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La ciudad de Marsella y sus alrededores al sur de Francia son bien conocidos por sus bellos jardines. Sin embargo, en el pasado aquella área carecía del recurso vital del agua, llegando a ser un lugar árido y sombrío. Finalmente, se pudo traer a la región agua del río Durance por medio del canal que se construyó, el cual medía once kilómetros.
Mucho tiempo antes de que esto ocurriera un hombre llamado Guizón vivía en Marsella. Siempre estaba ocupado, y parecía estar inclinado a ahorrar dinero en todo tiempo. Esto lo lograba por medio de su duro trabajo y sus cuidadosos ahorros. Su vestimenta estaba obviamente vieja y gastada. Su comida era de lo más sencilla y barata. Vivía solo, privándose de lujos y aun las comodidades de la vida ordinaria.
Guizón era conocido como el avaro. Aunque ciertamente era honesto en todas sus transacciones, y fiel en llevar a cabo sus deberes, era despreciado por todos. En la calle, los jóvenes al ver andar a aquella figura pobremente vestida, le gritaban, «¡Ahí va el viejo flacucho!» Él, sin embargo, ignorando aquellas griterías abusivas, seguía caminando. Y al contrario, siempre que alguien le dirijía la palabra, respondía de una manera gentil y paciente.
Al paso del tiempo, su espalda fue tomando una línea encorvada a causa del trabajo incesante. Su cabello se tornó en blanco, y con más de ochenta años, Guizón un día murió.
Los testamentarios de sus bienes descubrieron que había amasado una fortuna de oro y plata. Entre otros papeles encontraron su testamento, el cual contenía el siguiente párrafo:
«Una vez fui pobre, y observé que la población de Marsella sufría grandemente a causa de la escasez de agua pura. Como no tengo familia, he dedicado mi vida a ahorrar una suma de dinero suficiente para construir un acueducto que pueda surtir a la ciudad de Marsella agua pura, para que aun los más pobres puedan disponer de suficiente agua.»
Vivió despreciado y sin amigos. Llenó sus días de soledad. Vivió y murió, pudiendo proveer agua pura a aquellos que lo malentendieron y lo maltrataron.
Hubo otro Hombre en el oriente que también fue malentendido, “despreciado y desechado entre los hombres” (Isaías 53:3). Su vida, también, fue una llena de pobreza voluntaria. No tuvo un hogar o lugar donde reclinar Su cabeza. “Que por amor a vosotros se hizo pobre, siendo rico, para que vosotros con Su pobreza fueseis enriquecidos” (2ª Corintios 8:9). Pero la odiosa voluntad humana, en contra de este Hombre manso y humilde, fue tan grande que la gente llegó a clamar por Su muerte: “Crucifícale, crucifícale” (Lucas 23:21). No usando de Su poder, permitió que lo trataran como un criminal, se le dio una pena injusta y fue crucificado. Mientras Él colgaba sufriendo en la cruz, aquellos que lo veían se reían de Él. Pero la Biblia nos dice que Él sufría ahí, no por sus pecados, sino por los pecados de todos aquellos que creerían en Él. “Mas Él herido fue por nuestras rebeliones, molido por nuestros pecados; el castigo de nuestra paz fue sobre Él, y por Su llaga fuimos nosotros curados” (Isaías 53:5).
El testamento de Guizón proveyó agua fresca para todos los pobres de la ciudad de Marsella. El Señor Jesucristo, por medio de Su muerte y resurrección, ha hecho posible que todos nosotros podamos tomar del agua de la vida eterna, con tan solo creer en ÉL.
La auto-negación de alguien como Guizón no se compara con el costo infinito que proveyó el Señor Jesús. El agua de vida está fluyendo hoy y podemos beber libremente “sin dinero y sin precio” (Isaías 55:1). “A todos los sedientos: Venid a las aguas” (Isaías 55:1). “Si alguno tiene sed, venga a Mí y beba” (Juan 7:37). “El que en Mí cree, no tendrá sed jamás” (Juan 6:35). “El que quiera, tome del agua de la vida gratuitamente” (Apocalipsis 22:17).