Capítulos 12 y 13

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"Y acerca de los dones espirituales, no quiero, hermanos, que ignoréis. Sabéis que cuando erais gentiles, ibais, como erais llevados, a los ídolos mudos" (vvss. 1, 2).
De la "mesa del Señor" el Apóstol habló en el cap. 10; de la "cena del Señor" en el cap. 11; y sólo después de todo ello escribió sobre las manifestaciones espirituales, o dones impartidos a varios miembros del cuerpo de Cristo. Él no quería que los creyentes ignorasen este asunto importante de la acción del Espíritu de Dios en medio de la asamblea cristiana. Antes de convertirse a Dios, los corintios estaban encadenados por Satanás y víctimas de sus agentes, los demonios, pues tras los ídolos en los templos paganos había demonios, cuyo poder era y es, temible. Cuando un demonio se apoderó de una persona, ésta quedaba impotente y fue llevada por dondequiera por el demonio. En los cuatro evangelios podemos notar varios casos de ello, y cómo el Señor Jesús echó fuera los demonios que de diversas maneras afligían la gente.
"Por tanto os hago saber, que nadie que hable por Espíritu de Dios, llama anatema a Jesús; y nadie puede llamar a Jesús Señor, sino por Espíritu Santo" (v. 3). He aquí la distinción enfática entre la manifestación de los espíritus endemoniados y la manifestación del Espíritu de Dios, el Espíritu Santo. Los demonios no quieren, y no podrán, invocar el nombre del Señor Jesús; pero el Espíritu de Dios que mora en los hijos de Dios, los miembros del cuerpo de Cristo, los hace llamar a Jesús "Señor:" "Señor Jesús." De paso, notemos que la primera vez que el título "Señor Jesús" aparece en la Biblia es en Lucas 24:3. Tan pronto que el Hijo de Dios, como el Hijo del hombre, resucitara de entre los muertos, ya había merecido el título de ser el "Señor Jesús." El hombre que se humilló hasta la muerte, y muerte de cruz, ya es el "Señor de todos" (Hch. 10:36). Debemos tener muy en cuenta que el Espíritu Santo (cuyo oficio es glorificar al Hijo de Dios; véase Juan 16:14), es el que nos impulsa a llamar a Jesús "Señor." Hoy en día hay miles de congregaciones que se llaman "cristianas"; sin embargo, ni en sus sermones, ni en sus oraciones, ni en su literatura se llama a Jesús "Señor." ¡Oh hermanos en Cristo!, no seamos engañados de ninguna manera por las apariencias de piedad, por las buenas obras de caridad, por el celo religioso de los comulgantes de tales iglesias, porque si Cristo no se invoca como "el Señor Jesús," entonces el Espíritu Santo de Dios no mora ni actúa en los que sólo hablan de "Jesús." Tenemos en Hechos 19:13-16 un ejemplo marcado: "Os conjuro por Jesús, el que Pablo predica." También hay otro ejemplo, el de la muchacha que tenía espíritu pitónico: ella decía de los apóstoles en alta voz : "Estos hombres son siervos del Dios Alto, los cuales os anuncian el camino de salud" (Hch. 16:16-18). Ella no dio testimonio al "Señor Jesús," sino a "estos hombres." Y el "Dios Alto," el "Altísimo," no será su título hasta que venga el reino milenario (véase Daniel, Cap. 7). El que escribe recuerda bien que nunca llamaba a Jesús "Señor," sino "anatema," hasta que se arrepintió; luego Le llamó "Señor Jesús" instintivamente por medio del Espíritu Santo.
"Empero hay repartimiento de dones; mas el mismo Espíritu es. Y hay repartimiento de ministerios; mas el mismo Señor es. Y hay repartimiento de operaciones; mas el mismo Dios es el que obra todas las cosas en todos" (vvss. 4-6).
Vemos aquí que las tres personas de la Trinidad, el Espíritu, el Hijo (el Señor), y el Padre (el mismo Dios), se interesan en el bienestar de los miembros del cuerpo de Cristo, los creyentes en el Señor Jesucristo. ¡Cuán bendito! ¡Cuántas veces la Palabra de Dios nos habla de la actividad de la Trinidad a favor nuestro! Por ejemplo, leamos también 2ª Co. 1:21, 22: "El que nos confirma con vosotros en Cristo, y el que nos ungió, es Dios; el cual también nos ha sellado, y dado la prenda del Espíritu en nuestros corazones."
