Jueces 16: Derrota y restauración

Judges 16
“Y Samsón juzgó a Israel veinte años” (Jueces 15:31): comparando este texto con el versículo veinte del capítulo anterior, descubrimos que entramos aquí en un nuevo período de la historia de Samsón; el que nos dirá cómo perdió su nazareato, y la restauración que por un momento, el último, le devolvió su fuerza. Dios había preservado a Su siervo de una unión definitiva con una filistea idólatra; pero las circunstancias que le impidieron realizar esta unión no han servido de escarmiento para él. No lo han detenido en la pendiente natural de su corazón: “Y fue Samsón a Gaza y vio allí una mujer ramera y entró a ella” (versículo 1). Samsón había buscado al mundo idólatra en Timnat, ahora no teme asociarse momentáneamente con el mundo sucio en Gaza. “Caeré en manos de los incircuncisos”, había exclamado en su oración, y ahora él se entrega en sus manos, olvidando el peligro.
Una disposición mundana no juzgada conduce necesariamente a caídas más graves; es así como en la historia de la Iglesia, la idolatría de Pérgamo conduce a la unión adúltera de la mujer Jezabel en Tiatira. En Gaza el nazareo no ha perdido su poder, el secreto de su consagración a Dios subsiste aún; no fue sino una asociación pasajera, una mancha a la santidad de su nazareato. Samsón pasa allí una noche turbada, acechado por sus mortales enemigos; se despierta de su sueño a medianoche. Para salir de Gaza donde se hallaba encerrado, “tomó las puertas de la ciudad con sus dos pilares y sus cerrojos, echóselas al hombro, y fuése y subióse con ellas a la cumbre del monte que está delante de Hebrón” (versículo 3). Su fuerza lo libra de sus enemigos, pero esta hazaña es sin provecho para su pueblo porque no es resultado del Espíritu de Jehová. Samsón volverá a Gaza pero en una noche que no tendrá ninguna mañana, sus ojos enceguecidos por la concupiscencia de la carne no se volverán a abrir.
Una vez despertado del sueño moral que lo apresó, el creyente realiza esta promesa: “Te alumbrará Cristo” (Efesios 5:1414Wherefore he saith, Awake thou that sleepest, and arise from the dead, and Christ shall give thee light. (Ephesians 5:14)); cuando “a media noche” el clamor ha despertado a las vírgenes dormidas, la venida del Esposo es la señal de entrada a las bodas para unas, y el de un terrible fin para otras. ¡Cuántos rayos hacen resplandecer la gloria de Dios sobre los Suyos después de un sueño funesto! Más de una vez la historia de Samsón nos recuerda a Cristo: su victoria sobre el león de Timnat, y también la hazaña de las puertas de Gaza.
Cuando el Señor se levantó de la muerte redujo a la nada todos los designios del enemigo; quebrantó las puertas de una fortaleza inexpugnable para el hombre; llevó cautiva la cautividad; subió a lo alto; llevó los trofeos de Su victoria. La muerte, fortaleza de Satanás, despojada ya de sus puertas para detener a los cautivos, se cambió para ellos en un pasaje hacia la gloria. Ningún cerrojo ha podido guardar a Cristo, la montaña donde subió el Hombre resucitado que hace frente a Hebrón, donde los sepulcros guardan los cuerpos de los que murieron en la fe (Génesis 23:33And Abraham stood up from before his dead, and spake unto the sons of Heth, saying, (Genesis 23:3)), es segura garantía.
Lo hemos dicho ya: no hay siervo de Dios que no sea llamado a reproducir algún rasgo de la persona del Salvador. ¡Ah, cuán bello hubiese sido ver a Samsón ser una fiel imagen de Cristo en Su victoria sobre la muerte, como lo había sido sobre el león rugiente! ¿De dónde salía ese valiente con las puertas de Gaza sobre sus hombros? ¿Para quién combatía? ¿Quién lo había puesto en tan extrema situación? En todas estas circunstancias la historia de Samsón forma el más absoluto contraste con la de nuestro adorable Salvador. Esta discrepancia no pertenece sólo a Samsón; el profeta Jonás la ofrece también: echado en el mar, pasando tres días y tres noches en el vientre del pez, no cosecha sino el fruto de su desobediencia. Sin embargo el Señor lo toma para señalar mediante una sombra contra la luz, el camino que ha de seguir en Su perfecta obediencia para vencer la muerte.
