10: Dotes Y Hechos

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Escuché una voz histérica que decía:
— Tengo que ver al bwana, tengo que ver al bwana ahora.
Luego siguió un tranquilo murmullo, del que no pude captar las palabras y una vez más escuché la voz aguda.
— ¿Está tomando su té? Kah, como si me importara algo su té. Vean, estoy en peligro. Estoy sufriendo. Tengo que ver al Bwana ahora, ahora, ¡AHORA!
La voz se había transformado en un chillido.
Enseguida reconocí el tono tranquilo de Daudi.
— Oooh, mejor hubieras hecho en ir y visitar al médico brujo; eso es lo que hace todo el mundo en la tribu si han hecho un encantamiento en contra suyo.
— ¡Jongo! ¿He de visitar al brujo cuando se ha lanzado un encantamiento contra uno de los hombres más ricos del país?
Daudi rió burlonamente y sacudió el dedo.
— Y además, si vas del brujo, te cobraría una vaca y  ...
Salí en ese momento y casi me llevé por delante a Mafuta que venía corriendo hacia mí. Sacudió su mano gordinflon.
— Tranquilo, jeh pole pole — dije — , ¿qué pasa?
— Bwana, mira mi mano.
El dedo índice estaba hinchado como una salchicha y daba la impresión de que le estaba molestando mucho. Mafuta casi estallaba en su ansiedad por contármelo todo.
— Bwana, mira, yo, yo  ...
Pareció que repentinamente descubrió que se estaba metiendo en lío.
— Ah, sí, he oído de eso — dije — . Makaranga te ha dado un anillo de oro; es el regalo de un jefe muy rico, ¿no? A ver, veamos ese anillo. ¿Dónde está?
— Aquí está, Bwana, aquí.
— ¿Dónde? — pregunté frunciendo el seño.
— Debajo de esto.
Sacudió delante su dedo hinchado. Sosteniendo su mano, la di vuelta, pero no pude ver nada. El anillo estaba completamente oculto por la hinchazón. Examiné cuidadosamente el dedo. Daudi señaló la parte blancuzca debajo de la uña.
— Bwana, mira, hoy tiene un color raro.
Miré los ojos del africano. Tenían un curioso tono amarillo.
— Saca la lengua — le ordené.
— Jiih, guardala — dijo Daudi, estremeciéndose.
Estuve de acuerdo con él en que no era un espectáculo hermoso.
— Bwana, ha estado bebiendo mucha cerveza –me dijo el enfermero en inglés.
— Y por eso su hígado también anda mal. Mira, ¿no tiene ictericia?
Me fijé entonces en sus pies. También estaban hinchados. Presione mi dedo en su pierna encima de la tibia. Cuando lo hice, quedo un hoyuelo.
— Siéntate allí a la sombra — le ordené — y deja tu mano en agua fría por dos horas. Toma también la medicina que te daré. Entonces, bueno, te ayudaré y te sacaré del dedo el anillo de tu amigo, ese jefe tan rico.
— Jeh, no es mi amigo, Bwana. Mira, él es el que ha echado el encantamiento. Bwana, quiere matarme.
Un ruido profundo y desagradable, como un trueno, salió de alguna parte de su macizo interior.
— Yeh, Bwana, mira cómo me desea mal.
Daudi me miró con los ojos muy abiertos.
— Bwana, no es cosa buena que un hombre hable así sobre alguien que se ha comprometido con si hija — dijo — . Mira, parece que  ...
Levantó expresivamente las cejas.
— ¿Te parece? — contesté — . Ahora bien, cualquier cosa que hagas, cuida que Simba esté lejos de él.
Esto no fue un problema, ya que vi a Simba en la pequeña choza de techo de paja en que se guardan los tambores. Estaba sentado en un banquillo de tres patas con su cabeza entre las manos. Me acerqué a él.
— ¿Ati za hako? (¿Qué noticias tienes?)
— Bwana, tengo grandes dudas –dijo, levantando lentamente la cabeza — . Hay un hechizo muy fuerte en el asunto. En estos días la mano de Shaitani (el diablo) es evidente en este país. Su mano está actuando en contra mío. Todo está yendo mal.
