Jueces 12:1-6: Querellas entre hermanos

Judges 12:1‑6
Cuando el pueblo de Dios no ha abandonado el primer amor, o cuando su conducta demuestra el poder espiritual necesario, esta calamidad es evitada: es lo que había sucedido en el tiempo de Gedeón. El designio continuo de Satanás es el de desunir a los hijos de Dios: porque él sabe que la fuerza de los creyentes consiste en su unión alrededor de un centro común, el Señor. Si no puede destruir esta unidad establecida de Dios, buscará aniquilar su manifestación confiada a nuestra responsabilidad: y, lo sabemos bien, Satanás ha logrado con creces sus propósitos: el lobo dispersó las ovejas.
En los tiempos de Josué caracterizado por el poder del Espíritu Santo actuando a favor de Israel, el esfuerzo del enemigo para dividir al pueblo fue frustrado cuando el conflicto suscitado por el altar de Ed (capítulo 22). Gracias a la energía y el celo de Finees, sacerdote, la introducción de principios sectarios fue impedida: aun corriendo el peligro de una lucha entre hermanos, se pusieron a la brecha para mantener los principios divinos, porque la unidad del pueblo tal como Dios la había establecido, tenía más valor entonces que las relaciones corteses entre hermanos. Lección importante que todos hemos de aprender si queremos ser fieles a Dios. Más tarde, en el tiempo de los Jueces, cuando el celoso Efraim reconvino a Gedeón, la querella fue evitada gracias a la humildad de Gedeón que estimaba los rebuscos de Efraim, mejores que las vendimias de Abiezer (capítulo 8:1-3). En esta oportunidad, y más aún en la que nos ocupa, no se trataba ya de principios qué defender; el descontento de Efraim tenía por causa el sentimiento de su propia importancia, calmado otrora por la humildad de Gedeón, pero no juzgado en su conciencia, encubierta en el corazón, pronto reapareció.
Una falta no juzgada en nuestra vida cristiana se vuelve a reproducir tan pronto como las mismas circunstancias se presentan de nuevo: es lo que sucedió aquí. “Y juntándose los varones de Efraim pasaron hacia el Aquilón y dijeron a Jefté: ¿Por qué fuiste a hacer guerra contra los hijos de Amón y no nos llamaste para que fuéramos contigo? Nosotros quemaremos a fuego tu casa contigo” (versículo 1). El estado moral de la tribu de Efraim es malo: prefiere más la esclavitud de Amón que una herida a su orgullo. Había rebuscado en la lucha contra Madián, pero hoy, esperando el impulso de afuera, Efraim no había hecho nada. Esta negligencia no lo hace menos celoso de los resultados obtenidos por la fe de sus hermanos: es una trampa que Satanás tiende a menudo y en la que fácilmente caemos. Como en los Jueces, hoy es el tiempo en que Dios debe tomar por testigo a los más débiles, los más pobres, los menos calificados entre Su pueblo para Su obra. Actuando así Dios avergüenza a los que se creen “poderosos”, “ricos”: aquellos en cuyos ojos nada tiene importancia sino lo que hacen, ni se regocijan de lo que Dios ha hecho por intermedio de otros.
En el tiempo de Débora, la tribu de Efraim había ocupado las primeras filas: en tiempo de Gedeón, las últimas: ahora, en tiempo de Jefté, Dios no la tuvo en cuenta. De sus bendiciones anteriores sólo les quedaba el recuerdo; pues Efraim sentía la necesidad de hacer valer su importancia: el orgullo nacional, el orgullo religioso, el orgullo de casta, es la hinchazón producida por una lepra escondida. Y por otra parte, ¿qué hallamos en Jefté? No existe el desinterés ni la humildad de un Gedeón: no estuvo en su escuela. Responde por su “yo” herido al “yo” egoísta de Efraim: “Yo tuve y mi pueblo, una gran contienda con los hijos de Amón, yo os llamé, y no me defendisteis de su mano. Viendo pues que no me defendisteis, yo puse mi alma en mi palma y yo pasé contra los hijos de Amón: y Jehová los entregó en mi mano. ¿Por qué pues habéis subido hoy contra mí para pelear conmigo?” (versículos 3-4).
Jefté habla de él, hace valer su importancia despreciada, forma un partido. Antes se había identificado con todo el pueblo de Jehová proclamando su unidad frente a las demandas de los Amonitas: ahora él dice: “Yo y mi pueblo” que es Galaad en oposición a Efraim. La querella se encona: Efraim contesta a Jefté: “Vosotros sois fugitivos de Efraim, vosotros sois Galaaditas entre Efraim y Manasés”; no son ya sus hermanos israelitas sino despreciables “sectarios”: la pelea empieza. En esta querella no hay ningún principio divino en juego, de ambos lados no hay más que vanidad, importancia personal, palabras inflamadas por corazones que se odian. En los vados del Jordán, lugares donde se copaba al enemigo, donde expresaban otrora su unidad por las doce piedras puestas en el río, los hermanos israelitas se distinguen para degollarse por el modo de pronunciar una palabra: “Shibolet”, esto es espiga: denominación que reemplaza el nombre de Jehová. “Y murieron entonces de los de Efraim, cuarenta y dos mil” (versículo 5).
Estemos en guardia contra tales trampas satánicas que caracterizan especialmente los tiempos actuales de la ruina: es la guerra en la familia de Dios. Tengamos corazones anchos en cuanto a la obra de Dios confiada a otras manos que las nuestras: tiene el mismo valor a ojos de Dios que la nuestra: oremos para que Su obra confiada a todos lleva su fruto. Encadenado en Roma, el apóstol Pablo se regocijaba al oír proclamado el nombre de Cristo por los que lo hacían con motivo de agregar aflicción a sus prisiones: y encomendaba por otra parte a los Filipenses, que oraran para que esté acompañado con el poder del Espíritu Santo. Ningún tiempo está al abrigo de estas querellas: las vemos ya en el comienzo de la Iglesia: murmuraciones y celos se elevaron entre los griegos y hebreos por motivos materiales. A más de la humildad fue necesaria la sabiduría de los apóstoles quienes cedieron a otros el cuidado de servir a las mesas, servicio que les habría puesto frente a la administración material de la asamblea, para perseverar en la oración y el servicio de la Palabra de Dios (Hechos 6:11And in those days, when the number of the disciples was multiplied, there arose a murmuring of the Grecians against the Hebrews, because their widows were neglected in the daily ministration. (Acts 6:1)). Tales actos de humildad alcanzan la conciencia y cortan por lo sano las astucias de Satanás contra el testimonio, saliendo éste beneficiado. Solo seis años de reposo fueron el resultado de la victoria bajo la judicatura de Jefté (versículo 7).