Ahora bien, la palabra griega traducida "repartimiento" también se traduce: "diversidad," "diferencia" o "distinción." Hay distinciones de dones en la iglesia, pero proceden todos del mismo Espíritu; es decir, no hay más de un solo Espíritu obrando, el Espíritu Santo.
La palabra griega traducida "ministerio" también se traduce; "servicio." Se refiere en este pasaje a los diversos servicios que los creyentes prestan a su Señor. No se refiere a lo que hace el así llamado "clero," sino sencillamente a los humildes servicios que nuestro Señor Jesucristo se digna encomendar a cada siervo respectivamente. Hay un sinnúmero de servicios que podemos prestar. Un siervo anciano del Señor una vez dijo: "No te preocupes para ver si tienes algún gran don; pero si tú ves algo que puedes hacer para agradar al Señor Jesús, hazlo; luego te dará otra cosita que hacer."
Hay diversas operaciones también, pero es el mismo Dios verdadero y omnipotente que lleva a cabo todas las cosas en todos.
Todo esto es en contraste marcado con las manifestaciones y operaciones de error de un sinnúmero de demonios escondidos tras los ídolos de los paganos.
"Empero a cada uno le es dada manifestación del Espíritu para provecho" (v. 7). Las manifestaciones de los demonios son solamente para engañar y destruir las almas, pero las manifestaciones del Espíritu Santo siempre son para edificación de la iglesia y para bendición de los inconversos. Además, la manifestación del Espíritu le es dada a cada uno de los creyentes, no únicamente a un varón que ocupa un púlpito. En el mismo sentido, se nos dice en Efesios 4:7 que "a cada uno de nosotros es dada la gracia conforme a la medida del don de Cristo." Pero, como ya queda dicho, no esperemos la impartición de grandes dones, sino procuremos emplear lo poco que tenemos para la honra del Señor y la bendición de la pobre humanidad, salvada o inconversa todavía, ¿verdad?
"Porque a la verdad, a éste es dada por el Espíritu palabra de sabiduría; a otro, palabra de ciencia según el mismo Espíritu, a otro, fe por el mismo Espíritu, y a otro, dones de sanidades por el mismo Espíritu; a otro, operaciones de milagros, y a otro, profecía, y a otro, discreción [o sea discernimiento] de espíritus, y a otro, géneros de lenguas; y a otro, interpretación de lenguas. Mas todas estas cosas obra uno y el mismo Espíritu, repartiendo particularmente a cada uno como quiere" (vvss. 8-11).
Como ya hemos leído en el v. 7, "a cada uno le es dada manifestación del Espíritu para provecho"; es decir, el provecho espiritual de los creyentes en el Señor Jesucristo, y el de otros que han de ser salvos. Consideremos "los espirituales" (v. 1) o manifestaciones del Espíritu mencionadas aquí:
La "palabra de sabiduría" es la primera e indudablemente la más importante. La "sabiduría" es la inteligente y acertada aplicación espiritual de la ciencia (o sea conocimiento) en cualesquier casos o circunstancias que se presenten. ¡Ay de la asamblea cristiana (o sea iglesia local) en donde no se halle ni un solo hermano espiritual con don de "sabiduría"! Por causa de su actuación carnal, Pablo tuvo que reprender a los corintios: "¿[...] no hay entre vosotros sabio, ni aun uno que pueda juzgar entre sus hermanos [ ... ] ?" (6:5). Con el paso del tiempo los creyentes deben reconocer a los que tienen el don de sabiduría que se ejerce en bien o provecho espiritual de todos.
Por otra parte, nadie debe pensar que no tiene, o no puede gozar de la sabiduría necesaria para llevar bien su vida cotidiana, pues Santiago nos dice: "si alguno de vosotros tiene falta de sabiduría, demándela a Dios, el cual da a todos abundantemente, y no zahiere, y le será dada. Pero pida en fe, no dudando nada; porque el que duda es semejante a la onda de la mar, que es movida del viento, y echada de una parte a otra" (1:5, 6).