Escuchemos el relato más humillante aún: Samsón desciende más bajo. La filistea de Timnat había agradado a sus ojos, la mujer de Gaza lo había atraído por un momento en sus redes, la de Sorec, Dalila, esto es, “pobreza”, se apodera de sus afecciones. Es allí donde termina el camino del hijo de Dios que cultiva los primeros movimientos de su corazón natural en lugar de juzgarlos de raíz y para siempre. Hasta aquí Samsón había guardado el secreto de sus relaciones íntimas con Dios. Poseía algo que el mundo aunque sentía sus efectos —no podía conocer y hacia cuyo origen no podía remontar—. Su fuerza era un enigma para sus enemigos; sufrían sus golpes dirigidos contra ellos, razón por la cual los volvía más ávidos de arrancarle su secreto, para hallar las armas adecuadas que vencerían al siervo de Jehová. Su larga cabellera, señal que le era particular, sin duda, constituía un testimonio de separación para Dios, y a menos que su secreto fuese traicionado, nadie podía pensar que estos cabellos, figura de dependencia y abnegación de sí mismo, fuesen para el nazareo la fuente de su fortaleza. “Engáñele, y sabe en qué consiste su grande fuerza”, dicen los príncipes de los Filisteos a Dalila (versículo 5).
Poseer y guardar un secreto es lo que testifica la intimidad con un amigo; “El secreto de Dios es para los que le temen”; el mundo no tiene nada que ver en esta intimidad. “Os he llamado amigos porque todas las cosas que oí de Mi Padre os he hecho notorias” (Juan 15:1515Henceforth I call you not servants; for the servant knoweth not what his lord doeth: but I have called you friends; for all things that I have heard of my Father I have made known unto you. (John 15:15)). Cuando Pilato pregunta a Jesús: “¿De dónde eres Tú?”, Jesús no le dio respuesta. A todas las cosas que Herodes le pregunta, éste no recibe ninguna contestación. “¿No respondes algo? ¿Qué atestiguan estos contra ti?” —pregunta el sumo pontífice— “mas Él callaba y nada respondía” (Marcos 14:6060And the high priest stood up in the midst, and asked Jesus, saying, Answerest thou nothing? what is it which these witness against thee? (Mark 14:60)). Mientras que Samsón da lo santo a los perros, echa sus perlas delante de los puercos, luego las van a rehuellar y se volverán contra él (Mateo 7:66Give not that which is holy unto the dogs, neither cast ye your pearls before swine, lest they trample them under their feet, and turn again and rend you. (Matthew 7:6)).
Pero antes de entregar su secreto, Samsón entregó su corazón; ama a Dalila, hélo aquí, “casado con hija de dios extraño” (Malaquías 2:1111Judah hath dealt treacherously, and an abomination is committed in Israel and in Jerusalem; for Judah hath profaned the holiness of the Lord which he loved, and hath married the daughter of a strange god. (Malachi 2:11)). Y Jehová a quien pertenece no puede sufrir un corazón adúltero: “Ningún siervo puede servir a dos señores” (Lucas 16:1313No servant can serve two masters: for either he will hate the one, and love the other; or else he will hold to the one, and despise the other. Ye cannot serve God and mammon. (Luke 16:13)). Es imposible que nuestro corazón abrigue afecciones para el mundo y para Dios a la vez: “Porque o aborrecerá al uno y amará al otro” (Mateo 6:2424No man can serve two masters: for either he will hate the one, and love the other; or else he will hold to the one, and despise the other. Ye cannot serve God and mammon. (Matthew 6:24)). Amando a Dalila, Samsón hace profesión de aborrecer a Dios, por lo menos de hecho si no en secreto. “Adúlteros y adúlteras, ¿no sabéis que la amistad del mundo es enemistad con Dios?” (Santiago 4:44Ye adulterers and adulteresses, know ye not that the friendship of the world is enmity with God? whosoever therefore will be a friend of the world is the enemy of God. (James 4:4)). Tal era la situación de Samsón.
