Capítulo 14: Al Fin "Hogar, Dulce Hogar"

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Era el domingo a la noche, y Cristi una vez más se encontraba en el saloncito de la misión, ahora no como un pobre muchacho harapiento, sentado en la primera fila y corriendo el riesgo de que lo echara la mujer que encendía las lámparas de gas. A ésta jamás se lo ocurriría ahora echar a Cristi, porque el joven lector de la Biblia era un hombre reconocido en el distrito. Siempre llegaba temprano, el primero en llegar, y solía pararse en la puerta para dar la bienvenida a cada uno que llegaba, ayudando a ancianos y ancianas a sus asientos, y estando a la expectativa de aquellos a quienes había invitado por primera vez durante la semana. Y si aparecía algún muchachito harapiento, que parecía dispuesto a escuchar, Cristi lo atendía con especial cuidado porque no olvidaba el día cuando entró por primera vez en ese salón, anhelando oír una palabra de consuelo para darle a su anciano patrón.
Esta noche estaba a cargo del culto el Sr. Wilton, y Cristi había estado ocupado toda la tarde repartiendo invitaciones especiales a la gente, porque anhelaba que escucharan a su viejo amigo.
El salón estaba lleno cuando entró el predicador. ¡Se regocijó al ver a Cristi entre la gente, con una palabra cariñosa para cada uno, y repartiendo los pequeños himnarios que usarían para cantar!
“Venid, todo ha sido preparado”, fue el texto del predicador. Qué silencio había en el salón ¡y con cuánto interés escucharon todos al sermón! Primero, el predicador habló de la fiesta de la boda en la parábola, prevenida, o sea preparada con tanto cuidado, preparada con tanto amor, todo preparado, pero ¡ninguno vino! Todos tenían alguna excusa, todos estaban demasiado ocupados o eran demasiado perezosos para aceptar la invitación, nadie estaba listo para obedecer a la invitación “Venid”, extendida por gracia.
Y luego el predicador habló de Jesús, y cómo había preparado todo para nosotros, cómo está preparado el perdón y cómo la paz está preparada, los brazos del Padre están preparados para recibirnos, el amor del Padre está preparado para darnos la bienvenida, hay un hogar en el cielo preparado para nosotros. Eso, dijo, era la parte de Dios en el asunto.
—¿Y cuál, queridos amigos, es nuestra parte?—siguió diciendo—. Venid: “todo está preparado: venid”. Venga cada uno, venga y tómelo, lo único que tenemos que hacer es recibir su amor. Alma manchada de pecado: ven. Tú que estás cansado: ven. “Todo está preparado: venid”. Todo está prevenido, o sea preparado. Está preparado ahora. Eso significa esta noche, este mismo domingo, no el año que viene, no la semana que viene, no mañana, sino que todo está prevenido, preparado y dispuesto ahora. Dios ha hecho todo lo que ha podido, no puede hacer más, y nos dice: “¡Venid!” ¿No vendrán ustedes? ¿Acaso las cosas buenas de Dios no valen la pena? ¿No les gustaría acostarse a dormir sabiendo que han sido perdonados? ¿No les gustaría sentarse un día en las bodas del Cordero?
—¡Qué día será! –dijo, al ir terminando el sermón—. San Juan recibió una vislumbre de su gloria entre las cosas maravillosas que Dios le permitió ver. Y tan importante era, tan bueno, tan especialmente bello, que el ángel parece haberlo detenido, para que San Juan pudiera escribirlo inmediatamente: “Espera un minuto, no sigas, saca tu libro y escríbelo. ‘Escribe: Bienaventurados los que son llamados a la cena del Cordero’.”
—¿Será usted uno de esos bienaventurados? –preguntó el predicador—. ¿Ha sido lavado en la sangre del Cordero? ¿Acudirá usted a esa cena? ¿Tiene usted derecho de entrar al “Hogar, dulce hogar”? No sé cuáles sean sus respuestas a estas preguntas. Pero si no puede contestarme ahora, ¿cómo podrá contestar en aquel día a Dios que examina los corazones?
Y con esta pregunta, finalizó el sermón, y la congregación se retiró. Pero los que habían conocido antes al predicador se quedaron para darle la mano y para obtener una última palabra de consejo o consuelo.
El predicador acompañó a Cristi de regreso a su casa.
—Ahora bien, Cristi –dijo el Sr. Wilton—, ¿te parece que puedes estar preparado para irte conmigo mañana a la mañana a las ocho?
—¿Irme con usted? –preguntó extrañado Cristi.
—Sí, Cristi, has estado trabajando mucho últimamente y le he pedido permiso a mi amigo, el papá de Mabel quien provee tu sueldo, si puedo llevarte a casa conmigo, para que puedas disfrutar un poco del aire de campo y de un merecido descanso. Estoy seguro que no será tiempo perdido, Cristi. Tendrás tiempo para leer y orar con tranquilidad, y podrás cobrar nuevas fuerzas y sentirte renovado para tu obra en el futuro. Bien, ¿te parece que puedes estar listo a tiempo?
Cristi sabía que no había peligro de que no estuviera listo a tiempo. Lleno de emoción, le agradeció al predicador su invitación, porque a veces sentía que necesitaba una pequeña pausa en su vida ajetreada.
Así fue que al día siguiente Cristi y el predicador partieron para el pueblo tranquilo en el campo donde se encontraba la iglesia que éste pastoreaba.
El resultado de aquella visita puede verse en la siguiente porción de una carta escrita por Cristi al Sr. Wilton meses después.
“Prometí que le contaría acerca de nuestro pequeño hogar. Es, creo, uno de los más felices en este mundo. Siempre bendeciré a Dios por haber podido visitar su pueblo donde conocí a la que sería mi querida esposa.
“Al fin tengo mi propio ‘Hogar, dulce hogar’. ¡Somos tan felices juntos! Cuando llego de mi trabajo siempre la encuentro esperándome, y me tiene todo preparado. Y las noches que pasamos juntos son muy quietas y tranquilas. A Nelly le gusta oír de las visitas que he hecho durante el día, y los pobres ya la quieren tanto que acuden a ella para contarle todos sus problemas. Y es un consuelo tan grande poder orar juntos por aquellos en quienes tenemos interés de llevar al Salvador.
“¡Nuestra casita tiene mucha luz y es alegre! Me hubiera gustado que la hubiera visto usted la noche que llegamos. La señora Mabel nos había preparado todo, y con sus propias manos había puesto en la mesa un hermoso ramo de campanillas blancas con ramitas verde oscuro. Me recordaron las que me dio cuando era la niñita Mabel, y cuando me enseñó aquella oración que nunca he olvidado: ‘Lávame, y seré más blanco que la nieve’.
“Y ahora, mi querido Sr. Wilton, puede pensar en Nelly y en mí viviendo juntos en amor y felicidad en nuestro querido y pequeño hogar terrenal, ¡esperando aún con gran expectativa al hogar celestial eterno, nuestro verdadero, nuestro mejor, nuestro más luminoso HOGAR, DULCE HOGAR!”