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Hace varios años, se me pidió que predicara a los reos de la prisión. Yo estaba sentado en la plataforma, mientras los 700 prisioneros entraban. Caminaban estando encadenados unos a otros, cada hombre colocando su mano en el hombro del prisionero que caminaba al frente. Entre ellos había setenta y seis «de por vida», es decir, que tenían cadena perpetua por haber asesinado.
Haciendo a un lado todas las reglas de la prisión, dejé la plataforma y caminé por el pasillo entre los hombres, tomando a uno y después a otro de la mano y orando por ellos. Al final de la fila de los «de por vida», estaba sentado un hombre cuyo semblante parecía estar más endurecido que el de los demás a causa del pecado. Su cara estaba cicatrizada con las huellas del vicio y pecado. Si se le incitaba a enojarse, parecía realmente como si fuera un demonio encarnado. Coloqué mi mano sobre su hombro y lloré y oré con él y por él.
Cuando el culto hubo terminado, el gobernador me dijo, «¿Sabes que has quebrantado las reglas de la prisión por haber dejado la plataforma?»
«Sí, gobernador, quería acercarme a esos hombres solitarios y orar por ellos, y decirles del amor de Jesús el Salvador, el cual “vino a buscar y a salvar lo que se había perdido” (Lucas 19:10). “Este a los pecadores recibe, y con ellos come” (Lucas 15:2).
«¿Recuerdas,» preguntó el gobernador, «aquel hombre al final de la fila de los «de por vida?» ¿Te gustaría escuchar su historia?»
«Sí,» le contesté.
«Te la contaré en breves palabras. Tom Galson fue enviado aquí hace como ocho años culpable de homicidio. Era, sin duda, uno de los personajes más desesperados y viciosos que jamás hubiéramos recibido, y nos causaba muchos problemas.
«Hace como seis años, una obligación de trabajo me hizo que pasara una noche en la prisión. Temprano por la mañana del siguiente día me dirigía hacia mi casa, lleno de regalos para mi hijita. Era una mañana muy fría, por ello me abroché bien el abrigo para protegerme del viento frío que soplaba. En mi rápido andar, me pareció ver a alguien escondido en la sombra de la pared de la prisión. Me detuve para ver más de cerca, y noté que era una niñita, ligeramente vestida, y sus pies calzaban unos zapatos bien gastados. Apretaba fuertemente un paquete de papel entre sus manos. Yo seguí mi camino, demasiado cansado para detenerme. Escuchando los pasos de alguien que me seguía, me detuve y voltié, solo para ver a aquella niña de apariencia descuidada.
«‘¿Qué quieres?’ le pregunté bruscamente.
«‘¿Es Usted el gobernador de la prisión, señor?’
«‘Sí; ¿quién eres tú, y porqué no estás en casa?’
«‘Pues, señor, no tengo casa; mamá murió hace dos semanas, y me dijo antes de morir que papá, Tom Galson, estaba en la prisión; y mamá pensaba que tal vez él quisiera ver a su hijita, ahora que mamá ha muerto. Por favor, ¿me deja ver a mi papá? Le quiero dar este regalo.’
«‘No,’ le contesté de mal genio, ‘tendrás que esperar hasta el día de visita,’ y entonces proseguí mi camino.
«No había avanzado mucho cuando sentí que alguien estiraba mi abrigo, oí una voz de súplica, ‘Por favor no se vaya.’ Me detuve una vez más, y miré aquella implorante cara delgada que tenía ante mí. Sus ojos para entonces contenían grandes lágrimas, mientras su barbilla temblaba de emoción.
«‘Señor,’ dijo ella, ‘si su hijita fuera yo, y la mamá de su hijita se hubiera muerto, y su papá estuviera en la prisión, y ella no tuviera a dónde ir, ni nadie que la amara, ¿no cree usted que ella quisiera ver a su papá? Si su hijita viniera a verme, si yo fuera la gobernadora de la prisión, y me pidiera que por favor la dejara ver a su papá para darle un regalo, ¿no cree usted que yo le diría que sí?’
