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El Dr. Langdale, de Nueva York, nos cuenta sobre un hombre de negocios, un cristiano devoto, quien fue atropellado por un automóvil y llevado al hospital, donde se le informó que tan solo le quedaban dos horas de vida. Ciertamente, su fe se apoyaba por completo en la bondad de Dios; pero llamó a su familia y se dirigió a ellos así:
«BUENAS NOCHES, QUERIDA ESPOSA. Hemos andado juntos en la prosperidad y en la desgracia. Has sido mi inspiración en todo lo que he hecho. He visto el Espíritu de Dios brillar en tu rostro muchas veces. Te amo mucho, más que cuando nos casamos. Buenas noches, querida, te veré en la mañana. Buenas noches».
«BUENAS NOCHES, MARIA. Tú eres nuestra primogénita. Me has llenado siempre de gozo. ¡Cuán cristiana eres, María; no olvidarás nunca lo mucho que tu padre te ha amado¡ Buenas noches, María. Buenas noches».
«BUENAS NOCHES, GUILLERMO», dijo volviéndose a su hijo mayor. «Tu venida a nuestro hogar ha sido una verdadera bendición. Amas al Dios de tu padre. Irás creciendo en toda gracia y virtud cristiana. Tienes el amor y bendición de tu padre. Buenas noches, Guillermo. Buenas noches».
«BUENAS NOCHES, GRACIA», prosiguió. Aunque seguía Carlitos quien había caído en malas compañías y había causado amargos sufrimientos a sus padres; pero EL MORIBUNDO LO PASO y se dirigió a su hija más joven, una hermosa jovencita. «GRACIA, has sido por mucho tiempo una canción de alegría, un rayo de luz. Cuando hace poco, rendiste tu vida a Cristo, la copa de felicidad de tu padre estaba rebosando. Buenas noches, hijita. Buenas noches.»
«ADIOS, CARLITOS», dijo llamando al joven a su lado. «Carlitos, ¡qué buen muchacho eras y cuánto prometías! Tus padres creíamos que llegarías a ser un hombre muy noble. Te dimos las mismas oportunidades que hemos dado a los demás. Si hubo alguna diferencia tienes que admitir que fue en tu favor. Nos has entristecido. Has seguido el camino ancho de perdición. Has despreciado los avisos de la Palabra de Dios y no has hecho caso al llamamiento del Señor. Pero siempre te he amado y te amo todavía, Carlitos. Sólo Dios sabe cuánto te amo. Adiós, Carlitos, adiós».
Carlitos apretó la mano de su padre y sollozando gritó: «Padre, ¿por qué le dijiste a los demás “buenas noches” y a mí “adiós”?»
«Por la sencilla razón de que los demás y yo nos veremos en la mañana, y por esas promesas que aseguran volvernos a reunir, yo sé que no tengo esperanzas de verte allá. Adiós, Carlitos, adiós».
Carlitos cayó de rodillas junto a la cama de su padre y clamó a Dios, con agonía en su alma, que perdonara sus pecados.
«¿De veras eres sincero en tu petición, Carlitos?»
«Dios sabe que sí», dijo el joven con corazón quebrantado.
«Entonces el Señor te oirá y salvará, Carlitos. Así será buenas noches y no adiós. Buenas noches, hijo mío», y partió.
Carlitos es ahora un predicador del evangelio. Al presentar este caso, oramos sinceramente para que alcance a muchos “Carlitos” que ahora van por el camino ancho de la condenación.
«De cierto, de cierto os digo: El que oye mi palabra, y cree al que me envió, tiene vida eterna; y no vendrá a condenación, mas ha pasado de muerte a vida. De cierto, de cierto os digo: Viene la hora, y ahora es, cuando los muertos oirán la voz del Hijo de Dios; y los que la oyeren vivirán» (Juan 5:24‑25).
Jesús dijo: «Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en mí, aunque esté muerto, vivirá. Y todo aquel que vive y cree en mí, no morirá eternamente. ¿Crees esto?» (Juan 11:25‑26).