CAPÍTULO SEXTO

 
La última de esta serie de visiones se nos presenta cuando leemos la primera parte del capítulo 6. De nuevo, como en la primera visión, se ven cuatro caballos, pero esta vez en carros y no se menciona a ningún jinete. De nuevo, parece haber alguna conexión con los cuatro grandes imperios mundiales, que se suceden durante el tiempo en que Israel es puesto a un lado; sin embargo, se dice que son “los cuatro espíritus de los cielos, que salen de estar delante del Señor de toda la tierra”. En los capítulos finales de Daniel se nos permite saber que los seres angélicos tienen comisiones en relación con ciertas naciones; Miguel, por ejemplo, en relación con Israel. Es un tema oscuro, pero parece que se alude a él aquí, y a Zacarías se le da a saber que en ese tiempo había quietud en el “país del norte”: lo que indicaría que por algún corto tiempo se permitiría a los judíos seguir su camino en paz. Podemos estar agradecidos de que en nuestros días, como en aquel día, la mano controladora de Dios está sobre las naciones.
Una vez terminada la serie de visiones, se ordena a Zacarías que realice un acto simbólico sorprendente en presencia de ciertos hombres del cautiverio, que estaban presentes en ese momento. Las coronas, que son un símbolo de la realeza, debían hacerse, principalmente para la cabeza del sumo sacerdote Josué, aunque también debían entregarse como un monumento a los cuatro hombres mencionados. En el capítulo 3 Josué fue purificado, como representante del pueblo, y entonces vino la predicción en cuanto al pámpano, que verdaderamente sería el Siervo de Jehová. Aquí, Josué es coronado, en la medida en que por el momento se convierte en un tipo del renuevo que había de venir.
Cuando Zacarías hubo hecho lo que se le había dicho, allí estaba el sumo sacerdote, coronado como rey. Así fue presentado el que vendría, que había de edificar el templo del Señor. Pero, ¿no estaban ocupados en la construcción de un templo? Lo eran, pero así se les notificó que todo lo que estaban construyendo era provisional y no lo final, cuando su gloria posterior excedería a su primera gloria, como se les había dicho a través de Hageo. La Rama, o Brote, del linaje de David llevaría a cabo la obra permanente, y Él sería Rey, así como Sacerdote, cuando la hiciera.
Por el juramento de Jehová, según el Salmo 110, Cristo es “Sacerdote para siempre según el orden de Melquisedec”. Cuando por fin en Sion la corona real descanse sobre su cabeza, no renunciará a su servicio sacerdotal, sino que “será sacerdote en su trono”. Las dos cosas, que tan a menudo entre los hombres han estado en oposición, se unirán armoniosamente en Él. ¿Cuántas veces la autoridad real y la gracia sacerdotal han chocado entre hombres pecadores? No lo harán cuando se cumpla esta profecía; porque “el consejo de paz se celebrará entre ambos”.
¡Como resultado, esta nueva gran predicción se cumplirá!
“Él llevará la gloria”. La gloria, en pequeña medida, ha descendido hasta ahora sobre los hombros humanos, que no pudieron soportarla, tan rápidamente se desvaneció. Al fin descenderá sobre Aquel capaz y digno de sostenerlo para siempre. ¡Qué día será ese! Bien podemos anticiparlo con alegría.