Otros como él han caído en el ardid: Demas había amado a los hermanos, había trabajado en la obra del Señor, luego se había enfriado y el mundo entró en su corazón; Judas llevaba la bolsa, pero la tenía en su corazón, la que había impedido a la palabra de vida penetrar en él. “El camino de Balaam” tiene el mismo punto de partida: amó el premio de la maldad (2 Pedro 2:1515Which have forsaken the right way, and are gone astray, following the way of Balaam the son of Bosor, who loved the wages of unrighteousness; (2 Peter 2:15)). Samsón perdió su nazareato, allí donde el rey Salomón perdió su reino: “En el tiempo de su vejez sucedió que sus mujeres torcieron su corazón tras otros dioses”. “No améis el mundo ni las cosas que están en el mundo”, dice el apóstol Juan a los jóvenes en la fe. No estamos llamados a salir del mundo, permanecemos constantemente en contacto con él; pero otra cosa es amarle, hallar su satisfacción y su placer en él.
Figura poco simpática la de Dalila; una sola cosa cuenta para ella: el dinero. Si logra arrancar el secreto de Samsón, cada príncipe de los Filisteos le dará “mil y cien piezas de plata” (versículo 5). Menos estimación tuvo Judas por su Maestro, por treinta piezas fue vendido el verdadero nazareo, y por veinte el joven José, otro nazareo. Los Filisteos saben suputar el valor de sus enemigos; todo será subordinado al interés, la codicia y el engaño en Dalila; la concupiscencia en su víctima son las armas del juego cruel que desempeña la mujer con su amante, armas diabólicas que le darán la victoria. Samsón no parece tomar las cosas en serio; se creería casi que juega al hacerse atar con cuerdillas frescas, luego con cuerdas nuevas, luego dejarse tejer los cabellos con la trama de la tela; mas la red se cierra cada vez más hasta que esté preso.
No saca más satisfacción con Dalila que con la joven de Timnat: “Le acosaba con palabras todos los días y le apremiaba hasta que su alma fue molestada hasta la muerte” (versículo 16). Sin querer ennegrecer demasiado el cuadro, ¿no es lo que puede suceder entre los cónyuges cristianos e inconversos? El creyente resiste largo tiempo a los requerimientos del otro que insiste para obtener sus satisfacciones mundanas; nos representamos fácilmente las situaciones penosas expresadas en nuestro texto. El mundano duda del amor de su compañero cristiano, y con razón dirá: “¿Cómo dices, yo te amo, pues que tu corazón no está conmigo?” (versículo 15). En el fondo, el corazón de Samsón no estaba sino en parte con Dalila y en parte con Dios; de allí ese combate, esa lucha, esa desazón. Su conciencia habla, no le da reposo; su alegría está emponzoñada. Finalmente el nazareo cede; sacrifica el vínculo secreto de su alma con Dios, renuncia a su consagración: “Descubrióle todo su corazón: nunca a mi cabeza llegó navaja: porque soy nazareo de Dios desde el vientre de mi madre. Si fuere rapado, mi fuerza se apartará de mí y seré debilitado, y como todos los hombres” (versículo 17).
Por fin Dalila va a recibir su plata: “Envió a llamar a los príncipes de los Filisteos diciendo: venid esta vez, porque él me ha descubierto todo su corazón. Y los príncipes de los Filisteos vinieron a ella, trayendo en su mano el dinero” (versículo 18). Expresión dolorosa en su realismo: “Dalila tomó a Samsón y le hizo dormir sobre sus rodillas” (versículo 19). Sueño maldito del creyente, quien si no puede perder la vida eterna, cae sin embargo en un estado de humillación y flaqueza tal, que se deja despojar por el mundo. Es fácil para un filisteo rasurar las siete trenzas del nazareo quien ya no se da más cuenta de nada, está dormido sobre las rodillas donde halla su placer. La expresión de su dependencia de Dios ha desaparecido con su fuerza, y despertado por el grito traicionero de Dalila: “¡Samsón, los Filisteos sobre ti!”, el nazareo cree poder zafarse: “Esta vez saldré como las otras, y me escaparé”. ¡Es tarde ya! Aunque en apariencia Samsón fuese tan robusto y su exterior tan notable como antes, Jehová se había apartado de él. ¡Cuántas veces le pasa esto al cristiano en comunión con el mundo! Su apariencia es la misma, sus predicaciones son tan elocuentes como antes, la congregación va progresando tal vez, sin embargo el poder del Espíritu Santo no existe; la verdadera obra de Dios no se realiza en los corazones. Hay aumento de volumen, pero es la hinchazón de la levadura, o el crecimiento del árbol donde anidan todas las aves del cielo.
