Jueces 8:1-23: Dificultades y peligros

Judges 8:1‑23
Dios ha manifestado Su poder poniendo en fuga los ejércitos de Madián por la acción de los trescientos elegidos: se trata ahora de perseguir al enemigo, ampliar la acción y dar mayor alcance a la victoria. “Que os sea hecho según vuestra fe”, es un principio tanto del Antiguo como del Nuevo Testamento, que Pablo supo aprovechar cuando hubo llegado a Tesalónica: después de la predicación del Evangelio que realizó allí, la Palabra del Señor fue divulgada en todo lugar por los mismos Tesalonicenses (1 Tesalonicenses 1:88For from you sounded out the word of the Lord not only in Macedonia and Achaia, but also in every place your faith to God-ward is spread abroad; so that we need not to speak any thing. (1 Thessalonians 1:8)). Gedeón ha despachado mensajeros en Efraim, allí ha dado la alarma y sus guerreros han tomado los vados del Jordán: matan a dos príncipes de Madián: Oreb y Zeeb. Pareciera que se va a obtener una victoria completa, con todos sus beneficios: pero el enemigo está en acecho y no faltará suscitar dificultades para impedir lograrlos. Desde que vamos caminando con Dios, llevando Su testimonio, podemos estar seguros que Satanás nos espera en alguna vuelta y que el camino se hallará sembrado de peligros. Esta es la experiencia que hiciera Gedeón.
En el capítulo anterior hemos visto que la lucha no se desarrolló sin sacrificio, día y noche se debía estar alerta. Ahora Gedeón y sus trescientos hombres van a tropezar con los altercados de la tribu de Efraim: “¿Qué es esto que has hecho con nosotros, no llamándonos cuando ibas a la guerra contra Madián? Y reconviniéronle fuertemente” (versículo 1). Como lo notáramos, el orgullo es uno de los elementos de la ruina. Unos cincuenta años antes, cuando Débora y Barac habían salido a la guerra contra Jabín, la tribu de Efraim había ocupado el primer puesto: sus hombres habían sido los primeros en ir a la lucha, ahora han retrocedido, ocupan la retaguardia: mientras que las primeras filas están ocupadas por Gedeón y sus hombres, seleccionados entre la tribu de Manasés. Por su parte la tribu de Neftalí permaneció fiel en su puesto desde la guerra contra Jabín: Aser ha hecho progresos: abandonó sus puertos para acudir a la lucha contra Madián.
Durante los años de opresión, bajo el hambre, Efraim no tomó ninguna iniciativa para sacudir el yugo: esperaron pasivos hasta el llamamiento de Gedeón, pero una vez el enemigo ya derrotado, se enfadan por no haber sido solicitados antes. Efraim tenía conciencia de su importancia, y se sintió herido cuando se le desconoció. Esto es el origen de muchos alegatos y dificultades entre hermanos, mucho más delicados de solucionar que una lucha franca contra el mundo. ¿No es lo que nos muestran los discípulos ocupados de su propia importancia? “Hubo entre ellos una contienda, quien de ellos parecía ser el mayor”; mientras el Maestro tenía la cruz delante de Él (Lucas 22:2424And there was also a strife among them, which of them should be accounted the greatest. (Luke 22:24)).
Tres querellas entre hermanos relata el libro de los Jueces: dos fueron originadas por el mismo Efraim y la otra por Benjamín. La primera se solucionó con la humildad, la segunda con armas carnales y la tercera con la disciplina de Dios. Al surgir altercados entre hermanos, ¿cuál es el recurso? Una completa humildad: Gedeón ha aprendido esta lección mientras Dios se la enseñaba: él sabía el porqué. No era tan sólo para poder luchar contra Madián, el enemigo exterior, mas también para conjurar el peligro interno. No le fue difícil a Gedeón mostrar humildad en presencia de sus airados hermanos efraimitas: había aprendido que no tenía más valor que un pan de grosera cebada. Hubiera podido decir: ¿no soy yo a quien Dios ha llamado, a quien revistió de Su Espíritu para conducir al pueblo a la victoria? Los trescientos que me acompañan, han sido seleccionados entre treinta y dos mil: somos nosotros los que nos hemos enfrentado al peligro. Pues bien, frente a sus hermanos se cuida mucho de hablar de sí mismo: “¿Qué he hecho yo como vosotros? ¿No es el rebusco de Efraim mejor que la vendimia de Abiezer?” (versículo 2). Gedeón pondera la acción de Efraim en la batalla, abandona los resultados a sus hermanos, pero nombra a Dios primero: “Dios ha entregado en vuestras manos a Oreb y Zeeb, ¿qué pude hacer yo como vosotros?” (versículo 3). Entonces el enojo de los hermanos se aplaca, hermosa ilustración de la sentencia del sabio: “La blanda respuesta quita la ira” (Proverbios 15:11A soft answer turneth away wrath: but grievous words stir up anger. (Proverbs 15:1)).