— Jeh, sé lo que necesitas. No es medicina para tu cuerpo ni para tu mente; es una inyección para tu alma. Escucha, desde los días de la pelea con el león, ¿no has llegado a ser un hijo de Dios?
Simba asintió.
— ¿No has seguido las palabras de Dios mismo cuando dijo que a “aquellos que creen en Su Nombre les dio poder de ser hechos hijos de Dios? ¿Dónde está tu confianza hombre?
— Jeh, ¿a quién he de creer, Bwana? ¿Cómo voy a saber que Dios puede hacer esta cosa?
— Jih, ahora quédate allí sentado y escucha. Aquí hay un episodio del mismo Libro de Dios, donde vemos que Jesús puede hacerle a Shaitani y para los que estan de su parte. Jesús y sus seguidores cruzaron un lago y al llegar al otro lado, apenas pusieron su pie en tierra, vino corriendo a ellos un hombre de aspecto fiero, con unos ojos de mirada salvaje, que demostraban que su menta andaba mal  ...
— Kah, Bwana, conozco esa mirada.
— En verdad, y los seguidores de Jesús sintieron como tú, porque ese hombre era tan fuerte que nadie en el país lo podía atar o aferrar. Rompía las cadenas, deshacía las sogas en pedacitos. Andaba errando por allí, de día y de noche, trepándose por las rocas, durmiendo en el lugar en que se enterraban los antepasados, chillando salvajemente y lastimándose con piedras agudas.
“Cuando vio a Jesús de lejos, corrió a lo largo del lago y entonces, de repente, se echó a los pies de Jesús y gritó con voz fuerte y asustada: ‘¿Qué tienes que ver conmigo, Hijo de Dios?’ y luego más suavemente, ‘En el Nombre de Dios, te ruego que no me atormentes’, porque Jesús había hablado y había dicho: ‘Icisi (espíritu malo) sal de ese hombre’. Luego Jesús siguió hablando: “¿Cuál es tu nombre?, le preguntó. Era el espíritu malo que contestaba. ‘Wenji (mucha gente), porque hay un ejército dentro mío’.
“Pero escucha, Simba, allí hay algo para ti. Los espíritus le pidieron a Jesús que no los echara del país en que estaban. Sabían que Jesús tenía poder sobre ellos. Sabían que Dios es más poderoso que Satanás y por eso pidieron que no los echara, sino que los mandara a un gran ato de puercos que había en una colina. Jesús lo hizo, pero el hombre, que hasta un rato antes era salvaje y peligroso, ahora estaba calmo. Sus ojos también estaban calmos. Dijo a Jesús: ‘Déjame ir contigo, Bwana’. Pero Jesús le contestó: “No, vuélvete a tu gente y diles qué es lo que ha hecho contigo el Dios Todopoderoso. Él lo hizo y todos quedaron asombrados. Ahora Simba, si tienes confianza y crees en Jesús, veras que la mano de Dios es mucho más fuerte que la mano del mal. Mira que Dios es muy poderoso.
— Kah, he cometido un gran error — dijo Simba — Bwana, hablaré con Dios y le diré que confío en él.
— Muy bien, ahora tienes que orar como no has orado por ninguna otra cosa, y por ahora, olvídate de esa pelea. Cuando llegue la hora de pelear, pelearás.
Esa tarde volví a la sala. Mafuta estaba sentado en la cama. Su dedo se había deshinchado bastante. Ahora se podía ver apenas el anillo debajo de la carne hinchada. Le inyecté un anestésico local cerca del lugar y comencé a trabajar con una sierra, dos pinzas de dentista y una navajita de bolsillo. No fue una operación sencilla ni fue hecha mucho más fácil por Mafuta, que dejó escapar una complicada serie de gruñidos y quejas.
— Yah, Bwana, ten cuidado con esa cosa puntiaguda –dijo, cuando yo levanté el cuchillito. Luego, cuando tomé suavemente la pinza para doblar el anillo luego de cortarlo, lanzó un tremendo grito, diciendo que con seguridad lo iba a pellizcar a él, pero cuando el anillo salió sin problemas, lanzó un suspiro de alivio y antes de que pudiera detenerlo, me estrechó la mano y la besó haciendo un ruido con sus labios que no me fue del todo agradable.
