Capítulo 5: Planes Y Demostraciones

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Me encontraba en la maternidad del hospital, mirando por la ventana que daba a las planicies que se extienden hacia el norte por centenares de kilómetros.
—Hermana (así llamábamos a las enfermeras blancas)— dije. Ella levantó los ojos del bebé recién nacido que estaba bañando—. ¿Qué ideas tiene para afrontar esta epidemia de sarampión?
—Parece que hubiera una sola cosa que hacer —contestó, con el alfiler de gancho en la mano—, porque todo es asunto de vida o muerte para centenares de niños. Usted hará lo que pueda en las aldeas, organizando el ataque a la epidemia y yo haré lo que pueda para llevar adelante la sección maternidad del hospital.
Y quedamos de acuerdo de hacer lo que ella propuso. Volví a mi escritorio y preparé los planes para el ataque. Casi los había terminado cuando oí la voz de Daudi diciendo “Hodi” a la puerta. Le abrí. Se sentó en un banquillo de tres patas y yo tomé un trozo de papel.
—Este es el diagrama en borrador, Daudi. Primero, debemos preparar espacio en el hospital para los niños, para una cantidad grande.
—Y también, Bwana, preparar lugar para las madres, las abuelas y los parientes. No olvides que mucha de esta gente ha oído historias terribles de lo que tú haces a los pacientes en el hospital. De cómo los abres con tu cuchillo, mientras están dormidos y les sacas pedazos del cuerpo para transformarlos en medicina y vuelves a coserles el cuerpo para que no se sepa lo que has hecho. Puedes estar seguro, Bwana, que las madres no permitirán que sus hijos se queden en el hospital a menos que puedan vigilar cuanto ocurre.
Bwana, si tú tratas de impedírselo, se negarán a venir y los chicos se morirán.
—Pero, Daudi, si las dejamos entrar, van a alimentar a los niños con comida indebida. Los sacarán de la cama con temperatura alta y quizá pondrán a los chicos en el suelo y ellas mismas se acostarán en las camas. Ya hemos visto que eso ha ocurrido varias veces.
Bwana, nuestros ojos estarán pendientes para vigilar que esas cosas no ocurran. Por cierto será mejor tener algunos problemas que dejar que se mueran muchos chicos.
—Está bien, pero ya veo que tendremos muchos problemas.
Jiih, pidamos a la madre Sechelela que nos ayude. Tiene una lengua fuerte y una gran habilidad para tratar con las mujeres. A la vez, tiene un corazón muy tierno y les habla de la Palabra de Dios de la manera correcta.
—Está bien, todo arreglado. Ahora bien, mientras seguimos planeando el trabajo del hospital, debemos dar al personal instrucción especial sobre el sarampión, cómo la gente lo esparce y cómo se debe tratar adecuadamente. Sin olvidarnos de los diversos problemas que el sarampión deja detrás.
—Así es, Bwana, debemos enseñarles qué decir a la gente de las aldeas, para que puedan enseñarle cómo actúan las medicinas.
—Muy bien, Daudi, te dejaré ese trabajito y yo me pondré a preparar unas conferencias para enseñar al personal sobre el sarampión, lecciones que no creo que olviden fácilmente. Avísales que estén todos al sonar el tambor a las saa nane (dos de la tarde).
Daudi asintió.
—Luego, después de esa enseñanza, tú y yo y algún otro de los enfermeros debemos ponernos a preparar medicinas por litros y tener todo nuestro equipo listo de modo que mañana podamos salir a comenzar la batalla contra el sarampión en las aldeas.
Bwana, sería mejor que fuéramos esta noche.
—Pero, Daudi, ¿por qué de noche? ¿Por qué no podemos ir a las aldeas de día?
—No es bueno, Bwana. Si vas de día encontrarás a la gente echando a los pájaros de sus sembrados. Habrá unas pocas mujeres, pero no te dejarán ver a los chicos enfermos. Los meterán dentro de las casas y te dirán que todo anda bien. Pero si vamos de noche...
—Pero, Daudi, yo no quiero ir de noche. No me gusta andar a través de esa selva con un farol en una mano y un bastón en la otra. Las hienas me desagradan profundamente. Y además, estoy cansado.
Bwana, debes ir. Tú no sabes lo que hace el sarampión, pero, lo verás esta noche y al mismo tiempo, si los chicos tienen neumonía, no impedirán que sean trasladados, porque sienten que de noche hay menos posibilidad de que sean hechizados.
—Está bien, entonces, iremos esta noche, pero llevemos al maestro Mika con nosotros. Es un hombre sabio. Ahora, no te olvides: todo el mundo a la sala de conferencias cuando se oiga el gran tambor.
***********
Nihanya (Buenas tardes), Bwana —dijo un muchachito sentado a la sombra de una choza de pasto, con forma de panal, que era la sede de nuestro tambor.
Misaa —respondí—, ¿sabes tocar el tambor?
