Hasta aquí, esta gran profecía de los sufrimientos y de la muerte del humilde Siervo del Señor se ha ocupado de ellos principalmente desde el lado humano y visible: ahora pasa a cosas más profundas, fuera del alcance de la vista humana. Los versículos 10-12 predicen lo que Jehová mismo obró, y lo que todavía logrará por medio de ello.
El santo Siervo había de soportar magulladuras y dolores, y aun que Su alma misma había de ser hecha una ofrenda por el pecado: y todo esto de manos de Jehová. Lo que todo esto realmente involucró debe estar siempre más allá del alcance de nuestras mentes de criaturas, aunque hayan sido renovadas por la gracia. Y que “agradó al Señor” hacer esto, puede parecernos una declaración asombrosa; Sin embargo, la explicación se encuentra en la última parte del versículo, ya que los resultados que se obtendrían debían ser de un valor y una maravilla tan incomparables. Un pensamiento paralelo con respecto al Señor Jesús mismo parece estar en las palabras: “El cual por el gozo puesto delante de él soportó la cruz” (Heb. 12:22Looking unto Jesus the author and finisher of our faith; who for the joy that was set before him endured the cross, despising the shame, and is set down at the right hand of the throne of God. (Hebrews 12:2)).
¿Cuáles son los resultados que se indican en el versículo 10? Son tres. Primero, “Él verá a Su descendencia”. Esto nos lleva a las propias palabras del Señor registradas en Juan 12:24. Cayendo en tierra y muriendo, como el “grano de trigo”, produce “mucho fruto”, que será “según su especie”, si podemos tomar prestada y usar la frase que aparece diez veces en Génesis 1. Esto se verá en su plenitud en un día venidero cuando:
Dios y el Cordero estarán allí
La luz y el templo sean,
Y anfitriones radiantes comparten para siempre
El misterio desvelado.
Cada una de esas huestes radiantes será “Su simiente”.
Y en segundo lugar, “prolongará sus días”, a pesar del hecho de que iba a ser “cortado de la tierra de los vivientes”, como nos ha dicho el versículo 8. Su resurrección no se expresa con tantas palabras, pero está claramente implícita en esta maravillosa profecía. En la vida resucitada, sus días se prolongan como los días de la eternidad. Resucitado de entre los muertos, Él “ya no muere; la muerte ya no se enseñorea de Él” (Romanos 6:9). En esta vida resucitada, Su simiente está asociada con Él.
Y la tercera cosa es que en esta vida resucitada “la complacencia del Señor prosperará en su mano”. Ha habido hombres devotos que han servido al placer divino en gran medida, pero que han fallado en muchos detalles. En las manos del Siervo resucitado se cumplirán para siempre todos los placeres de Dios. Tenemos que pasar al Nuevo Testamento para descubrir cuál es ese placer, y cómo alcanzará su culminación en el cielo nuevo y la tierra nueva de los que habla Apocalipsis 21. La vieja creación en su lado terrenal fue puesta en las manos de Adán, solo para ser completamente estropeada. La nueva creación permanecerá en esplendor inmaculado en las manos del Cristo resucitado. La luz de esto brilla en nuestros corazones incluso ahora; porque como a veces cantamos:
La alegría inmaculada de la nueva creación
Brilla a través de la penumbra presente.
El versículo 11 nos da otra gran predicción. El Siervo resucitado no solo ha de cumplir todo el placer de Jehová, sino que Él mismo ha de quedar satisfecho al ver que el resultado completo se establece como el fruto del “trabajo de Su alma”. Somos pequeñas criaturas de poca capacidad, por lo que muy poco nos satisfará. Su capacidad es infinita; sin embargo, el fruto del trabajo de su alma será tan inconmensurable que lo satisfaga. ¿No se alegran nuestros corazones grandemente de que así ha de ser?
La última parte del versículo 11 de la Nueva Traducción de Darby dice: “Por Su conocimiento instruirá mi siervo justo a muchos en justicia; y Él llevará sus iniquidades”. En estas palabras, “los muchos” son, por supuesto, aquellos que por la fe le pertenecen: tales reciben el doble beneficio, tanto la instrucción como la expiación. No se puede prescindir de ninguna de las dos; y, gracias a Dios, ambos son nuestros en este día de gracia, como se afirma tan claramente en Tito 2:11-14. La gracia no solo salva, sino que también nos enseña eficazmente a vivir vidas sobrias, justas y piadosas. Lo que se haga por nosotros hoy, se hará también por un remanente piadoso de Israel en los días venideros.
Ahora llegamos al último versículo de este gran capítulo. Nótese la primera palabra: “Por lo tanto”. Jehová habla, y declara que debido a lo que Jesús logró en el día de Su humillación, se le asignará una gran porción en el día de gloria. Ahora bien, todo el pasaje comenzó con la declaración de que “Mi Siervo” ha de ser grandemente exaltado, y esto fue seguido por un desafío en cuanto a ¿quién creyó eso?, en vista de Su humillación, rechazo y sufrimientos. Este último versículo declara que, en lugar de que sus sufrimientos sean de alguna manera contradictorios con su exaltación, son la base segura sobre la cual descansarán su fama y esplendor eternos. Y además, lo que Él ha ganado no es solo para Sí mismo, porque Él repartirá el botín con otros que son designados como “los fuertes”. Las palabras de nuestro Señor, registradas en Mateo 11:12, pueden ser una alusión a esto, porque se necesitaba fuerza para recibirlo, cuando el rechazo de Él y de Sus demandas se elevaba como un maremoto para barrer todo lo que se le ponía por delante. Tampoco la oposición del mundo es realmente diferente para aquellos que reciben a Cristo en fe hoy.
El capítulo concluye con una predicción más en cuanto a la eficacia de Su sacrificio expiatorio, junto con un detalle más que tenía que cumplirse en Su muerte. Se cumplió cuando lo crucificaron entre dos ladrones, como lo registra Marcos 15:27-28. Es notable cómo se enfatiza en este capítulo el alma de Cristo en relación con su sacrificio, porque tenemos las dos declaraciones: Jehová hizo de su alma una ofrenda por el pecado, y también que derramó su alma hasta la muerte. En Hebreos 10 se pone énfasis en Su cuerpo, el cual fue preparado para Él, y que Él ofreció, como se declara en el versículo 10 de ese capítulo. En cada uno de los cuatro Evangelios Su espíritu cobra prominencia. En el Evangelio de Juan, el registro es: “Él entregó Su espíritu” (Nueva Traducción). No es de extrañar, entonces, que los pecados de los “muchos” —los que creen en Él— hayan sido soportados y quitados para siempre.
Cerrando el capítulo, uno se pregunta con asombro: ¿Cómo pudo Isaías haber escrito palabras como éstas, algunos siglos antes de que se cumplieran en Cristo, sino por inspiración directa del Espíritu de Dios?
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