El día siguiente, Cristi tenía que salir como siempre. El viejito Treffy no parecía estar peor que antes. Podía sentarse, y Cristi le abrió la pequeña ventana antes de salir para que entrara aire fresco al ático encerrado. Pero poco aire fresco había ese día. La atmósfera estaba pesada y sofocante, y el pobre Cristi se sentía cansado y deprimido. Se dirigió, sin saber en realidad por qué, al camino suburbano, y se detuvo delante de la casa con el lindo jardín. Quería volver a ver esas caritas alegres, a lo mejor le levantarían el ánimo. Se sentía muy mal hoy.
Esta vez, no se sintió defraudado. Apenas había dado dos vueltas a la manija del organillo cuando aparecieron Mabel y Carlitos en la ventana de su cuarto, y, después de comprobar que realmente era Cristi, su organillero, corrieron al jardín y se pararon a su lado mientras tocaba.
—Qué hermoso toca –susurró Carlitos a Mabel.
—Sí. Me encantaría tener un organillo, Carlitos, ¿y a ti? –dijo la pequeña.
—¿Y si le pido a papá que nos compre uno? –preguntó su hermano.
—No sé, Carlitos, si a mamá le gustará oírlo siempre. Ya sabes qué dolores de cabeza fuertes tiene – respondió Mabel.
—Pero si lo tocáramos en nuestro cuarto, seguro que no lo oiría –sugirió Carlitos.
—Me encantaría tocar el organillo –dijo Mabel tímidamente dirigiéndose a Cristi.
—Bueno, niña, acérquese –dijo Cristi.
Parada de puntitas a su lado, la pequeña Mabel tomó la manija del organillo con su manita blanca. Muy despacio y con cuidado la hizo girar, tan despacio que la mamá se acercó a la ventana para ver si algo le había pasado al organillero.
Qué lindo espectáculo vio la joven madre. La niñita rubia, delicada, en su claro vestido de verano, dando vuelta a la manija del viejo y desteñido organillo, y el organillero a su lado, observándola con admiración. La pequeña Mabel levantó la vista, vio el rostro de su madre en la ventana. Le sonrió y saludó con la cabeza, contenta de que la estaba observando.
Pero Mabel hacía girar la manija con tanta lentitud que al final se cansó de los melancólicos lamentos de la “Pobre Ana María”.
—Cámbialo, por favor, organillero –dijo—. Hazlo tocar “Hogar dulce hogar”, sé que a mamá le gusta mucho ese canto.
Cristi sabía que entre los dos cantos había otros así que tomó la manija, y alegremente dijo:
—Está bien, niña, haré aparecer esa canción lo más rápido posible.
Dio vuelta la manija con tanta rapidez que, si lo hubiera oído el viejito Treffy, se hubiera muerto de espanto mucho antes de terminar el mes. Varios en casas de enfrente se acercaron a las ventanas para mirar. Pensaban que algún mal espíritu se habría posesionado del organillo, primero había tocado tan despacio y ahora tan rápido.
Pero un minuto después comprendieron lo que pasaba, cuando la pequeña otra vez empezó a tocar, y muy lentamente se hicieron oír las primeras notas de “Hogar, dulce hogar”. Dio vuelta la manija hasta que había terminado “Hogar, dulce hogar”. Luego con un suspiro de satisfacción se la devolvió a Cristi.
—Me gusta “Hogar, dulce hogar” –dijo—. Es una canción tan linda.
—Sí, niña, es mi favorita también. ¿Dónde está el “Hogar, dulce hogar”? –preguntó de pronto, recordando su promesa al viejito Treffy.
—Este es mi hogar –dijo la pequeña Mabel meneando la cabeza en dirección a la linda casa—. No sé dónde estará la tuya, Cristi.
—En realidad no tengo un lugar que puedo llamar hogar, niña –dijo Cristi—. Yo y el viejito Treffy vivimos juntos en un viejo ático, y eso no será por mucho tiempo, sólo un mes más, niña Mabel, y entonces ya no tendré ni ese hogar.
—¡Pobre organillerito, pobre Cristi! –exclamó la pequeña Mabel, muy afligida.
Carlitos había tomado ahora la manija del organillo y estaba disfrutando de “Pobre Ana María”, pero Mabel no prestaba atención. Estaba pensando en el pobre muchacho que no tenía más hogar que un ático y que pronto no tendría ni siquiera eso.
—Hay otro hogar en alguna otra parte, ¿no es cierto, niña? ¿No es el cielo un tipo de hogar? –dijo Cristi.
—Oh, sí, hay un cielo –dijo Mabel con entusiasmo—. Tendrás tú un lugar allí, ¿no es cierto organillero?
—¿Dónde está el cielo? –preguntó Cristi.
—Allí arriba –dijo Mabel, señalando el cielo –en las alturas, Cristi. Las estrellitas viven en el cielo. Antes pensaba que eran los ojos de los ángeles, pero dice la niñera que es ridículo creer eso.
