.
15Si dijera yo, Discurriré de esa suerte; He aquí habría negado la nación de tus hijos:
16Pensaré pues para saber esto: Es á mis ojos duro trabajo,
17Hasta que venido al santuario de Dios, Entenderé la postrimería de ellos.
18Ciertamente los has puesto en deslizaderos; En asolamientos los harás caer.
19Cómo han sido asolados! cuán en un punto! Acabáronse, fenecieron con turbaciones.
20Como sueño del que despierta, Así, Señor, cuando despertares, menospreciarás sus apariencias.
21Desazonóse á la verdad mi corazón, Y en mis riñones sentía punzadas.
22Mas yo era ignorante, y no entendía: Era como una bestia acerca de ti.
23Con todo, yo siempre estuve contigo: Trabaste de mi mano derecha.
24Hasme guiado según tu consejo, Y después me recibirás en gloria.
25¿A quién tengo yo en los cielos? Y fuera de ti nada deseo en la tierra.
26Mi carne y mi corazón desfallecen: Mas la roca de mi corazón y mi porción es Dios para siempre.
27Porque he aquí, los que se alejan de ti perecerán: Tú cortarás á todo aquel que fornicando, de ti se aparta.
28Y en cuanto á mí, el acercarme á Dios es el bien: He puesto en el Señor Jehová mi esperanza, Para contar todas tus obras. (Sal. 73:5‑28)
2 S. 11:2‑27• 2Y acaeció que levantándose David de su cama á la hora de la tarde, paseábase por el terrado de la casa real, cuando vió desde el terrado una mujer que se estaba lavando, la cual era muy hermosa.
3Y envió David á preguntar por aquella mujer, y dijéronle: Aquella es Bath-sheba hija de Eliam, mujer de Uría Hetheo.
4Y envió David mensajeros, y tomóla: y así que hubo entrado á él, él durmió con ella. Purificóse luego ella de su inmundicia, y se volvió á su casa.
5Y concibió la mujer, y enviólo á hacer saber á David, diciendo: Yo estoy embarazada.
6Entonces David envió á decir á Joab: Envíame á Uría Hetheo. Y enviólo Joab á David.
7Y como Uría vino á él, preguntóle David por la salud de Joab, y por la salud del pueblo, y asimismo de la guerra.
8Después dijo David á Uría: Desciende á tu casa, y lava tus pies. Y saliendo Uría de casa del rey, vino tras de él comida real.
9Mas Uría durmió á la puerta de la casa del rey con todos los siervos de su señor, y no descendió á su casa.
10E hicieron saber esto á David, diciendo: Uría no ha descendido á su casa. Y dijo David á Uría: ¿No has venido de camino? ¿por qué pues no descendiste á tu casa?
11Y Uría respondió á David: El arca, é Israel y Judá, están debajo de tiendas; y mi señor Joab, y los siervos de mi señor sobre la haz del campo: ¿y había yo de entrar en mi casa para comer y beber, y á dormir con mi mujer? Por vida tuya, y por vida de tu alma, que yo no haré tal cosa.
12Y David dijo á Uría: Estáte aquí aún hoy, y mañana te despacharé. Y quedóse Uría en Jerusalem aquel día y el siguiente.
13Y David lo convidó, é hízole comer y beber delante de sí, hasta embriagarlo. Y él salió á la tarde á dormir en su cama con los siervos de su señor; mas no descendió á su casa.
14Venida la mañana, escribió David á Joab una carta, la cual envió por mano de Uría.
15Y escribió en la carta, diciendo: Poned á Uría delante de la fuerza de la batalla, y desamparadle, para que sea herido y muera.
16Así fué que cuando Joab cercó la ciudad, puso á Uría en el lugar donde sabía que estaban los hombres más valientes.
17Y saliendo luego los de la ciudad, pelearon con Joab, y cayeron algunos del pueblo de los siervos de David; y murió también Uría Hetheo.
18Entonces envió Joab, é hizo saber á David todos los negocios de la guerra.
19Y mandó al mensajero, diciendo: Cuando acabares de contar al rey todos los negocios de la guerra,
20Si el rey comenzare á enojarse, y te dijere: ¿Por qué os acercasteis á la ciudad peleando? ¿no sabíais lo que suelen arrojar del muro?
21¿Quién hirió á Abimelech hjo de Jerobaal? ¿no echó una mujer del muro un pedazo de una rueda de molino, y murió en Thebes? ¿por qué os llegasteis al muro?: entonces tú le dirás: También tu siervo Uría Hetheo es muerto.
22Y fué el mensajero, y llegando, contó á David todas las cosas á que Joab le había enviado.
23Y dijo el mensajero á David: Prevalecieron contra nosotros los hombres, que salieron á nosotros al campo, bien que nosotros les hicimos retroceder hasta la entrada de la puerta;
24Pero los flecheros tiraron contra tus siervos desde el muro, y murieron algunos de los siervos del rey; y murió también tu siervo Uría Hetheo.
25Y David dijo al mensajero: Dirás así á Joab: No tengas pesar de esto, que de igual y semejante manera suele consumir la espada: esfuerza la batalla contra la ciudad, hasta que la rindas. Y tú aliéntale.
26Y oyendo la mujer de Uría que su marido Uría era muerto, hizo duelo por su marido.
27Y pasado el luto, envió David y recogióla á su casa: y fué ella su mujer, y parióle un hijo. Mas esto que David había hecho, fué desagradable á los ojos de Jehová. (2 S. 11:2‑27)
2 Cr. 33:9‑13• 9Hizo pues Manasés desviarse á Judá y á los moradores de Jerusalem, para hacer más mal que las gentes que Jehová destruyó delante de los hijos de Israel.
10Y habló Jehová á Manasés y á su pueblo, mas ellos no escucharon:
11por lo cual Jehová trajo contra ellos los generales del ejército del rey de los Asirios, los cuales aprisionaron con grillos á Manasés, y atado con cadenas lleváronlo á Babilonia.
12Mas luego que fué puesto en angustias, oró ante Jehová su Dios, humillado grandemente en la presencia del Dios de sus padres.
13Y habiendo á él orado, fué atendido; pues que oyó su oración, y volviólo á Jerusalem, á su reino. Entonces conoció Manasés que Jehová era Dios. (2 Cr. 33:9‑13)