Aunque la "palabra de sabiduría" sea sobresaliente, sin embargo, la "palabra de ciencia" es necesaria también, pues si no hay conocimiento cabal ¿cómo se puede ejercer la sabiduría? Hemos conocido a hermanos que tenían el don de ciencia y cuyos conocimientos de la verdad eran muy amplios, y en provecho espiritual de los creyentes, aunque no fueron dotados de sabiduría.
Juzgue el lector si en lo narrado en Hechos 15:4-21 se echa de ver el ejercicio de la palabra de sabiduría y la palabra de ciencia: por decirlo así, Pedro, Pablo y Bernabé hablaron la palabra de ciencia, pero fue Jacobo quien pudo resumir el caso y decir: "por lo cual yo juzgo [...] ", y expresó concisamente con palabra de sabiduría el juicio espiritual que "pareció bien a los apóstoles, y a los ancianos, con toda la iglesia" (15:22).
Se destaca la expresión, "por (o según) el mismo Espíritu," en este pasaje. Hay muchos espíritus de demonios obrando en el reino de Satanás, pero es por un solo espíritu, el Espíritu de Dios o (sea el Espíritu Santo), que son ejercitados los diversos dones espirituales en la asamblea o iglesia de Dios.
El tercer don mencionado es el de "fe." Claro, esto no se trata de la fe salvadora sin el ejercicio de la cual no hay nadie que sea salvo de sus pecados. "Sin fe es imposible agradar a Dios; porque es menester que el que a Dios se allega, crea que Le hay" (Heb. 11:66But without faith it is impossible to please him: for he that cometh to God must believe that he is, and that he is a rewarder of them that diligently seek him. (Hebrews 11:6)). Pero se trata aquí en nuestro pasaje de la fe que puede traspasar los montes (13:2). En los conflictos espirituales que el pueblo de Dios tiene que llevar, haciendo frente a obstáculos, al parecer, insuperables, el Señor reparte a algunos, por el mismo Espíritu, el don de "fe." Tales hermanos—pocos—pero bien convencidos ante Dios que Él está con Su pueblo, animan a los demás a que no desmayen, que no dejen de luchar, que tengan confianza en el Señor, que perseveren con oración y que esperen con paciencia.
La cuarta manifestación fue "dones de sanidades por el mismo Espíritu." En los tiempos apostólicos y formativos de la iglesia primitiva, Dios le proporcionaba a la gente alivio sobrenatural de sus dolores físicos para demostrar a todos que el todopoderoso Dios vivo y verdadero era Aquel que anunciaba el perdón de pecados y la paz por Jesucristo, Su amado Hijo. En el libro de los Hechos en el cual tenemos narrada la historia de la transición desde el judaísmo al cristianismo, son mencionados los siguientes casos de sanidad para el cuerpo: 3:1-9; 8:5-8; 9:12-18; 9:32-34; 9:36-42 (resurrección); 14:8-10; 19:8-12; 28:8-9. Pero una vez que fuese establecido el testimonio de Cristo en cualquier lugar, desde luego las vidas santas de los cristianos eran para los inconversos letras abiertas, "sabidas y leídas de todos los hombres" (2ª Co. 3:2). Por lo tanto el carácter del testimonio de Dios se iba cambiando: dones de sanidades estaban demás, pues las vidas de los cristianos eran testimonios de carácter moral y muy superior al de milagros; si desgraciadamente se hubieran vuelto en carácter carnal, entonces un sinnúmero de milagros de sanidad sólo habrían identificado el poder de Dios con lo que Él no pudo aprobar: la carnalidad.
Hay los que abogan hoy en día por "dones de sanidad", pero no toman en cuenta el propósito por lo cual esos dones fueron dados, es decir: confirmar o establecer el testimonio cristiano entre los paganos, no sanar dolencias físicas entre los creyentes. ¿No es de notar que el Apóstol Pablo jamás usó su don de sanidad para restaurar la salud física de sus consiervos ? Para su amado hijo Timoteo recetó una medicina; a Trófimo dejó en Mileto enfermo (véase 1ª Ti. 5:23; 2ª Ti. 4:20).
Santiago 5:14-16 no trata de "dones de sanidad," sino de "la oración de fe;" tampoco dice que el Señor levantará al enfermo enseguida, mucho menos milagrosamente (¿por qué llamó Pablo a Lucas, "el médico amado", si no hay lugar para el uso de medicinas? — Col. 4:1414Luke, the beloved physician, and Demas, greet you. (Colossians 4:14)). Además, los ancianos a veces no se sienten con el ánimo de orar al Señor para que levante a un enfermo, creyendo que quizás es un castigo que el Señor le ha mandado. (Compárese 1ª Juan 5:16).