“El siervo no es más que su señor”. “El siervo del Señor no debe ser litigioso sino manso con todos, sufrido, que con mansedumbre corrija a los que se oponen” (2 Timoteo 2:2424And the servant of the Lord must not strive; but be gentle unto all men, apt to teach, patient, (2 Timothy 2:24)), esperando la operación de Dios que les dé arrepentimiento para conocer la verdad. La enseñanza del apóstol Pablo a los Corintios previene el peligro en que habían caído los efraimitas: los miembros del cuerpo aparentemente menos dotados no abandonan el lugar que les pertenece porque otros son más dotados que ellos: “Si dijere el pie, porque no soy mano, no soy del cuerpo: si dijere la oreja: porque no soy ojo, no soy del cuerpo”. Y los más dotados no se creerán los únicos necesarios, despreciando a los demás al considerar nada más que su propia importancia: “Ni el ojo puede decir a la mano: no te he menester: ni asimismo la cabeza a los pies, no tengo necesidad de vosotros” (1 Corintios 12). Todos los miembros son igualmente necesarios: Dios ha colocado cada uno en el cuerpo como Él quiso. No debe sentir complejo de superioridad, ni de inferioridad si el estado espiritual es según Dios. Mas ¡ah! cuántas veces no es ese el caso: uno se siente herido porque no se ha reconocido la importancia que él mismo se atribuía; otro estima haber recibido una parte demasiado insignificante en la obra, en lugar de apreciar con gratitud el servicio que Dios ha dado a otro.
Otras ofensas se presentan: más acerbas esta vez que las quejas injustas de Efraim. Gedeón y sus trescientos hombres han pasado el Jordán, “cansados pero siguiendo el alcance” (versículo 4), probando en sus cuerpos la amortiguación que precisamente habían demostrado al quebrar los cántaros: porción que les toca a los creyentes en su testimonio para alcanzar el blanco, cueste lo que cueste. Pero es normal que las fuerzas físicas disminuyan con la intensidad del trabajo o con la edad: la exhortación del Señor está de sazón entonces: “Venid vosotros aparte en un lugar desierto y descansad un poco” (Marcos 6:2121And when a convenient day was come, that Herod on his birthday made a supper to his lords, high captains, and chief estates of Galilee; (Mark 6:21)). Sin embargo, hay casos cuando los luchadores no se pueden detener y es eso lo que sucedía a Gedeón y sus hombres: precisaría una doble medida del poder divino porque un hombre cansado se deja más fácilmente enojar o desalentar.
El ejército con su jefe han cruzado el Jordán, y llegan a Sucot, una ciudad israelita de la tribu de Dan: “Yo os ruego”, les dice Gedeón, “que les deis a la gente que me sigue algunos bocados de pan porque están cansados y estoy persiguiendo a Zeba y Zalmuna, reyes de Madián” (versículo 5). No pide para él sino para sus valerosos pero cansados guerreros: Sucot rehúsa: lleva el nombre de Israel, pero rompió toda solidaridad con sus hermanos fieles a Dios y pierde la ocasión de colaborar con Dios. “¿Acaso los puños de Zeba y Zalmuna están ya en tu mano para que demos pan a tu tropa?” (versículo 6). Tienen confianza en el poder del enemigo, no quieren comprometerse aborreciendo a los débiles: de hecho, sostienen al enemigo.
