CAPÍTULO SÉPTIMO

 
Fue después de estas cosas, como nos dice el primer versículo del capítulo 7, que el sacerdote Esdras con compañeros levíticos salió de Babilonia y subió a Jerusalén. Fue en el séptimo año de aquel Artajerjes, bajo el cual trece años más tarde subió Nehemías. La genealogía de Esdras era claramente conocida y se da en los primeros 5 versículos, mostrando que él era verdaderamente descendiente de Aarón, el primer sumo sacerdote. Este hecho lo calificaba para el lugar que estaba a punto de tomar. Tenía además la cualidad de ser “un escriba listo en la ley de Moisés”, lo que indica que estaba plenamente familiarizado con la palabra original de Dios, que todavía tenía autoridad sobre la vida del pueblo.
Pero tenía una tercera cualidad de mayor importancia, y esto se afirma en el versículo 10. Era un hombre que “preparó su corazón”, lo que indica que era un hombre de ejercicio espiritual, algo así como Timoteo de los días del Nuevo Testamento, que debía meditar en las cosas de Dios y entregarse enteramente a ellas. Como escriba, debe haber tenido un buen conocimiento de las palabras que había escrito a menudo, y esto debe haber preparado su corazón. La preparación de su corazón fue mucho más profunda que esto, porque lo llevó a “buscar la ley del Señor”. Realmente quería ser instruido por Dios.
La siguiente declaración del versículo 10 profundiza aún más sus calificaciones. Era un buscador de la ley para poder “hacerla”. Este fue el rasgo supremo que lo marcó. Hagamos una pausa y consideremos esto.
Esdras vivió bajo la ley de Moisés, con respecto a la cual nuestro Señor dijo: “Haz esto, y vivirás” (Lucas 10:28), y sabía bien que hacerlo era la gran cosa. No estamos bajo la ley, sino bajo la gracia, sin embargo, tenemos el mandato apostólico: “Sed hacedores de la palabra, y no solamente oidores, engañándoos a vosotros mismos” (Stg. 1:22). En esto, Pablo ciertamente está de acuerdo con Santiago, porque en todas sus epístolas primero expone la doctrina y luego impone la vida práctica y el comportamiento que la doctrina exige. Bajo la ley, los hombres debían hacer para vivir. Bajo el Evangelio somos traídos a la vida para que podamos hacer la voluntad de Dios. Es fácil olvidar esto, y tratar al cristianismo como si fuera simplemente una filosofía exaltada para entretener nuestras mentes.
Habiendo preparado su corazón para buscar la ley a fin de poder hacerla, y así ejemplificar sus demandas hasta cierto grado, ahora estaba en el estado correcto para “enseñar en Israel estatutos y juicios”. Todos podemos ver el sentido de esto, y confiamos en que podemos darnos cuenta de sus implicaciones con respecto a nosotros mismos. Sólo enseñamos eficazmente si nuestras propias vidas están de acuerdo con lo que decimos. Cuán bien lo ilustró el apóstol Pablo, pues dos veces aludió a ello cuando habló a los ancianos de Éfeso: “Os he mostrado, y os he enseñado”; y otra vez: “Os he mostrado todas las cosas” (Hechos 20:20, 35). Ilustró en su vida lo que enseñó con su boca. Esta es la manera efectiva de enseñar, ya sea en los días de Esdras, Pablo o los nuestros.
Después de esta declaración de la piedad y el celo que caracterizaron a Esdras, nos hemos dado un relato completo de la carta dada por Artajerjes a Esdras, que equivale a un decreto, bajo cuya autoridad viajó a Jerusalén y actuó cuando llegó allí. Ocupa los versículos 11-26. Al leer estos versículos, uno no puede dejar de sorprenderse con la maravillosa obra de Dios en la mente de un rey pagano, que lo llevó a conceder tales poderes, a ordenar que se diera tal ayuda y a expresar tal reconocimiento de las pretensiones y la grandeza del “Dios del cielo”. También vemos que la sabiduría dominante de Dios controla la mente del rey para que a Su siervo se le dé libertad e incluso se le ordene que hiciera lo que Dios propuso.
A Esdras, como vemos, se le dio una autoridad notable, suponiendo que actuaría, como dijo el rey, “según la sabiduría de tu Dios”; y a él y a sus ayudantes se les eximió de toda forma de impuesto o exacción, y también se les dio poder para castigar a todos los malhechores, ya sea que transgredieran la ley de Dios o “la ley del rey”. Esdras debía enseñar las leyes de Dios a aquellos que las ignoraban. De modo que Esdras fue comisionado para subir a la tierra armado con poderes extraordinarios en la providencia de Dios.
Los dos versículos que cierran este capítulo registran la acción de gracias de Esdras al reconocer cómo Dios había puesto Su buena mano sobre él y había movido el corazón del rey para que le concediera todo esto. Todo era “para hermosear la casa de Jehová”. La plata, el oro y otros regalos de los tesoros se usarían sin duda para aumentar la belleza natural de la casa que se estaba construyendo, pero nos aventuramos a pensar que la enseñanza de la ley, que Esdras se propuso hacer, produciría en la gente, si la recibiera, una piedad que es un adorno mayor para cualquier casa que el que puede conferir cualquier cantidad de plata y oro. La piedad que caracterizó al mismo Esdras se puede ver claramente en estos dos versículos.