«Para entonces ya tenía un nudo en mi garganta, y mis ojos empapados por las lágrimas. Le contesté, ‘Sí, mi niñita, creo que sí lo harías, y tu verás a tu papá.’ Tomándola de la mano, caminamos apresuradamente a la prisión, mientras pensaba en mi hijita allá en casa. Al llegar a mi oficina, le pedí que se acercara al calentador, y le ordené a uno de los guardias que trajera al papa. Tan pronto como entró en la oficina vio a la niñita. Su cara mostraba enojo, y en un tono tajante le preguntó:
«‘Nelly, ¿qué haces aquí? ¿Qué quieres? Regresa con tu mamá.’
«‘Por favor, papá,’ sollozó la niña, ‘mamá está muerta. Murió hace dos semanas en el albergue, y antes de que muriera me dijo que cuidara a Jimmy, porque tu lo querías mucho; y me dijo que ella también a ti te amaba—pero papi,’ y su voz se quebró en llanto y lágrimas, ‘Jimmy también ha muerto, la semana pasada, y ahora estoy yo sola, papá, y—y yo pensé que tal vez como quisiste tanto a Jimmy, te gustaría tener un regalo de él.’
«Se dispuso entonces a desenrollar el paquete que detenía en su mano, hasta que sacó un rizo de cabello, y lo puso en las manos del papá, diciendo, ‘Lo corté de la cabeza de Jimmy, papá, antes de que lo enterraran.’
«El Sr. Galson para este tiempo ya estaba llorando como un niño, y yo también. Agachándose, levantó a su hijita, y la apretó fuertemente sobre su pecho mientras que su cuerpo robusto temblaba de emoción.
«La escena era demasiado sagrada para que yo la contemplara, por ello suavemente abrí la puerta y los dejé solos. Regresé después de una hora. Galson estaba sentado, con su hijita sentada sobre sus rodillas. Me miró con cierta timidez, y después dijo, ‘Gobernador, no tengo dinero,’ entonces repentinamente quitándose el saco de prisionero, dijo, ‘No deje que mi niña salga con este frío y con tan poca ropa. Trabajaré día y noche; haré lo que sea. Por favor, gobernador, permítame cubrirla con este saco.’ Corrían grandes lágrimas del rostro de aquel hombre endurecido.
«‘No, Galson,’ le dije, ‘quédate con el saco; tu hijita no sufrirá. La llevaré a casa conmigo y veré lo que mi esposa puede hacer por ella.’
«‘¡Que Dios le bendiga!’, sollozó Galson.
«Me llevé a la pequeña a casa. Permaneció con nosotros por varios años llegando a ser una verdadera cristiana por la fe en nuestro Señor Jesucristo.»
El libro de Dios le muestra al hombre su necesidad y el remedio divino. “Por cuanto todos pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios” (Romanos 3:23).
“Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a Su Hijo unigénito, para que todo aquel que en Él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna” (Juan 3:16).
Tom Galson también llegó a ser un cristiano, de esta manera no ocasionó más problemas a la prisión. Varios años después visité la prisión nuevamente. El gobernador me preguntó, «¿te gustaría ver a Tom, de quien te platiqué hace varios años?»
«Sí, me gustaría,» le respondí.
El gobernador me llevó por una calle solitaria y quieta, y deteniéndose en frente de una casa, tocó la puerta.
Entramos, y el gobernador me presentó a Nelly y su papá, quien, gracias al informe del gobernador, había recibido el perdón, y ahora vivía una vida recta con su hija—aquella niña que con su regalito había quebrantado el corazón endurecido del papá.
Cristo, “cuando aún éramos débiles, a su tiempo murió por los impíos”(Romanos 5:6). ¡Murió por USTED! ¿Acaso no confiará Usted también en Él?