Muchos son los que a la par de llevar el nombre de cristianos, no confían en el llamamiento de Dios en cuanto a tal o cual hermano que sale para la obra: le pondrían más bien trabas para impedirle lograr victorias sobre el enemigo. No nos maravillemos de esto, pero que ni aún una justa indignación nos detenga en el camino de la victoria: el castigo contra ese espíritu traicionero y vil tendrá lugar después. En Sucot no se halló una Abigail que se pusiera a la brecha para proveer a las necesidades de Gedeón: ni un Melquisedec para venir con pan y vino a sostener al luchador. Dios proveerá a las necesidades de Sus guerreros por los medios que encontrará bien pero la victoria final será alcanzada. En Peniel experimentan la misma negativa: la prueba es grande para Gedeón; sin embargo Satanás no logra defraudar a los que perseveran: prosiguen y alcanzan al enemigo. Sucot y Peniel perdieron la oportunidad de unirse a la lucha con Dios y aprenderán con las espinas y los cardos del desierto, lo que vale romper la comunión con los hermanos y aliarse con los enemigos de Dios.
¿Habremos hecho suficientemente resaltar en el testimonio de Gedeón la armonía de sus caracteres: la humildad, la energía de la fe, la entereza, la desconfianza de sí mismo, la perseverancia? Aunque la humildad y la energía de la fe son los dos caracteres más salientes de Gedeón, los que deberían ser siempre los nuestros también, es de estos lados donde parecía ser el más fuerte, que Satanás le arma una trampa que le hará finalmente ocasionar su caída. Gedeón ha alcanzado al enemigo, Zeba y Zalmuna están en su poder, pero entabla una conversación con ellos. Sabemos la experiencia que hizo Eva al sostener una conversación con el tentador: “¿Qué manera de hombres eran aquellos que matasteis en Tabor?” pregunta Gedeón: y ellos respondieron: “Como tú, tales eran aquellos, ni más ni menos, que parecían hijos de rey” (versículo 18). La serpiente no perdió su astucia, gratifica a Gedeón con una hermosa distinción: un hijo de rey; jamás se lo había dicho Dios. Los reyes vencidos no ahorran a Gedeón sus alabanzas tanto más peligrosas cuanto que no parecían tener motivo interesado: pues Satanás habla a Gedeón con el solo fin de arrebatarle las armas que Dios le ha dado para vencerlo.
No vemos que las lisonjas de Zeba y Zalmuna hayan desviado a Gedeón del camino de Dios; sin embargo han logrado hacerle perder su discernimiento: “Vive Jehová”, les contesta, “que si les hubierais guardado la vida, no os matara yo” (versículo 19). ¡Dios ha entregado al enemigo en manos de Gedeón, y ahora les hubiera guardado la vida! A menudo el cristiano hace lo mismo, en lugar de dar muerte a lo que ha sido crucificado con Cristo, simbolizado aquí “por los hermanos de Gedeón, hijos de su madre” (versículo 19). Además Gedeón parece haber perdido la noción del poder del adversario que combate: no le teme como antes, lo desprecia más bien. Confía a su hijo la tarea de destruir al enemigo: “Y dijo a Jeter su primogénito: levántate, y mátalos: mas el joven no desenvainó su espada, porque tenía temor” (versículo 20).
Cuando la conquista de Canaán frente a Hai, Israel había aprendido a no desestimar el poderío enemigo: en otra ocasión había aprendido a no demostrar ninguna debilidad en su presencia. “Acercaos, poned vuestros pies sobre el cuello de estos reyes, sed firmes”, dijo Josué, tan alta era la estima que tenía del poder del enemigo, y la del poder de Jehová a la vez. Hay un tiempo para desenvainar la espada y un tiempo para guardarla en la vaina: el discípulo Pedro no lo supo discernir, sacó la espada cuando no la hubiera debido empuñar, ¿por qué? porque cuando el Señor le dijo: “He aquí Satanás os ha pedido para zarandearos como a trigo”, lleno de confianza en la carne, y despreciando el poder del enemigo, contestó al Señor; “Pronto estoy a ir contigo aún a cárcel y a muerte” (Lucas 22:3131And the Lord said, Simon, Simon, behold, Satan hath desired to have you, that he may sift you as wheat: (Luke 22:31)).