Daudi se sacudía de risa.
— ¡Jeh, Bwana! — decía — , ¡qué hombre este Mafuta!
Miré al gordo africano que se estaba acariciando tiernamente el dedo y le pregunté:
— ¿Te fue fácil poner ese anillo en el dedo?
— Jiii, Bwana — dijo, sacudiendo vigorosamente la cabeza para indicar que sí.
— ¿Y fue fácil sacarlo?
— Kumbe, no. Bwana, fue algo muy peligroso y doloroso.
— ¿Te gustó ponértelo?
— Jiii, Bwana — volvió a mover la cabeza.
— Pues mira, el anillo es como el pecado. Parece atractivo; es fácil cometerlo, tan fácil como ponerte un anillo en el dedo. El pecado siempre es atractivo, el pecado siempre es fácil. Cualquier pobre diablo de la aldea peca; no se precisa inteligencia ni valentía para hacerlo. Pero no te olvides que se necesita del amor del Hijo de Dios para liberarte del castigo del pecado y su poder.
— De veras, Bwana, de veras que esas son grandes palabras –dijo el gordo africano, moviendo los ojos lentamente.
— Yah, Bwana — dijo Daudi — , hablarle de la Palabra de Dios es como echar agua en tierra caliente. Lo único que hace es desaparecer. ¡Tichi!
Extendió sus manos expresivamente, como diciendo “es inútil”.
— No Daudi, en alguna parte quedan  ...
— No han quedado mucho hasta ahora, Bwana, escucha  ...
Mafuta mascullaba algo entre dientes.
— Kah, causare problemas. Yo voy a causarle problemas al que será marido de mi hija. No me puede echar un encantamiento sin sufrir las consecuencias.
Un mosquito estaba zumbando demasiado cerca de mi oído. Me desperté, prendí una linterna y descubrí que el insecto estaba del lado de afuera del mosquitero, a pocos centímetros de mi cabeza, haciendo grandes esfuerzos por atravesar la fina malla. Miré mi reloj: las dos de la mañana. En el momento de apagar la luz, oí el ruido de pies que corrían desde la dirección del hospital. Pensé que había problema en puerta y me quedé esperando el acostumbrado llamado: “Bwana, rápido, otro bebé”. Pero era la voz de Daudi, diciendo otra cosa:
— Bwana, rápido, Mafuta está revolcándose y gritando. Dice que está muy embrujado y que se está por morir. Se ha tirado al suelo, Bwana, con las manos apretadas contra el vientre, diciendo: “¡Yoh!” Tiene espuma en la boca.
En ese momento yo ya estaba esforzándome por vestirme. Tomando una linterna en la mano, corrí con Daudi hasta el hospital. La poca elegante forma de Mafuta yacía en el piso. ¡Cómo se quejaba!
— ¡Ooooh! ¡Yaaaa! … ¡yah, yah! ¡Kah, kah kah!
Después su voz se elevaba a un tono muy agudo, como una cierra circular que se choca con un clavo.
Era un paciente muy difícil de examinar porque se la pasaba retorciéndose todo el tiempo. A la luz de un farol podía ver sus ojos casi amarillos y pronto me resultó muy claro que su vesícula le estaba jugando una mala pasada. En menos de un minuto, preparé una jeringa con dos drogas adecuadas y se las inyecté mientras seguía gritando en el suelo. Expliqué a Daudi cuál era la causa de todo el problema. Mafuta no parecía escuchar.
— Mira, hay un pequeño pasaje, en forma de tubo, que va de la vesícula por tu interior hasta el tubo digestivo  ...
— ¿Tubo digestivo? Bwana, ¿estás hablando del camino por donde va la comida?
— Sí, exactamente eso. Bueno, dentro de ese tubito, algunas veces pasa una piedrita redonda que se forma cuando el cuerpo tiene un problema con grasa. Si es pequeña, puede pasar provocando poquito dolor, pero si es más grande, bloquea el tubo, te pones amarillo y, jih, te viene un dolor como el de Mafuta. Entonces se pone la medicina calmante, que al mismo tiempo ablanda el tubo por lo que la piedra puede deslizarse y pasar, y el enfermo se siente mucho mejor.
