Durante la décima etapa de las persecuciones llevadas a cabo por mandato del emperador Diocleciano, miles de los cristianos sufrieron martirio en todas partes del imperio romano.
Timoteo, un diácono de Mauritania, y Maura su esposa, recién casados, fueron separados por la persecución. Timoteo, arrestado como un cristiano, fue llevado ante Arriano, el gobernador de Thebais, el cual, sabiendo que Timoteo era el guardián de las Sagradas Escrituras, le mandó entregárselas para ser quemadas, a cuya orden Timoteo replicó: “Si yo tuviera hijos, los entregaría para ser sacrificados, antes que entregarle la Palabra de Dios”. El gobernador, muy encolerizado por esta respuesta, mandó extirparle los ojos con fierros candentes, diciéndole: “En adelante los libros no tendrán ningún valor para ti, pues no podrás leerlos”. Con tanta paciencia soportó el joven la tortura, que el gobernador se exasperó a lo sumo; por lo tanto quiso vencer la firmeza de Timoteo, y para ello mandó colgarlo por los pies, con un peso atado a su cuello y una mordaza en su boca. Torturado de tal suerte, Maura, su esposa, cariñosamente le instó a retractarse por amor de ella; pero él, cuando la mordaza fue quitada de su boca, en vez de consentir a los ruegos de su esposa, la censuró mucho por su amor equivocado, y declaró su resolución de morir por la fe. Contagiada, Maura resolvió imitar su coraje y fidelidad. El gobernador, después de haber procurado cambiar su resolución, mandó torturarla con gran severidad. Después Timoteo y Maura fueron crucificados codo a codo, en el año 304 d. C.”.
(Entresacado y traducido de FOXE’S BOOK OF MARTYRS [EL LIBRO DE MÁRTIRES, por John Foxe], página 29).