Yah, ¡si sé tocar el tambor! Bwana, por muchos días he esperado la oportunidad de tocar ese gran tambor.
—Ahora te ha llegado —le dije—, tócalo.
Lo seguí dentro de la choza de forma de panal, que era tanto nuestro campanario como nuestra emisora.
—Tócalo de modo que la gente del hospital venga.
Asintió y entonces, con las palmas de las manos, le sacó una nota profunda al tambor que era más grande que él. Por experiencia, yo sabía que el tambor podía oírse a cinco kilómetros. El sol estaba muy caliente, y todos estaban descansando durante la pausa del mediodía. En busca de fresco, Daudi se había echado sobre el piso de concreto en la galería del consultorio externo. Se sentó. Sansón apareció bostezando, del dispensario, mientras que Kefa surgió del lado sombreado del gran baobab. Fuimos juntos a la sala de conferencias y pronto estaban sentadas allí la docena de personas a quienes había convocado. Sin embargo, el tambor seguía sonando. Miré a Daudi, éste hizo un gesto y salió. Un minuto después el tambor quedó en silencio y Daudi volvía jadeando.
Yah, Bwana, si no le hubiera dicho que se detenga, hubiera seguido golpeando el tambor por una hora.
Todos sonrieron ante este comentario.
Los jóvenes varones se sentaron en fila en un lado, y detrás de ellos, las enfermeras africanas. Hilda, la esposa de Daudi, tenía a su bebé en la espalda. Las enfermeras estudiantes estaban aprendiendo a tejer y hacían varias y diversas vestimentas con agujas que ellas mismas fabricaban. Una de ellas, más experta que las otras, estaba levantando cuidadosamente un punto que se había escapado, con una aguja de inyecciones ya en desuso. Comencé mi discurso.
Delante de mí había una calabaza africana con tabaco y un gran bizcocho seco.
—Kefa, quiero que te comas ese bizcocho.
Yah, ¿tiene algo de malo, Bwana?
—No, es un bizcocho bueno, pero te he elegido porque estornudas muy bien.
Todos se echaron a reír. Bastaba con que Kefa oliera una pizca de tabaco para que se lanzara en una serie de violentos estornudos. Según era la costumbre, se metió todo el bizcocho en la boca y lo masticó.
—¿Te agrada el sabor? —pregunté.
Murmuró algo completamente imposible de oír, pues su boca estaba muy llena. Tomé el recipiente de rapé, me coloqué un poco en la uña del dedo y lo pasé por delante de la cara de Kefa. Una mirada de agonía apareció en su rostro, sus mejillas se hincharon, sus ojos brillaron por un momento, su cabeza se movió para atrás una a dos veces, apretó violentamente su labio superior, pero nada podía detener aquel estornudo. Involuntariamente, todos los presentes quedaron rociados de bizcocho. La sala quedó llena de finas partículas de bizcocho seco.
Bwana, lo siento, yo ... —dijo Kefa. Volvió a estornudar. —No pude evitarlo—. Nuevo estornudó. —Es culpa tuya, es el ...
Una nueva explosión de risa interrumpió su frase.
—Gracias, Kefa —respondí— has hecho todo lo que quería de ti.
Y mirando al personal, dije:
—Ustedes han visto la demostración.
Yah —dijo Daudi— ¿por qué lo has hecho, Bwana? Es cosa desagradable eso de estornudar comida por toda una habitación.
Daudi se mostraba muy molesto. Sansón se limpiaba el uniforme blanco con un pañuelo.
—Quería mostrarles —expliqué— el peligro de un estornudo. Ustedes se sienten molestos y con razón, cuando hay partículas de comida desparramadas encima de ustedes.
Yah —dijo Daudi.
—Pero recuerden que cada vez que uno estornuda, desparrama miles y miles de gérmenes de toda clase hasta cinco metros de distancia.
Kah, no lo sabía —dijo Kefa.
—No, pero ahora nunca lo olvidarás —respondí— y una tos es igual de peligrosa, salvo que el que tosa se cubra la boca.
Jiih —dijo Kefa—, si me hubiera cubierto la boca, las migas me hubieran salido por las orejas.
Yah —se rió Sansón— Kefa se veía muy divertido, Bwana, con su boca muy llena de bizcocho, los ojos desorbitados y un estornudo que no podía detener.
El buen humor se había restablecido y todos se reían.
—Escuchen, amigos —dije— no es para entretenerlos y gastar bromas a Kefa que los he reunido, sino para explicarles la razón por la que se esparce el sarampión. Pues bien, el sarampión no es un germen, sino algo más chico; es un virus, algo que ni un microscopio puede ver. Un niño lo tiene en la garganta, estornuda, tose y, ya está, otros niños pueden caer con la misma enfermedad. Por lo tanto, enseñemos a la gente a aislar a los niños enfermos para que no desparramen el mal a toda la familia como un fuego en un maizal seco.
