CAPÍTULO SEXTO

 
Habiendo sido descubierto el decreto original de Ciro, se encontró que era más completo en sus detalles y más favorable a los judíos de lo que sus adversarios habían imaginado. Exigía no sólo que se les dejara sin obstáculos, sino que se les ayudara activamente en su trabajo, y que se les suministrara lo necesario; y que todos los que se proponían estorbar o destruir debían ser destruidos ellos mismos y sus casas convertidas en estercolero.
De modo que la casa fue construida en el transcurso de muchos años, porque no fue terminada hasta el sexto año de Darío, como nos dice el versículo 15. Cuando se terminó, hubo un tiempo de mucho gozo, se ofrecieron sacrificios y se observó la Pascua, como se registra en los versículos finales del capítulo 6. Dos cosas marcaron a la gente, que haremos bien en señalar. En primer lugar, la Pascua fue consumida no sólo por los hijos de Israel, que habían salido del cautiverio, sino también por “todos los que se habían apartado para ellos de la inmundicia de las naciones de la tierra, para buscar al Señor Dios de Israel”. Aprendemos de Jeremías 52:16, que cuando tuvo lugar el gran cautiverio, “algunos de los pobres de la tierra” fueron dejados sin ser removidos, para que pudieran ser labradores y seguir cultivando. Algunos de ellos, o sus descendientes, se limpiaron de los males en los que se habían visto envueltos, y se unieron en este tiempo de avivamiento y bendición, y así pudieron participar en la fiesta de los panes sin levadura.
Una segunda cosa, que apunta en la misma dirección, la vemos en un versículo anterior. Discernieron correctamente que, en vista de la triste y pecaminosa historia de la nación, era necesaria una ofrenda por el pecado, si querían colocarse solemnemente ante el Dios de sus padres; pero esto lo ofrecieron en doce machos cabríos, conforme al número de las tribus de Israel, aunque la mayoría de los que habían salido de la cautividad eran de las tribus de Judá y de Benjamín.
Para entonces habían transcurrido cinco o seis siglos desde el desgarramiento de la nación y la secesión de las diez tribus bajo Jeroboam, pero el resto que había regresado reconoció que Dios había llamado a toda la nación a salir de Egipto, que la división que había seguido había sido su fracaso y no el propósito de Dios, y que Dios nunca se desvía de Su pensamiento y llamado originales. Por lo tanto, todavía tenían a las doce tribus en sus corazones. Aunque no eran más que un remanente, se aferraron al pensamiento y propósito de Dios para toda la nación.
Las divisiones de la cristiandad se multiplican, pero si se encuentran santos, que tengan un carácter remanente, de acuerdo con lo que estamos viendo en el libro de Esdras, deben tener siempre a la vista a toda la Iglesia de Dios, y no envolverse en sí mismos, como si los demás no contaran delante de Dios. Todo israelita disponible, que estuviera limpio, al haberse separado de la inmundicia de los paganos que lo rodeaban, debía beneficiarse de los sacrificios ofrecidos, y participar en las fiestas de la Pascua y de los Panes sin Levadura.