El quinto don mencionado es "operaciones de milagros." Como ya queda dicho con respecto a los dones de sanidad, asimismo se entiende que Dios se manifestó entre los gentiles y paganos, y aun entre los judíos al principio, "por medio de señales y milagros, y diversas maravillas, y repartimiento del Espíritu Santo según Su voluntad" (Heb. 2:44God also bearing them witness, both with signs and wonders, and with divers miracles, and gifts of the Holy Ghost, according to his own will? (Hebrews 2:4)). Una vez establecido el testimonio, ya no había ni hay necesidad de señales y milagros. ¿No es de notar que en las epístolas a los Romanos y a los Efesios los dones permanentes mencionados no incluyen ni dones de sanidad, ni operaciones de milagros, ni géneros de lenguas? En cuanto a estos últimos, dice en nuestra epístola misma: "cesarán las lenguas" — 13: 8.
"Profecía." La "profecía," y el verbo que corresponde, "profetizar," se usan en dos sentidos distintos en las Escrituras: 1. Predecir lo que ha de suceder en el porvenir; 2. Manifestar o expresar lo que sea la mente del Señor en cualquier momento. De la "profecía" en el primer sentido véase, por ejemplo, Hch. 5:9, 10; 11:28; 21:10, 11; 28:22-26. De la "profecía" en el segundo sentido véase Hch. 5:3, 4; 10:47; 13:46, 47; 21:4; 28:25-28; Ro. 12:6; 1ª Co. 14:3, 24, 25, 29, 31 y 39.
Cuando lleguemos a considerar el contenido espiritual del capítulo 14 de nuestra epístola, nos enteraremos más del significado de lo que es "profetizar" en este último sentido.
"Discreción de espíritus." La palabra "discreción" se usa aquí en el sentido de "discernimiento," y así se traduce en otra versión. Para que vigilen por los agentes del diablo que siempre procuran meterse entre los cristianos, el Señor ha dotado a ciertos hermanos para que puedan discernir los espíritus, si son de Dios o del diablo. Sabemos que "Satanás se transfigura en ángel de luz" y "sus ministros se transfiguran como ministros [no de la gracia, sino] de justicia" (2ª Co. 11:14, 15).
Será provechoso narrar lo que sucedió en cierta asamblea cristiana de hermanos reunidos en el Nombre del Señor Jesucristo:
Empezó a asistir a los estudios bíblicos un señor que se llamaba "hermano en Cristo." Con el tiempo él empezó a participar en la conversación sobre la Palabra de Dios, y los creyentes, a excepción de uno, fueron encantados por lo que él decía; pero este último presentía que el hombre no era un hijo de Dios por fe en el Señor Jesucristo, y se puso a meditar en lo dicho por él, y a orar. Por fin, llegó el momento—durante un estudio bíblico—cuando el hermano que tenía el don de "discernimiento de espíritus" dijo al visitante, y con el dedo índice señalándolo:
—Ud. no puede decir, "Señor Jesús."
El hombre, cambiando la expresión de su cara, replicó: —¿Dice Ud. que no puedo?
Le contestó enseguida el hermano—Ud. no tiene poder para decir, "Señor Jesús."
El hombre, cambiando los rasgos de su expresión y poniendo mala cara, gruñó—¿Dice que no puedo?
Volvió a contestarle enseguida el hermano—Ud. no puede decir, "Señor Jesús."
El hombre fue manifestado como un agente del diablo. Tuvo que salirse, pues el Señor le había dado al hermano la capacidad de discernir al espíritu malo en él.
"Géneros de lenguas [...] interpretación de lenguas". Desde el día de Pentecostés el propósito de Dios, en impartir el don de lenguas, fue el de convencer a todo el mundo que Él mismo, el Dios vivo y verdadero, era el Autor del evangelio que traía la salvación a todos los hombres. "Las lenguas por señal son, no a los fieles, sino a los infieles" (1ª Co. 14:22). Pablo, aunque hablaba "lenguas más que todos" (14:18), no las empleaba en la iglesia, más bien habló "cinco palabras" con su sentido para edificarla. Las lenguas han cesado de acuerdo con 1ª Co. 13:8, pues como queda dicho arriba—una vez establecido el testimonio de Dios por el Evangelio—son las vidas santas de los cristianos las que hablan y las demostraciones milagrosas están por demás.