Fui hasta una caja en el rincón de la habitación y saqué una botella de medicina amarilla, una botellita de gotas para ojos y una botella de vinagre con un rótulo de una calavera y dos tibias, con inscripción en tres idiomas.
—Estas son nuestras principales medicinas para atacar el sarampión. La mezcla amarilla es para la tos, para suavizarla y hacer bajar la temperatura. Las gotas para los ojos, naturalmente, son para poner en los ojos de los niños; les sacarán el enrojecimiento y salvarán la vista de muchos. Y la medicina de la botella más grande es especial. Es dos cosas a la vez, un linimento para frotar el pecho y dentro tiene una sustancia llamada mentol, que refresca la piel y al mismo tiempo, su aroma alcanza la nariz del niño y ayuda allí.
—Entendemos, Bwana.
—Habrá cuatro equipos, de tres personas cada uno. Daudi dirigirá uno y tendrá un termómetro.
Me dirigí a mi principal ayudante y le dije en inglés:
—Y si rompes este termómetro, joven, nos veremos en problemas. Nos quedan sólo siete en el hospital.
Yah, —dijo Daudi—, lo voy a cuidar mucho, Bwana.
Volviendo al idioma del lugar, continué:
—El líder anotará en un cuaderno todo lo que hagan, inclusive el pulso y la respiración de cada paciente.
Una de las muchachas me miró sorprendida.
Yah, ¿qué es eso? —preguntó.
—Palpa tu muñeca —le indiqué— del lado del pulgar, no muy fuerte. ¿Qué es lo que sientes?
Yah, hay algo que se mueve para arriba y abajo.
—Ese es tu pulso —le dije.
Rápidamente me dirigí a otra muchacha.
—El ritmo de respiración es la cantidad de veces que respiras por minuto ¿cuántas veces lo haces?
—Sesenta, Bwana, yah — contestó.
—Yah, —dijo Daudi— es la velocidad de un perro que ha corrido mucho sin beber.
—Vamos a probar, cada uno cuente su respiración — ordené, mirando mi reloj.
Hubo un profundo menear de cabezas y cuando yo dije: “Pare”, hubo varios resultados, entre catorce y veinte.
—Ahora a los que son líderes —ordené— si alguno respira más de treinta veces por minuto, pongan una cruz roja detrás de su nombre en el libro. Deben anotar el nombre de cada enfermo de sarampión. Escriban también la fecha, cuánta medicina se le dieron, si le ponen gotas en los ojos y si le frotan el pecho. Anoten su pulso, su temperatura, su respiración.
Daudi me miró con preocupación.
Yah, Bwana, eso es mucho trabajo.
—Trabajo para salvar vidas —respondí—. Junto al líder habrá una enfermera para mezclar las medicinas. Llevará una botellita de medicina sobre su cabeza. El tercer miembro del equipo será el que se ocupe de los ojos y el pecho. Primero lava los ojos y luego le pone las gotas. Después frota el pecho y ...
Miré con aire interrogativo al personal. Respondieron al unísono.
—Se lava las manos, Bwana.
Asentí.
—Y Daudi, todos los líderes deben ver que los niños sean mantenidos en una parte limpia de la casa, lejos de los demás niños, que tengan mucha agua para beber y que ninguno de sus parientes golpee tambores, grite o haga cualquier cosa para mantenerlos despiertos.
Daudi asintió.
Bwana, no sólo haremos todo eso, sino que les hablaremos las palabras de salud y verán que nosotros hacemos todo lo que podemos para salvar vidas, salvar ojos y traer alegría a los corazones tristes.
—Una cosa más —agregué—, antes de que se vayan, recuerden que no sólo debemos mejorar a la gente enferma, sino también llevar la buena noticia de un camino que hace salir de una enfermedad peor que el sarampión, una enfermedad que siempre mata, no a los cuerpos sino a las almas. Aprovechemos todas las oportunidades posibles para hablar de Jesús a la gente.
Bwana —dijo Daudi—. Esta mañana he leído que Jesús dijo: “No me elegisteis vosotros a mí, sino que yo os elegí a vosotros y os he escogido para que llevéis mucho fruto”. ¿Y no somos como árboles Bwana?
—Lo somos, Daudi. Pero ¿qué utilidad tiene un árbol de mango si sólo tiene hojas?
Yah, no se pueden comer las hojas —dijo Daudi.
—Daudi, ¿cuál es el valor de la palma bananera?
—Se puede usar para envolver paquetes, Bwana, y las hojas sirven como sombrillas de emergencia, pero yah, lo que trae alegría a nuestros estómagos es el fruto.
—Recuerda —dije—, que Dios espera que todos ustedes aprovechen las oportunidades no sólo para ayudar a la gente que tiene sarampión, sino también para mostrar por lo que hacen y por la manera en que lo hacen que ustedes pertenecen al Hijo de Dios.