Bajo el castigo de Dios, la desgracia alcanza a Samsón; el enemigo lo encadena, le quita la vista, y debe retornar a Gaza, cual miserable esclavo. Desde su primera visita a este lugar donde su pecado lo había conducido, su camino había descendido siempre más hasta llegar a esta sombría cárcel donde quedará atado hasta el fin de sus días; y las pocas fuerzas que le quedan sirven para provecho de sus enemigos. Pero, no nos engañemos, el mundo odia más aun a Dios que a Samsón el nazareo vencido; éste viene a ser el testimonio de la victoria aparente del falso dios Dagón sobre Jehová el verdadero Dios. “Entonces los príncipes de los Filisteos se juntaron para ofrecer sacrificio a Dagón su dios, y para alegrarse; y dijeron: nuestro dios entregó en nuestras manos a Samsón nuestro enemigo. Y viéndole el pueblo, loaron a su dios” (versículo 23). La falta de realidad en la vida de los cristianos se torna en el arma más poderosa del mundo contra Cristo; despreciando al creyente infiel a su Señor, es contra Él que Satanás y el mundo hacen rebotar sus burlas. Pero sus alegrías son por poco tiempo.
Jehová tenía el ojo sobre toda esta escena. La historia de este último juez de Israel en la fila antes de Samuel no concluye con esta triste derrota. Dios tendrá la victoria final a despecho de la infidelidad de Su testigo y la burla del enemigo. En la soledad de la prisión, Dios ha hablado a Su siervo humillado; en la esclavitud, el pensamiento de Jehová tiene más poder en su corazón ahora que en la libertad. Si su nazareato no puede ser recobrado, sin embargo, en una medida por lo menos, vuelve a encontrar el vínculo que une su alma a Dios: “El cabello de su cabeza comenzó a crecer después que fue rapado” (versículo 22). El mundo no lo notó; los Filisteos no pensaron en rasurarle una segunda vez como medida de seguridad. ¿Quién temería a un preso ciego y encadenado? ¿Quién en el mundo conoce el secreto de Jehová? Pablo estuvo preso, estuvo también en cadenas, pero su nazareato, el secreto de su comunión con el Señor y el poder de la Palabra le pertenecía en su plenitud; ésta alcanzaba a todos los que le oían.
“Y aconteció que yéndose alegrando el corazón de ellos dijeron, llamad a Samsón para que divierta delante de nosotros” (versículo 25). ¡Qué cuadro tan ridículo ofrece el que había sido nazareo de Dios!: ciego y preso. Una vez que la Iglesia se hubo entregado al mundo, perdió también su inteligencia espiritual, su libertad y hasta todo sentido común; su historia lo comprueba. Pero la situación miserable de Samsón atraída por su pecado, y cuando éste le hubo privado de su fuerza, le otorga la ocasión de clamar a Dios. Es allí, en este estado ruin donde su alma reencuentra la luz del rostro de Dios; bajo el gobierno divino no podrá recobrar la vista ni la libertad, pero Jehová contestará a la ferviente súplica de su alma: “¡Jehová, Señor, acuérdate de mí, yo Te ruego, y esfuérzame!” (versículo 28).
Todos los que han clamado al Señor, aún desde el estado más miserable y caído de la Iglesia, todos los que se han separado y limpiado de la inmundicia idolátrica de la “mujer Jezabel” o de la muerte moral como espiritual que los rodeaba, recibieron las fuerzas necesarias para vencer. Si por su infidelidad la Iglesia dio lugar al poder del mundo sobre sí misma, éste, cuando la corrompe, pisotea los derechos de Dios sobre ella y atrae hacia sí, en el momento de su mayor triunfo, un juicio que, si bien pone fin a la existencia como a la miseria de los que hubieran debido ser fieles, destruye bajo un mismo castigo su poder y su gloria. En los detalles de la profecía, estas conclusiones se aplican también al pueblo judío; aunque el residuo fiel será salvado a través del juicio, para ser establecido sobre una base nueva y entrar luego en la gloria milenial. En cuanto a lo que nos toca a nosotros, el arrebatamiento de los santos en gloria celestial pondrá fin también a la flaqueza y miseria terrenal de la Iglesia, que dejará el mundo que la corrompió a la suerte de un juicio inmisericorde que lo alcanzará.