"Mas todas estas cosas obra uno y el mismo Espíritu, repartiendo particularmente a cada uno como quiere" (v. 11). El que dirige todo es el Espíritu Santo... como quiere. Hablando reverentemente, Sus manos no están atadas. Él hace lo que quiere y lo que Él quiere es para el bien de la iglesia de Cristo. Cuando el Espíritu de Dios discierne—y todo discernimiento tiene—que un don u otro ya no se necesita, lo quita, para dar, desde luego, algo que sea mejor en su lugar. Y no nos olvidemos nunca de lo que nuestro Señor Jesús nos dijo del Consolador:
"Él os guiará a toda verdad [...] os hará saber las cosas que han de venir. Él Me glorificará; porque tomará de lo Mío, y os lo hará saber. Todo lo que tiene el Padre, Mío es; por eso dije que tomará de lo Mío, y os lo hará saber" (Juan 16:13-15).
"Porque de la manera que el cuerpo es uno, y tiene muchos miembros, empero todos los miembros del cuerpo, siendo muchos, son un cuerpo, así también Cristo. Porque por un Espíritu somos todos bautizados en un cuerpo, ora judíos o griegos, ora siervos o libres; y todos hemos bebido de un mismo Espíritu" (vvss. 12, 13).
Para ayudar al lector de este artículo, hemos aprovechado el croquis (pág,125). Así mismo, las Escrituras citadas aquí arriba nos dan a saber que Cristo la Cabeza, y los que creemos en Él, nuestro bendito Salvador, formamos un solo cuerpo. Él es la cabeza; nosotros somos los miembros de Su cuerpo espiritual, que es la iglesia. Es por el poder del Espíritu Santo que cada persona arrepentida que cree en el Señor Jesucristo como su Salvador personal, es unida a Cristo, la Cabeza. Dice también en 1ª Co. 6:17: "El que se junta con el Señor, un espíritu es." El Espíritu Santo no solamente nos une a Cristo—a cada uno individualmente—sino nos incorpora, o bautiza, todos conjuntamente, en un solo cuerpo, no en diversos cuerpecitos. No importa cuál fuese nuestra nacionalidad; no importa cuál fuese nuestra categoría social: "en Cristo" ya han desaparecido toda distinción de raza y de categoría. Colosenses 3:11 también nos declara esto : "donde no hay griego ni judío, circuncisión ni incircuncisión, bárbaro ni scytha, siervo ni libre; mas Cristo es el todo, y en todos". Y Colosenses 1:18 nos dice que Cristo "es la cabeza del cuerpo que es la iglesia; el que es el principio, el primogénito de los muertos, para que en todo tenga el primado." ¿Estamos rindiendo a Cristo el primado en todo?
Notemos bien que el bautismo del Espíritu Santo es un hecho corporativo, no una cuestión de la recepción del Espíritu Santo por individuos. Cada verdadero creyente en el Señor Jesucristo recibe al Espíritu Santo tan pronto que cree en Cristo: "en El cual también desde que creísteis, fuisteis sellados con el Espíritu Santo de la promesa" (Ef. 1:13).
¡Cuán sublime ese propósito de nuestro Padre Dios, que nosotros los pecadores perdidos de la raza adámica, fuésemos hechos limpios con la sangre de Su Hijo, Jesucristo, y hechos miembros íntimos de Su cuerpo: una cosa con Él! ¡Cuán grande el amor de nuestro Padre Dios, que diera por nosotros al Hijo de Su amor!
"Pues ni tampoco el cuerpo es un miembro sino muchos. Si dijere el pie: porque no soy mano, no soy del cuerpo, ¿por eso no será del cuerpo? Y si dijere la oreja: Porque no soy ojo, no soy del cuerpo, ¿por eso no será del cuerpo?" (vvss. 14-16).