Mafuta estaba gruñendo.
— Kah  ...  kah  ...  ooh.
Tenía la mirada fija, y entonces con una voz extraña, como alguien que hablara en sueños, dijo:
— Los pies del brujo, los pies del brujo están caminando alrededor de mi casa.
Estiro sus rodillas y comenzó a quejarse.
— Ooi, ooi, yahay, yah, yah, yah. Koh, ¿no está pisoteando con sus pies delante de mi puerta? ¡Koh! Es un hechizo, un hechizo que me matará, me matará.
Parecía estar enloqueciendo de nuevo. Salto de la cama, cayó en el suelo con un golpe horrible, y luego de un gruñido quedó inconsciente. Le puse dos inyecciones y entonces vi que sus párpados se movían y que su pulso era un poco más vivo. Lo pusimos en la cama y allí quedó jadeando.
Llevé a Daudi a un lado:
— Lo que debemos recordar es que su corazón también es débil: puede pasarle cualquier cosa.
En ese momento se abrió completamente la puerta. Uno de los muchachos entró precipitadamente sin notar al enfermo.
— Yagagwe (madre mía) — gritó, fregándose las manos — , yagagwe, hay un problema enorme. Mira, el jefe Makaranga está furioso contigo y he visto a Mganga, el brujo, que se desliza silenciosamente en la casa del jefe. Jih, ¡creo que eso no significa nada bueno!
Me imaginaba que mi paciente africano se desmayaría ante la noticia y me preparé para afrontar la emergencia, pero en vez de miedo y desmayo, se sentó y gruñó como un toro.
— ¡Kah!, ¡mi hija Perisi nunca verá el interior de su casa! ¡Yo soy el que debe estar enojado! ¿No es el anillo que él puso en mi dedo lo que me trajo tanto dolor? Ella se casará con otro y él llevará las de perder en esta lucha.
Miré a Daudi que estaba esterilizando la jeringa que acabábamos de usar.
— Bwana, ese es un cambio, sus pensamientos están tomando otro rumbo — dijo.
— En verdad. Anda y trae a Simba rápidamente. Está en el cuarto de los tambores.
Pronto el cazador africano apareció en la puerta con Daudi detrás.
Daudi se puso a mi lado.
— Bwana, le he explicado la situación. Ahora es mejor que dejes que nosotros arreglemos el asunto. Sabemos cómo debe hacerse todo esto.
Hice una seña afirmativa con la cabeza y me fui a un rincón.
— Mbukwa (Buenos días) — dijo Simba.
Mafuta lo miró desde la cama.
— Mbukwa — contestó con una mirada cortante.
Simba me miró y dijo:
— Bwana, desde que tomé la medicina he recuperado las fuerzas. Bueno, es tiempo de que vaya a cazar de nuevo. Mira, voy a ser un hombre rico si continúo cazando leopardos y pitones como hasta ahora. En estos días hay mucha posibilidad de vender sus pieles.
Mafuta se sentó en la cama. Miró con evidente interés cuando oyó hablar de dinero. Daudi me estaba susurrando otra vez en el oído:
— Bwana, has salir a Simba y yo haré los arreglos. Esta es la forma como lo hacemos en nuestra tribu. No te vayas lejos, y bueno, yo te contaré lo que ocurra.
Nos lo dijo unos minutos después.
— Bwana, el viejo Mafuta está muy de acuerdo con que se arregle el asunto y quede listo de una vez. Entonces yo le dije: “¿Qué mejor marido podría tener Perisi que un cazador que puede defenderla y que al defenderla, defenderá al padre?” También se trata de alguien que podrá pagar la dote de treinta vacas y, Bwana, ha estado de acuerdo.
Simba tomó del hombro a Daudi.
— ¿Qué? — casi gritaba — Vuelve a decirlo.
— Lo diré de nuevo — dijo el enfermero, retrocediendo — , si me sueltas el hombro y dejas de lastimarne. ¡Kah, hombre, qué fuerte eres!
