CAPÍTULO SEGUNDO

 
Una vez eliminados los adversarios, la visión del capítulo 2 lleva las predicciones un paso más adelante. El hecho de que Dios enviara a un hombre con un sedal en la mano, con el cual medir Jerusalén, indicaba que la ciudad seguía siendo objeto de su atención e interés. Los judíos que rodeaban a Zacarías podían estar complacidos con el progreso de sus operaciones de reconstrucción, e inclinados a ser complacientes al respecto, pero debían saber que Dios tenía cosas mucho más maravillosas a la vista, como el ángel procede a explicar.
Ha de venir un día en que Jerusalén no necesitaría ningún muro, como el que el pueblo pronto estaría construyendo, porque Jehová mismo sería como un muro de fuego alrededor y, lo que es aún más maravilloso, sería Él mismo “la gloria en medio de ella”. Multitudes estarán dentro de ella en ese día, porque habrá un gran éxodo de las tierras de su dispersión y particularmente de “la tierra del norte”, como se revela en los versículos 6-9. Esta migración tendrá lugar, como indica el versículo 8, “después de que la gloria” haya sido revelada y establecida. De modo que, de nuevo, tenemos que decir que la profecía va mucho más allá de todo lo que ha sucedido hasta ahora y mira hacia el tiempo del fin.
Esto se hace aún más claro cuando leemos los cuatro versículos que cierran este capítulo. Jehová nunca ha estado morando en Sión, y heredando a Judá como Su porción, con muchas naciones “unidas al Señor”. Pero ese día aún sucederá. En el tiempo presente, Dios no está uniendo a las naciones a Sí mismo, sino que las está visitando, “para tomar de ellas un pueblo para su nombre” (Hechos 15:14).