Este pasaje nos enseña que ningún cristiano —por no gozar de un gran don—tiene derecho de negar que es un miembro del cuerpo de Cristo, es decir, independizarse de los otros miembros, como si no tuviera necesidad de ellos, o si no tuvieran ellos menester de él. El pie no tiene tanta importancia en el cuerpo como la mano; sin embargo, ¿qué haría la mano sin que tuviera el pie para llevarla por dondequiera? Así mismo, la oreja no tiene tanta importancia como el ojo; sin embargo, ¿qué haría el ojo en muchas circunstancias o situaciones, si no tuviera la ayuda del oído?
"Si todo el cuerpo fuese ojo, ¿dónde estaría el oído? Si todo fuese oído, ¿dónde estaría el olfato?" (v. 17). Nuestro cuerpo humano precisa del funcionamiento normal de un gran número de miembros y órganos distintos. ¿Qué sería ver un ojo grandote que no podría andar por falta de piernas, no podría oír por no tener oídos, y no podría alimentarse por no tener boca! Cada miembro del cuerpo es necesario; además cada miembro es lo que es por cuanto "Dios ha colocado los miembros cada uno de ellos en el cuerpo, como quiso" (v. 18). Y lo que Dios ha dispuesto en el cuerpo humano sirve para ilustrar lo que ha dispuesto en el cuerpo de Cristo: no hay ni siquiera dos creyentes en el Señor Jesucristo que desempeñan la misma función, que se ocupan del mismo servicio; cada uno tiene su debido lugar como Dios ha querido. Si yo no soy más que un glóbulo rojo en la sangre, debo contentarme con serlo y dar gracias a Dios mi Padre por habérmelo hecho así, ¿verdad? Si Dios enviara un santo ángel a limpiar la basura de las calles de una ciudad, lo haría de muy buena gana, ¿verdad?
"Que si todos fueran un miembro, ¿dónde estuviera el cuerpo? Mas ahora muchos miembros son a la verdad, empero un cuerpo" (v. 20). No cabe duda de que en el mundo entero los verdaderos creyentes en el Señor Jesucristo se cuentan en muchos millares de hermanos y hermanas. ¡Cuánta bendición resultaría si todos desempeñaran su funcionamiento en bien de todos los demás miembros! Hemos conocido cristianos algunos de cuyos miembros—sea una pierna, una mano, un ojo, un nervio, un músculo, etc., no obedecen a la cabeza y por lo tanto están inutilizados, aunque son todavía del cuerpo. ¡Ojalá que no seamos miembros fuera de comunión con Cristo, nuestra Cabeza, y por lo tanto inútiles para bien de los demás miembros de Su cuerpo, que es la iglesia!
"Ni el ojo puede decir a la mano: No te he menester: ni asimimo la cabeza a los pies: No tengo necesidad de vosotros. Antes, mucho más los miembros del cuerpo que parecen más flacos, son necesarios; y a aquellos del cuerpo que estimamos ser más viles, a éstos vestimos más honrosamente; y los que en nosotros son menos honestos, tienen más compostura. Porque los que en nosotros son más honestos, no tienen necesidad" (vvss. 21-24).
Este pasaje nos enseña—en primer lugar—que ningún cristiano que tenga un don muy superior al de otro, debe menospreciar a cualquier hermano no tan dotado. El ojo es un miembro del cuerpo humano más importante que la mano, pero si entra en el ojo una partícula de polvo u otra substancia extraña, ¡cuán pronto precisa el ojo del auxilio de la mano! Y si la cabeza quiere trasladarse a otro sitio, ¿de qué manera va a llegar si no se sirve del funcionamiento de los pies?
En Filipenses 2:3 se nos exhorta así: "estimándoos inferiores los unos a otros." Hace medio siglo dos hermanos evangelistas fueron a predicar el evangelio a la gente pobre en cierta isla pequeña. El uno era un indígena negro; el otro un ex-capitán del ejército de Gran Bretaña. Predicaron al aire libre. Después buscaron por dónde alojarse, pero no había ningún hotel ni casa de pensión. Por fin encontraron una casucha desocupada que no tenía mueble alguno; sin embargo, tenía piso de madera. Dieron gracias al Señor y se acostaron: el indígena sobre su estera de fibra y el inglés sobre su colchón de campaña, bastante cómodo. Al cabo de unos minutos, éste se levantó y dijo a aquél—
—Hermano Rolando, acuéstese aquí.
—¡Oh! muchas gracias, don Santiago, pero estoy bien sobre la estera.