Daudi volvió a contar su conversación con Mafuta. Entonces Simba me miró y dijo:
— Bwana, ciertamente ésta no es otra cosa que la mano de Dios. Esta mañana no había esperanzas, todo parecía totalmente imposible. Ahora, Bwana, todo está solucionado.
— De veras, pero hay una lucha por delante–dije — . Este Makaranga no será una cuestión simple. Y realmente creo que esa gente de los médicos brujos tendrá toda la ayuda que el diablo pueda darles por la simple razón de que tú estás tratando de servir a Dios y si el demonio puede deshacer la obra de Dios en cualquier manera, lo hará.
— Jih, hoy, ahora –dijo Simba — , el diablo no ha hecho un buen papel en la lucha contra nosotros.
— Cuidado, Simba, Shaitani tiene muchas trampas.
Daudi era práctico.
— Bwana, dejemos que se haga el primer pago de vacas y entonces el compromiso estará asegurado.
— Pero, mis vacas están a un día de viaje –dijo Simba.
— Entonces compra otras. Bwana te prestará treinta chelines.
— Jih, pero yo tengo treinta y dos chelines.
— Bueno Simba, en estos días de colección de impuesto, se pueden comprar las vacas por diez chelines cada una.
Durante un cuarto de hora, discutimos sobre las vacas, esos animales con joroba, que producen a lo sumo medio litro de leche diaria y que sirven de moneda en el centro de Tanganica.
Cuando Daudi volvió del portón, le planteé la cuestión:
— Me parece que es una cosa fea que un hombre compre a su esposa con vacas. Me parece que es una mala costumbre.
— Iiih, seguramente lo es para ti que no la entiendes, Bwana. Uno no compra una esposa con vacas; la dote es más bien una señal de buena fe  ...  por lo menos, debiera serlo. Un hombre no puede dejar a su esposa y recuperar sus vacas al menos que ella rompa las leyes de la tribu. A la vez, si un hombre maltrata a su esposa, bueno, ella puede ser llevada de nuevo a la casa de su padre por su propia gente y no se volverán a pagar las vacas.
— Pero, ¿cómo se determinan esas cosas, Daudi? Seguramente habrán muchas peleas.
— N’go, Bwana — Daudi sacudió la cabeza — . El jefe oye el shauri (discusión del caso) y lo juzga.
— Mmmm, Daudi, hay en todo eso más de lo que se ve a primera vista con ojos europeos.
El enfermero se rió.
— Bwana, ¿no te parece que debiéramos ir a contar todo esto a Perisi? Después de todo, ella es la más interesada, junto con Simba.
Fuimos juntos hasta la escuela de señoritas de la Misión y nos detuvimos bajo un árbol para agradecer a Dios por contestar nuestras oraciones. Durante un momento permanecimos en silencio, y luego dije:
— Daudi, en el Libro de Dios dice que si estamos en Cristo Jesús, o sea si andamos muy cerca de él y vamos por sus caminos, y su palabra permanece en nosotros, entonces podemos pedir y lo que pidamos ocurrirá.
— Eso es verdad, Bwana, lo hemos visto hoy.
— Pero, Daudi, Dios no siempre permite que el camino sea fácil, y bien me puedo imaginar al demonio planeando cómo arruinar las cosas, especialmente la fe de Simba.
— Pero, ¿por qué, Bwana? ¿Por qué Dios lo permite?
— Kah, Daudi, un hombre que sólo caza ratones nunca se hace valiente, ni aprende las mañas de la selva. Cazando leones y leopardos es como se adquiere habilidad para evitar los dientes y las zarpas de éstos.
El africano movió pensativamente la cabeza.
— Es para que nuestras almas sean fuertes y útiles, activas.
— Así es. La tentación es como eso, es un reto a usar esas cosas que sólo los hijos de Dios tienen a mano.
Una muchacha de la escuela vino corriendo por el sendero con una nota en la mano. Jadeando, se detuvo. Yo la leí y la alcancé a Daudi. Lentamente la leyó en voz alta.
“Perisi se ha desmayado repentinamente. Por favor, venga enseguida. Parece como que se fuera a morir”.