La posición de la disidencia en relación con la reunión de los creyentes

Narrator: Luiz Genthree
Duration: 9min
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Estamos de acuerdo (¿no es así?) en que la reunión en uno de todos los hijos de Dios es conforme a la voluntad de Dios expresada en Su Palabra. Pero mi pregunta, antes de seguir, es: ¿Puede alguien creer que las congregaciones disidentes, tal como las vemos en este y en otros países, han conseguido este objetivo, o que lleven en absoluto el camino de alcanzarlo?
Esta verdad de la reunión en uno de los hijos de Dios se ve en la Escritura llevada a cabo en varias localidades, y en cada localidad central los cristianos allí residentes constituían un solo cuerpo: la Escritura está bien clara acerca de esto. Desde luego, se ha presentado la objeción de que una unión así es imposible, pero sin evidencia de la Palabra de Dios para apoyar tal postura. Se dice: ¿Cómo podría ser esto posible en Londres o en París? Bien, pues ello era practicable en Jerusalén, y allí había más de cinco mil creyentes. Y aunque se reuniesen en casas privadas y en aposentos altos, los cristianos eran sin embargo un solo cuerpo, bajo la conducción de un Espíritu, con una regla de gobierno y en una comunión, y así se reconocía acerca de ellos. Así, tanto en Corinto como en otros lugares, una carta dirigida a la iglesia de Dios habría encontrado su destino en un cuerpo conocido. E iré más allá, y añadiré que es claramente nuestro deber desear pastores y maestros que asuman el cuidado de tales congregaciones, y que Dios desde luego los suscitó en la iglesia tal como la vemos en la Palabra.
Habiendo reconocido plenamente estas verdades de peso, esto es, (1) la unión de todos los hijos de Dios; (2) la unión de todos los hijos de Dios en cada localidad; habiendo además reconocido que así se les contempla en la Palabra de Dios, parecería que la cuestión está resuelta. Pero aquí debemos hacer una pausa.
Es desde luego innegable que este estado de cosas que aparece en la Palabra de Dios (y se trata de un hecho, no de una teoría) ha dejado de existir, y la cuestión a resolver no es otra que ésta: ¿Cómo debería el cristiano juzgar y actuar cuando ha dejado de existir una condición de cosas que la Palabra de Dios nos pone delante? Me dirás que lo que el cristiano debe hacer es restaurarla. Pero tu respuesta es una prueba del mal existente. Supone que tenemos poder en nosotros mismos para ello. Yo más bien diría: Escuchemos la Palabra y obedezcámosla, por cuanto es de aplicación a este estado de decadencia. Tu respuesta presupone dos cosas: primero, que está de acuerdo con la voluntad de Dios restablecer la economía o dispensación a su estado original después que ha fracasado; segundo, que tú a la vez posees la capacidad y autorización para restaurarla. ¿Tiene esto una base bíblica?
Supongamos un caso: Dios hizo al hombre recto —Dios dio Su ley al hombre—. Todos los cristianos admitirán que el pecado es un mal y que es nuestro deber no cometer pecado. Supongamos que alguien convencido de esta verdad emprende cumplir la ley y ser recto, para agradar a Dios de esta manera. En el acto me dirás: está actuando en base de su propia justicia y confía en sus propias fuerzas, y no comprende la Palabra de Dios. Así, volver del mal existente a aquello que Dios estableció al principio no es siempre una prueba de que hemos comprendido Su Palabra y voluntad. Sin embargo, juzgaremos con rectitud y verdad que lo que Él estableció al principio era bueno y que nos hemos apartado de ello.
Apliquemos esto a la iglesia. Todos reconocemos (porque es sólo a los tales a los que escribo) que Dios estableció iglesias. Confesamos que los cristianos (en una palabra, la iglesia en general) se han apartado tristemente de esta institución original de Dios, y que por ello somos culpables. La empresa de restablecerla totalmente en su condición original es (o, en todo caso, podría ser) un efecto de la operación de aquel mismo espíritu que lleva a uno a querer establecer de nuevo su propia justicia cuando la ha perdido.