—Hermano —volvió a decirle el inglés con voz más enfática— quiero que Ud. se acueste aquí.
—¡No, no! muchas gracias, pero quédese en su colchón; estoy bien.
—¡Hermano! —le habló con voz de mando el ex-capitán— Ud. tiene que acostarse aquí. Venga.
Así el hermano negro no pudo hacer otra cosa sino obedecer al ex-capitán. Levantándose de su estera delgadita, se acostó cobre el cómodo colchón. Luego el hermano inglés se acostó en el piso duro sobre la estera de fibra. Pasaron unos minutos de silencio. Entonces el hermano negro dijo:
—Hermano don Santiago, no puedo entender por qué Ud. no sólo viene aquí tan lejos de su patria para ayudarnos espiritualmente y predicar el evangelio, sino aun se priva a sí mismo de su colchón cómodo y me hace aprovecharlo.
—Hermano Rolando —le contestó el ex-capitán— la Escritura dice: "estimándoos inferiores los unos a los otros."
"Para que no haya desavenencia en el cuerpo, sino que los miembros todos se interesen los unos por los otros. Por manera que si un miembro padece, todos los miembros a una se duelen, y si un miembro es honrado, todos los miembros a una se gozan" (vvss. 25, 26).
Tan pronto que una abeja o avispa pique a uno en cualquier parte del cuerpo, el sistema nervioso lo siente y transmite la novedad a la cabeza que en su turno manda a la mano que saque el aguijón de la carne y que ponga encima de la picadura un calmante, sea un paño mojado de agua bien fría, o una cataplasma fría de antiflogistina, o sencillamente una cataplasma de barro limpio y frío; pues si un miembro del cuerpo humano se duele, los demás miembros se interesan por él, y, obedeciendo el mando de la cabeza, hacen todo lo posible para el bienestar del miembro dolido.
Así mismo, en el cuerpo de Cristo, los creyentes deben interesarse los unos por los otros. No menos de tres veces seguidas en San Juan oímos a nuestro Señor decir: "Que os améis unos a otros" (Juan 13:34; 15:12 y 17). Y en 1ª de Juan se nos pregunta: "el que tuviere bienes en este mundo, y viere a su hermano tener necesidad, y le cerrare sus entrañas, ¿cómo está el amor de Dios en él?"
Se menciona primeramente en este pasaje de nuestra epístola, "que si un miembro padece," pues hay muchos creyentes más en Cristo Jesús que sufren de una manera u otra, que creyentes que son honrados. Sin embargo, "si un miembro es honrado," es decir, quizás, recibe una aprobación especial del Señor, los demás creyentes deben de gozarse, más bien, por supuesto, que estar envidiosos.
"Pues vosotros sois el cuerpo de Cristo, y miembros en parte" (v. 27). Esta es una verdad muy importante. Los corintios convertidos eran el cuerpo de Cristo en la ciudad de Corintio, miembros en parte, como los romanos convertidos en Roma eran el cuerpo de Cristo, miembros en parte. No había tantos cuerpos de Cristo como había asambleas o iglesias cristianas en las muchas ciudades, pueblos, aldeas y parajes en el mundo; no, pues hay un solo cuerpo de Cristo cuya membresía incluye toda persona convertida en el mundo entero. Pero en cada lugar los cristianos eran "miembros en parte," que representaban localmente el un cuerpo de Cristo en dicho lugar. Nos acordamos de una conferencia bíblica en el pueblecito de Jiquima, Bolivia, en el año 1951: estábamos leyendo este capítulo 12 de 1ª de Corintios. Al escuchar un hermano una explicación cabal sobre el cuerpo de Cristo y los miembros en parte, exclamó: "¡Ya lo veo! Siempre creía yo que nosotros en la ciudad de Péramos el cuerpo de Cristo y que había otros cuerpos de Cristo en otros lugares, pero ya entiendo que todos los creyentes en el mundo entero formamos el cuerpo de Cristo, y nosotros en nuestra ciudad somos solamente miembros en parte del 'un cuerpo de Cristo.' "
"Y a unos puso Dios en la iglesia, primeramente apóstoles, luego profetas, lo tercero doctores; luego facultades; luego dones de sanidades, ayudas, gobernaciones, géneros de lenguas. ¿Son todos apóstoles? ¿son todos profetas? todos doctores? ¿todos facultades? ¿Tienen todos dones de sanidad? ¿hablan todos lenguas? ¿interpretan todos? Empero procurad los mejores dones; mas aun yo os muestro un camino más excelente" (vvss. 28-31).