—Me gustan las estrellas –dijo Cristi.
—Sí, a mí también. Las verás todas cuando vayas al cielo, Cristi, estoy segura de eso –dijo Mabel.
—¿Cómo es el cielo, niña Mabel? –preguntó Cristi.
—Es muy hermoso, visten ropas blancas y las calles son de oro, Cristi, de puro oro muy brillante. Y allí está Jesús, Cristi. ¿No te gustaría ver a Jesús? –dijo Mabel.
—No sé. No sé quién es –respondió Cristi, lleno de sorpresa.
—¿No amas a Jesús, Cristi? Ay, organillero, ¿no amas a Jesús? –dijo Mabel con una expresión muy seria y preocupada y con lágrimas en sus ojazos oscuros.
—No –dijo Cristi. –Sé muy poco acerca de él, niña Mabel.
—Pero no puedes ir al cielo si no amas a Jesús, Cristi. ¡Ay! cuánto lo siento, al final no tendrás un hogar. ¿Qué harás? –y las lágrimas empezaron a correr por las mejillas de Mabel.
Pero en ese momento oyeron la voz de la niñera que llamaba a los niños a comer.
Cristi siguió su camino muy pensativamente. Pensaba en las palabras de Mabel, y en las lágrimas de la pequeña. “No puedes ir al cielo si no amas a Jesús, al final no tendrás un hogar” había dicho. Era una idea nueva para Cristi, y una muy triste. ¿Qué si nunca, nunca, llegaba a saber nada del “Hogar, dulce hogar”? Y entonces recordó al pobre viejito Treffy, su querido patrón, que sólo tenía un mes más de vida. ¿Amaba él a Jesús? Nunca había oído al viejito Treffy mencionar su nombre, ¡y qué pasaría si Treffy moría, y nunca se iba al cielo sino a otro lugar! Cristi había oído hablar del infierno, y no sabía mucho de él tampoco. Siempre se había imaginado que era para gente muy mala. Tenía que contarle a Treffy lo que le había dicho Mabel. A lo mejor, después de todo, el anciano sí amaba a Jesús. Cristi anhelaba que así fuera. Estaba impaciente por que llegara la noche, para poder irse a casa y preguntarle.
La tarde fue tranquila, con la atmósfera más pesada y sofocante que la mañana, y el pequeño Cristi se sentía muy cansado. El organillo siempre le resultaba pesado, pero hoy le parecía más pesado que nunca. Llegó el momento que tuvo que sentarse para descansar. Se sentó en el umbral de una casa en una de las calles de barrio, a una media milla de donde vivía el viejito Treffy. Se encontraba sentado allí, con su organillo apoyado en la pared, cuando se encontraron dos señoras justamente frente a él, y después de saludarse afectuosamente, comenzaron a conversar. Cristi podía oír todo lo que decían.
—¿Qué hay en ese lugar? –preguntó una de ellas, mirando del otro lado de la calle a un edificio largo y bajo con una tabla al frente.
—¡Es el salón de nuestra nueva misión! –dijo la otra—. Pertenece a la iglesia que está en la esquina de la calle Melville. Todos los domingos a la noche viene un joven para predicar. A mí me encanta oírle también, explica todo con mucha claridad.
—¿Explica qué? –preguntó su amiga.
—Pues todo lo del cielo, y cómo podemos llegar a él, y acerca de Jesús y lo que él ha hecho para nosotros. El Sr. Wilton es un hombre gentil. Vino a visitar a mi hijo cuando estaba enfermo. ¿Lo conoce usted?
—No –fue la respuesta—. Quizá asista mañana. ¿A qué hora es?
—Comienza a las siete de la noche todos los domingos –dijo la señora—. Y no se preocupe por la ropa. Allí todos son pobres como nosotros.
—Pues bien, vendré—. Hasta mañana.
Cristi había oído todo y ya había decidido venir a la misión la noche siguiente a las siete. No podía demorarse en averiguar lo que Treffy quería saber. Y ya había pasado un día del mes que quedaba.
—Señor Treffy, ¿ama usted a Jesús? –preguntó Cristi esa noche.
—¡Jesús! No, Cristi, supongo que no. Supongo que debería amarlo. La gente buena lo ama, ¿no es cierto? –respondió el anciano.
—Señor Treffy –dijo Cristi seriamente—, si no ama usted a Jesús no puede ir al cielo, y jamás volverá a tener un hogar, jamás lo tendrá.
—Ay, ay, Cristi, me temo que así es. Cuando era pequeño como tú, solía oír hablar de estas cosas. Pero en aquel entonces no les presté atención, y ahora he olvidado todo lo que oí. He estado pensando mucho últimamente, desde que he estado tan mal; algo recuerdo. Pero no me acuerdo bien lo que me dijeron. Esto es malo, Cristi, es malo.