Antes de poder acceder a tus pretensiones he de ver no sólo que la iglesia era así al principio, sino también que es conforme a la voluntad de Dios que sea restaurada a su primitiva gloria, ahora que el pecado del hombre ha empañado aquella gloria y se ha apartado de ella, y más aún, que una unión voluntaria de “dos o tres” o de dos o tres y veinte, o de varios de estos cuerpos, tenga derecho, en cualquier localidad, a asumir el nombre de la iglesia de Dios, cuando la iglesia era originalmente el conjunto de todos los creyentes en cualquier localidad determinada. Además, me tendrás que demostrar, si pretendes tal posición, que has tenido tal éxito mediante el don y poder de Dios en reunir a los creyentes, que puedes tratar con justicia a los que rehúsen seguir a tu llamamiento como cismáticos, condenados a sí mismos, y extraños a la iglesia de Dios.
Y permite aquí que me extienda en una consideración de la mayor importancia, que aquellos que están empeñados en hacer iglesias han pasado por alto. Tenían sus pensamientos tan dedicados a sus iglesias que casi han perdido de vista a la iglesia. Según la Escritura, la suma total de las iglesias aquí en la tierra constituye la iglesia, al menos la iglesia sobre la tierra; y la iglesia en cualquier lugar determinado no era otra cosa que la asociación regular de todos aquellos que formasen parte del entero cuerpo de la iglesia, es decir, del cuerpo completo de Cristo aquí en la tierra; y aquel que no fuese miembro de la iglesia en el lugar donde viviese no era miembro en absoluto de la iglesia de Cristo; y aquel que dice que no soy un miembro de la iglesia de Dios en Rolle no tiene derecho a reconocerme en absoluto como miembro de la iglesia de Dios. No había idea de tales distinciones entre las pequeñas iglesias de Dios en cualquier localidad determinada y la iglesia como un todo. Cada uno era de alguna iglesia, si existía una donde él estaba, y por tanto pertenecía a la iglesia, pero nadie se imaginaba pertenecer a la iglesia si estaba separado de la iglesia en el lugar donde vivía. La práctica de establecer iglesias es la que ha llevado a la separación de ambas cosas, y casi ha eliminado el concepto de la iglesia de Dios, al establecer iglesias parciales y voluntarias en diferentes lugares.
Vuelvo al caso de la persona que ya hemos supuesto. Supongamos que ha actuado su conciencia y que ha recibido vida por el Espíritu de Dios. ¿Cuál será el efecto? En primer lugar, reconocerá su estado de perdición a consecuencia del pecado, y la ausencia de cualquier recurso en ninguna inocencia o justicia propia. El siguiente resultado será un sentimiento de total dependencia de Dios y el sometimiento de corazón al juicio de Dios sobre un tal estado. Apliquemos esto a la iglesia y a la dispensación como un todo. Mientras los hombres dormían, el enemigo ha sembrado cizaña. La iglesia está en estado de ruina, sumergida y enterrada en el mundo —invisible, si se quiere decir así, a pesar de que debería estar manteniendo, como un candelero, la luz de Dios—. Si el cuerpo profesante no está en un estado de ruina, entonces pregunto a nuestros hermanos disidentes: ¿Por qué la habéis dejado? Si lo está, entonces confesemos esta ruina —esta apostasía— este apartamiento de su condición primitiva. ¡Ay! La realidad es demasiado evidente. Abraham puede estar recibiendo siervos, criadas, vacas, camellos, asnas, ovejas, pero su esposa está en casa de Faraón.
¿Cómo, pues, obrará ahora el Espíritu? ¿Cuál será la actuación de la fe de esta persona? La de reconocer la ruina; la de tenerla presente ante su conciencia y, en consecuencia, humillarse. ¿Y pretenderemos nosotros, que somos culpables de este estado de cosas, que sólo tenemos que poner manos a la obra y remediarlo? No. Este intento demostraría que no estamos humillados por ello. Más bien, busquemos con humildad lo que Dios nos dice en Su Palabra para este estado de cosas. Y no actuemos como unos niños sin conocimiento que han roto un vaso de gran precio, tratando de juntar los trozos rotos y pegarlos con la esperanza de esconder el estropicio de la vista de los demás.