Mi propósito en estas pocas páginas no ha sido el de manifestar ni la condición arruinada de la iglesia, ni siquiera que la actual dispensación pueda volver a ser establecida, sino más bien proponer una cuestión que es generalmente mal entendida por los que acometen la tarea de organizar iglesias. La ruina de esta dispensación ha sido brevemente considerada en un tratado acerca de la apostasía de la presente dispensación; pero por cuanto un hermano al que le fueron leídas estas páginas pensaba que esta cuestión de la ruina de la dispensación se suscitaba en su mente y consideró bueno ofrecer alguna prueba para dar satisfacción a los que tuviesen esta misma inquietud, añado unos pocos párrafos.
1. La parábola de la cizaña en el campo es la sentencia del Señor acerca de esta cuestión: Que el mal introducido por Satanás en el campo donde se había sembrado la buena semilla no se remediaría, sino que proseguiría hasta la siega. Se debe tener en cuenta que esta parábola no tiene nada que ver con la cuestión de la disciplina entre los hijos de Dios, sino que se relaciona con el tema de si hay algún remedio para el mal introducido por Satanás en la dispensación como tal “mientras dormían los hombres”, y con la restauración de la dispensación a su condición original. Esta cuestión la decide el Señor de manera sumaria y autoritativa en sentido negativo, porque nos dice Él que a lo largo de la duración de la dispensación no se aplicará remedio para el mal; que el acto de la siega —en otras palabras, el juicio— lo extirpará, y que hasta este momento el mal continuará. Recordemos aquí que nuestra separación del mal y nuestro goce de la presencia de Cristo con los “dos o tres” es algo totalmente diferente de la pretensión de establecer otra vez la dispensación, ahora que ha entrado el mal. Lo primero es a la vez un deber y un privilegio; lo segundo es el fruto del orgullo y de la negligencia respecto a las instrucciones de la Palabra.
2. El capítulo 11 de Romanos, ya citado, nos dice de manera expresa que la actual dispensación será tratada como la que le precedió, y que si no continuaba en la bondad de Dios, sería cortada —no restaurada.
3. El segundo capítulo de la segunda Epístola a los Tesalonicenses nos enseña que el “misterio de la iniquidad” estaba ya obrando; que cuando fuese quitado de en medio un obstáculo que entonces existía, se revelaría aquel “inicuo”, y que el Señor lo consumiría “con el espíritu de Su boca” y que lo destruiría “con el resplandor de Su venida”. De este modo, el mal que se había introducido ya en los días de los apóstoles proseguiría y maduraría, hasta manifestarse y ser consumido por la venida del Señor.
El tercer capítulo de la segunda epístola a Timoteo expone lo mismo, es decir, la ruina de la dispensación, y no su restauración. Dice que en los postreros días “habrá tiempos peligrosos”, que los hombres serán “amadores de sí mismos” (y el espíritu añade, “a los tales evita”, y que “los malos hombres y los engañadores irán de mal en peor, engañando y siendo engañados”).
Judas nos muestra también que el mal que ya se había infiltrado en la iglesia sería objeto del juicio a la venida del Señor. (Comparar versículos 4 y 14). Y esta terrible verdad queda confirmada por la analogía de todos los caminos de Dios con los hombres, es decir, que el hombre ha pervertido y corrompido lo que Dios le ha dado para su bendición; y que Dios nunca ha reparado el mal, sino que ha introducido algo mejor después de juzgar la iniquidad. Y esta cosa mejor ha sido a su vez corrompida, hasta que al final se introducirá la bendición eterna. Cuando la dispensación fue una revelación positiva, como lo fue el caso bajo la ley, Dios reunió a un débil remanente de creyentes de entre los incrédulos, y los introdujo a aquella nueva bendición que Él había establecido en lugar de la que había quedado corrompida, trasplantando el residuo de los judíos dentro de la iglesia. En el pasaje de Romanos 11, el Espíritu Santo nos instruye en el sentido de que el Señor tratará la actual dispensación del mismo modo.
Lo mismo vemos en el Apocalipsis. Tan pronto como llegan a su fin “las cosas que son” (esto es, las siete iglesias), el profeta es llevado al cielo, y todo lo que sigue tiene que ver no con nada reconocido como una iglesia, sino con la providencia de Dios en el mundo.
No he hecho más que citar unos pocos pasajes concretos; pero cuanto más estudiemos la Palabra de Dios, tanto más encontramos confirmada esta solemne verdad. En resumen: hagamos todo lo que nos sea dado hacer; pero no pretendamos conseguir objetivos que estén del todo más allá de lo que el Señor nos ha dado hacer; y de esta manera no daremos paso a las pretensiones y debilidades de la carne. La humildad de corazón y de alma es la manera segura de no encontrarnos luchando contra la verdad, porque Dios da gracia a los humildes. Que siempre sea alabado Su nombre de gracia y misericordia.
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Fuente: “On the Formation of Churches”, por J. N. Darby en The Collected Writings of J. N. Darby, ed. W. Kelly, vol. I, págs. 138-155.
Traducido del inglés por Santiago Escuain.
© Santiago Escuain 1974 por la traducción.