C. H. Mackintosh
Nuestro Señor Jesucristo nos ha dejado un ejemplo para que sigamos Sus pisadas. Somos llamados a andar tal como Él anduvo. ¿Podemos seguir Sus pasos en un campo de batalla? ¿Ir a la guerra es acaso andar como Él lo hizo? ¡Ay! En muchas cosas fracasamos; pero si se nos pregunta si es justo para un cristiano marchar a la guerra, únicamente podemos contestar a la pregunta, haciendo referencia a Cristo. ¿Cómo actuó Él? ¿Qué enseñó? ¿Tomó la espada alguna vez? Dijo: “Todos los que tomaren espada, a espada perecerán” (Mateo 26:5252Then said Jesus unto him, Put up again thy sword into his place: for all they that take the sword shall perish with the sword. (Matthew 26:52)). ¿Vino quizá a destruir las vidas de los hombres? ¿Acaso no dijo, “Mas yo os digo: No resistáis al mal”? ¿Cómo pueden concordar estas frases con la idea de intervenir en la guerra?
Mas hay algunos que dirán: “¿Pero qué sería de nosotros si todos adoptáramos estos principios?” Nuestra respuesta es ésta: “Si todos adoptásemos estos principios celestiales, no habrían más guerras, y por ello no habría necesidad alguna de luchar”. Pero no es nuestro propósito razonar sobre los resultados de la obediencia; nosotros debemos obedecer solamente la palabra de nuestro bendito Maestro y andar en sus pisadas; si tal hacemos, indubitablemente, no nos encontraremos yendo a la guerra.
Hay gente que a veces cita estas palabras de nuestro Señor: “El que no tiene, venda su capa y compre espada” (Lucas 22:3636Then said he unto them, But now, he that hath a purse, let him take it, and likewise his scrip: and he that hath no sword, let him sell his garment, and buy one. (Luke 22:36)), tratando de establecer una justificación para ir a la guerra, pero cualquier mente sencilla puede darse cuenta de que tales palabras nada tienen que ver con el asunto que nos ocupa. Se refieren al cambio de las circunstancias que los discípulos experimentarían cuando el Señor fuere alzado. Mientras Él permanecía con ellos, de nada carecieron; pero ahora, en Su ausencia, tendrían que hacer frente al fiero embate de la oposición del mundo. En resumen, aquellas palabras tienen una aplicación enteramente espiritual.
Además, es muy corrientemente utilizado el ejemplo del centurión romano, que hallamos en Hechos 10, al cual en ninguna ocasión se le conminó a que abandonara su empleo. No suele el Espíritu de Dios ponernos bajo yugo. Nunca dice a la persona recién convertida: “Has de renunciar a esto o aquello”. La gracia de Dios provee a un hombre, tal como se encuentra, con una salvación completa, y entonces le muestra cómo andar, señalándole las palabras y los caminos de Cristo con todo su poder creador y santificador.
También hay aquellos que dicen: “¿Acaso no nos dice el apóstol en 1 Corintios 7 que alguien en lo que es llamado, “en ella se quede”? (versículo 20). Sí; con esta cláusula poderosamente calificativa: “Se quede para con Dios” (versículo 24). Esto presenta una bien patente diferencia. Supongamos que un verdugo ha sido convertido, ¿puede quedar en su oficio? Quizá se nos dirá que este es un caso extremo. De acuerdo; pero es un caso a propósito, por cuanto prueba la falacia de aquel razonamiento sobre 1 Corintios 7, ya que hay llamadas en las cuales uno no podría de modo alguno “quedarse para con Dios”.
Finalmente, mi querido amigo, en cuanto a este asunto, permítame preguntarle sencillamente: “¿Es quedarse con Dios, o andar en las pisadas de Cristo, ir a la guerra?” Si así lo fuera, que los cristianos lo hagan; pero si ello no es así ... entonces, ¿qué?
[Traducido de “Things New and Old” (“Cosas nuevas y viejas”), tomo 19, página 55, feb. 1876, por C. H. Mackintosh].