Era el tiempo de desenvainar la espada en contra del enemigo vencido pero el joven Jeter tenía miedo. Nos pasa a veces lo mismo: hoy día es tiempo de desenvainar la espada, la del Espíritu que trae la vida para el pecador y la muerte para el pecado. Estas dos cosas nos conviene tener siempre presente en la lucha cristiana: recelo en cuanto a la carne y el poder de Satanás, y plena seguridad en cuanto a la potencia de Dios. Gedeón había eliminado de su ejército a todos los temerosos: pero he aquí que, frente a la incapacidad manifiesta de su hijo, Gedeón proporciona a Satanás una nueva ocasión para lisonjearle: “Levántate”, dicen Zeba y Zalmuna, “mátanos porque como el varón tal es su valentía” (versículo 21). Dios le había dicho: “Jehová es contigo, varón esforzado”, pero estaba en la presencia de Dios, además era Dios quien se lo decía: ahora es Satanás. Tal es la táctica del enemigo desde el principio: emplea las mismas palabras de Dios para seducir al creyente que ha perdido el discernimiento espiritual y lo hace caer en la trampa que le ha tendido.
“Nunca fuimos lisonjeros en la Palabra”, escribe Pablo a los Tesalonicenses, “por lo cual también nosotros damos gracias a Dios sin cesar de que recibisteis, no palabra de hombres, sino según es en verdad la Palabra de Dios”. No les habían llevado al Evangelio mediante palabras que ensalzan su buena opinión de sí mismos. “Ni buscamos de los hombres gloria ni de vosotros ni de otros”. Ejemplo tan necesario y olvidado: “Conoce su biblia de punta a punta; qué bien predica usted”. Una hermana había dicho al predicador al terminar una reunión; ¡cómo ha hablado bien! a lo que éste contestó: Satanás me lo había dicho antes que usted. Darle un lugar por encima del que le conviene a un siervo o que él mismo tome, es salir fuera del ejemplo dado: “Nadie piense de mí” —escribe el apóstol Pablo— “más de lo que en mí ve u oye de mí” (2 Corintios 12:66For though I would desire to glory, I shall not be a fool; for I will say the truth: but now I forbear, lest any man should think of me above that which he seeth me to be, or that he heareth of me. (2 Corinthians 12:6)).
Pero he aquí, Gedeón tiene que vérselas con otro peligro. Después del orgullo de Efraim, de las negativas de Sucot y Peniel, de los halagos del enemigo, una tentación surge proviniendo del pueblo de Dios: “Los israelitas dijeron a Gedeón: sé nuestro señor, tú, y tu hijo y tu nieto” (versículo 22). Nada más natural que después de semejante liberación obtenida, que Gedeón sea elegido jefe de su pueblo. Nada más natural en el corazón del hombre que poseer un jefe en quien se pueda contar: pero, en realidad, los hombres de Israel quieren poner a su conductor en lugar de Jehová: darle autoridad y jerarquía. No hay nadie más presto que el pueblo de Dios para constituir y establecer una autoridad humana en lugar de la de su Dios: pues en el pueblo cristiano, esta autoridad se llama “el clero”.
El feliz y provechoso ministerio de un obrero, como la energía triunfante de un Gedeón, nos hace peligrar cambiar al siervo de Dios en un ministro. Así se pierde de vista al Señor mismo quien es el que dio dones a la Iglesia: “Mas no será así entre vosotros: antes, cualquiera que quisiera hacerse grande entre vosotros, será vuestro servidor”; “¿Cuál es el mayor, el que se sienta a la mesa o el que sirve? ¿No es el que se sienta a la mesa? Y Yo soy entre vosotros como el que sirve”. Este es el divino modelo. Los ancianos son llamados a apacentar la grey del Señor pero no a dominar sobre las heredades que sólo a Él le pertenecen. “No seáis llamados maestros: porque uno solo es vuestro Maestro, el Cristo”: teniendo ese mismo espíritu, Gedeón contesta a los hombres de Israel: “No seré sobre vosotros, ni mi hijo os señoreará; Jehová será vuestro Señor” (versículo 23).