1 Corintios: Introducción

 
Entramos ahora en la epístola que, por encima de todas las demás, trata de asuntos concernientes a la asamblea local, y el orden que por designación divina debe observarse en ella. La iglesia, o asamblea, de Dios en Corinto era grande, como deducimos de Hechos 18:10. Tenía dentro de sí algunos elementos muy insatisfactorios, como no es inusual en tal caso, y estos elementos introducían formas y hábitos e incluso doctrinas, de una clase que era bastante común en el mundo corintio, pero que eran absolutamente extrañas a la naturaleza y espíritu de la asamblea de Dios. En parte, tal vez se debió a la ignorancia de los santos corintios, ya que habían escrito una carta de consulta al apóstol Pablo, quien les había traído el Evangelio, en cuanto a ciertos asuntos, como se indica en el versículo 1 del capítulo 7. Sin embargo, Pablo no sólo contestó a sus preguntas, sino que también les hizo comprender en el lenguaje más vigoroso sus graves errores tanto en la conducta como en la doctrina. Esto no lo hizo por molestia, enojo o sarcasmo, sino “por mucha aflicción y angustia de corazón... con muchas lágrimas” (2 Corintios 2:4). De ahí el poderoso efecto que produjo su carta, como se evidencia en 2 Corintios 7:8-11.