Ciego y esclavo por infidelidad a su Dios, es menester que Samsón perezca en el juicio que él mismo atrae sobre sus enemigos; se había identificado con los Filisteos mediante una mujer de este pueblo, es menester que lo sea en el juicio que lo alcanza. Samsón lo acepta y dice: “Muera yo con los Filisteos”. Recobrando su poder de otrora, Samsón se abrazó de las columnas de en medio, sobre las cuales se sustentaba la casa, e inclinándose con fuerza, cayó la casa sobre los príncipes de los Filisteos y sobre todo el pueblo (versículo 30). Victoria brillante sin duda, pero victoria sin mañana puesto que ninguna liberación resultó de ella para Israel. Poco tiempo después leemos en el capítulo cuatro del libro de Samuel, el relato de la toma del arca de Jehová y la derrota del pueblo de Dios.
Una vida que había comenzado bajo los más favorables auspicios, un testimonio que hubiera sido útil y bendecido, se hallan anulados por la concupiscencia de la carne. La fe era real en Samsón, su alma tenía contacto con Dios, hubo manifestaciones del poder divino en él, y sólo así llevó “fruto que permanece”. “Amados, yo os ruego ... os abstengáis de los deseos carnales que batallan contra el alma” (1 Pedro 2:1111Dearly beloved, I beseech you as strangers and pilgrims, abstain from fleshly lusts, which war against the soul; (1 Peter 2:11)), tal es la solemne conclusión que nos inspira el testimonio de Samsón. ¿La concupiscencia de la carne? No vayamos a suponer que Satanás no nos puede tentar con ella; jóvenes o viejos, casados o no, todos corremos el mismo peligro si Dios no nos guarda. Volvamos a leer el capítulo siete de los Proverbios, pensemos en Samsón; acordémonos de los ejemplos de la Palabra de Dios; pero tengamos fe en Aquel que es poderoso para guardarnos “sin caída”; “Si mi pie resbala, Tu bondad oh Jehová me sostendrá” (Salmo 94:1919In the multitude of my thoughts within me thy comforts delight my soul. (Psalm 94:19)).
Una noche, caminando sobre las aguas del mar de Galilea, Pedro desvió sus miradas del blanco que lo sostenía y empezó a hundirse; había un abismo bajo sus pies. La vigilancia es necesaria en todo el camino; en los primeros pasos principalmente. En los primeros días de Timnat, jamás Samsón se hubiera imaginado ver concluir su vida en la prisión de Gaza; todo era atrayente entonces, los ojos que contemplaban a la joven filistea debían entenebrecerse un día; la fuerza que había despedazado al cachorro de león, desaparecería también. “El mundo se pasa con su concupiscencia”. La niña de Timnat terminó quemada; la mujer de mala vida de Gaza siguió siendo ramera; Dalila quedó con su plata; y el nazareo fracasó, mientras que aquel “que hace la voluntad de Dios, permanece para siempre” (1 Juan 2:1717And the world passeth away, and the lust thereof: but he that doeth the will of God abideth for ever. (1 John 2:17)).
Seamos de aquellos que no tienen necesidad de un mal comienzo ni de un mal fin para hacer la experiencia de lo que vale la carne. El apóstol Pablo, hombre sujeto a las mismas flaquezas que las nuestras, evitó el uno y el otro mediante una disciplina preventiva. Pedro necesitó una grave caída y una disciplina correctiva para aprender a conocer lo que valía su “yo” en quien confiaba. Además, “si nos examinásemos a nosotros mismos, cierto no seríamos juzgados, mas siendo juzgados somos castigados del Señor, para que no seamos condenados con el mundo” (1 Corintios 11:31-3231For if we would judge ourselves, we should not be judged. 32But when we are judged, we are chastened of the Lord, that we should not be condemned with the world. (1 Corinthians 11:31‑32)).
Sólo Cristo, el Hombre perfecto, el nazareo sin mancha anduvo en un sendero de poder y santidad permanentes en las miles circunstancias diversas por las cuales Dios lo condujo. Sin embargo, terminar como un Samsón cuya vida presenta tantos contrastes, terminar como un Jacob quien complicó su vida con tantas artimañas, terminar así, es aún mejor que concluir en la idolatría como Salomón, sin retorno a la luz de la presencia de Dios. “Fueron muchos más los que de ellos mató muriendo que los que había muerto en su vida” (versículo 30); una asombrosa victoria marca el fin de la vida de Samsón: las dos columnas del templo del falso dios Dagón caen, como se desplomaron por la cruz las columnas mismas del Imperio de Satanás, es decir, la muerte; el enemigo ha conocido mucho mejor el poder de Cristo por su muerte y resurrección, de lo que lo había conocido por Su vida.