No a todos, sino a unos puso Dios en la iglesia para estos propósitos. Los primeros fueron los apóstoles y profetas. Ya no tenemos tales dones, puesto que en las Sagradas Escrituras cumplidas—el canon de los veintisiete libros del Nuevo Testamento agregados a los treinta y nueve del Antiguo Testamento—Dios nos ha dado toda la doctrina apostólica y los escritos proféticos. Y entre los demás dones hay algunos que ya no existen. Sin embargo, Dios sigue dando los dones necesarios para el bienestar de la iglesia. Debemos procurar los mejores dones para edificación de los demás creyentes; pero muy por encima del ejercicio de todos los dones—por deseables que sean—hay un camino más excelente: el de amor (1ª Co. cap. 13).
"Si yo hablase lenguas humanas y angélicas, y no tengo caridad [amor], vengo a ser como metal que resuena, o címbalo que retiñe. Y si tuviese profecía, y entendiese todos los misterios y toda ciencia; y si tuviese toda la fe, de tal manera que traspase los montes, y no tengo caridad [amor], nada soy. Y si repartiese toda mi hacienda para dar de comer a pobres, y si entregase mi cuerpo para ser quemado, y no tengo caridad [amor], de nada me sirve" (vvss. 1 a 3).
En el capítulo anterior se trata de los dones en la iglesia, pero "camino más excelente" que el ejercicio de "los mejores dones" es el ejercicio de amor, el amor santo de Dios que "está derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos es dado" (Ro. 5:5).
"La caridad [amor] es sufrida, es benigna; la caridad no tiene envidia, la caridad no hace sinrazón, no se ensancha; no es injuriosa, no busca lo suyo, no se irrita, no piensa el mal; no se huelga de la injusticia, mas se huelga de la verdad; todo lo sufre, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta" (vvss. 4 a 7).
Es el ejercicio del amor divino que nos hace falta. Muchas de sus cualidades son pasivas, o negativas—lo que el amor no hace. Mas por el lado positivo, el amor se huelga de la verdad. No es el amor divino el tolerar la iniquidad o injusticia; "porque este es el amor de Dios, que guardemos Sus mandamientos; y Sus mandamientos no son penosos," como lo fueron los diez mandamientos de Moisés (1ª Juan 5:3; comp. Hch. 15:10).
"La caridad [amor] nunca deja de ser: mas las profecías se han de acabar, y cesarán las lenguas, y la ciencia ha de ser quitada; porque en parte conocemos, y en parte profetizamos; mas cuando venga lo que es perfecto, entonces lo que es en parte será quitado" (vvss. 8 a 10).
"Dios es amor" (1ª Juan 4:8, 16), y por lo tanto el amor permanecerá para siempre; es este mismo amor que se derrama en los corazones nuestros y ¡nos inundará y extasiará por los siglos de los siglos! Amén.
"Oh,^amor de Dios! Brotando^está,
Inmensurable,^eternal;
Por las edades durará,
Inagotable raudal."
Lo difícil es ponerlo por obra en nuestras vidas y el redactor lo siente mucho. Jamás alcanzaremos la meta en este mundo; sin embargo, es nuestro deber crecer en el ejercicio del amor divino.
"Cuando yo era niño, hablaba como niño, pensaba como niño, juzgaba como niño; mas cuando ya fui hombre hecho, dejé lo que era de niño. Ahora vemos por espejo, en oscuridad; mas entonces veremos cara a cara; ahora conozco en parte; mas entonces conoceré como soy conocido. Y ahora permanecen la fe, la esperanza, y la caridad [amor], estas tres: empero la mayor de ellas es la caridad" (vvss. 11 a 13).
El bien y su misericordia^Él jamás
Nos quita; vivimos felices en paz;
Y cuando ya no^haya^“esperanza"^o la "fe,"
Su^"amor" reinará por los siglos cual rey.
Con Él moraremos siempre^en Su^hogar,
Sus loores alegres hemos de^alzar;
Gozaremos—mirando la gloria^en Su faz—
De Su grande^amor, distrutado^a solaz.