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Laddie era el perro más maravilloso del mundo. Al menos eso era lo que Matt creía. Para cualquier otra persona, era un perro común y corriente, pero la vida de Matt cambió cuando en su cumpleaños su padre le regaló aquel cachorro juguetón de colores blanco y negro.
Pronto Matt y Laddie se hicieron amigos inseparables. Aun los mandados para mamá eran divertidos cuando Laddie se hacía presente. Fiel era aquel perrito para esperar a Matt en el portón cuando regresaba de la escuela. Pero un día, cuando Matt regresó de la escuela, el perro no lo esperaba, había desaparecido.
«¿Dónde está Laddie?», le preguntó a su mamá.
«Tal vez está durmiendo en algún rincón», contestó ella. «Pronto regresará sin duda.»
A la hora que su papá llegó del trabajo, Laddie seguía perdido. «¿Dónde fue la última vez que lo viste?», le preguntó a Matt.
«Me siguió camino a la escuela esta mañana», respondió Matt. «¿Crees que se haya perdido y no pueda encontrar el camino de regreso a casa?»
«Iremos a buscarlo después de la cena,» le prometió su papá. Pero llegó la hora de ir a dormir y Laddie seguía perdido. Los días que siguieron se hicieron largos y solitarios, sin tener señas del paradero de su perro.
«Temo que un vehículo lo haya atropellado, hijo», dijo finalmente su papá. «Pero no te preocupes, te regalaremos otro cachorro.»
«¿Otro cachorro?». Matt se sintió desalentado: Jamás habría otro perro como Laddie.
Algunas semanas más tarde, mientras Matt entregaba un recado de su mamá, escuchó un lloriqueo suave que provenía del otro lado de la cerca. Mirando fijamente hacia la cerca, vio como Laddie luchaba por zafarse del cordón atado a su cuello. En un instante Matt cruzó la cerca y desató el nudo que mantenía a Laddie prisionero.
«¿Qué le estás haciendo a mi perro?», gritó enojado un jovencito robusto y mayor que Matt.
«Este es mi perro», contestó Matt. «Lo perdí hace unas cuantas semanas atrás. ¿Cómo te lo encontraste?»
«¿Este es tu perro?», preguntó mofándose el jovencito. «Pues ahora es mío. Y no intentes llevártelo.»
Matt sintió ganas de llorar. No quería dejar a Laddie. De repente se le ocurrió una idea. «¿Por qué no me lo vendes?», le preguntó.
Por un momento el jovencito se quedó pensativo; pero finalmente le preguntó: «¿Cuánto me darías por él?».
«Pues, solo tengo tres pesos; pero te puedo dar todo».
«Mira», dijo el jovencito, «dame los tres pesos. Después desataré al perro, y si se quiere ir contigo a casa, lo puedes llevar. Pero si se quiere quedar conmigo, es mío.»
Matt corrió a su casa. Mientras corría le entró cierto temor. ¿Y si Laddie se había olvidado de él? ¿Qué si el perro se querría quedar con el jovencito? Minutos más tarde regresó con su cartera y colocó todo el dinero en las manos del jovencito.
«Muy bien cachorrito, tú decides», dijo el jovencito, mientras desataba el nudo. Dando un ladrido de alegría, Laddie cruzó la cerca hacia Matt y juntos corrieron a casa.
«Sabes, hijo», dijo su papá, «eso me recuerda lo que el Señor Jesús hizo por nosotros. Realmente le pertenecíamos porque Él nos creó; pero estábamos perdidos, así como tu perro, atados al pecado. Mas el Señor Jesús nos amó tanto que vino y pagó el precio para librarnos. Le costó todo lo que tenía, pues dio Su vida para volvernos a comprar. Y ahora, a todos aquellos que Él compró con Su sangre preciosa, los ha puesto en libertad para que le sigan, pues son Suyos para siempre.»
Siempre que Matt se acuerde de aquella ocasión cuando Laddie estuvo perdido, recordará que también él en un tiempo era un pecador perdido, que fue comprado a un gran precio y que ahora pertenece a Jesús.
El Señor Jesús nos vio en nuestra condición de pecado y descendió para redimirnos del infierno y de Satanás. Todos aquellos que confían en Él como su Salvador algún día estarán en el cielo, donde cantarán: Tú fuiste inmolado, y con tu sangre nos has redimido para Dios, de todo linaje y lengua y pueblo y nación (Apocalipsis 5:9). Sabiendo que fuisteis rescatados..., no con cosas corruptibles, como oro o plata, sino con la sangre preciosa de Cristo (1ª Pedro 1:18‑19).