13: Muerte Y Decisión

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— Bwana, se trata de Mafuta — dijo Daudi mientras corríamos — . Le ha pasado algo terrible. Se ha desvanecido. Tiene muy mal aspecto.
Atravesamos velozmente la puerta del jardín de la sala de hombres y me llamó la atención la clara sombra del granado junto a la puerta sobre la blanca pared. Es extraño como esas impresiones parecen quedar fijas en nuestra memoria. En la sala encontré un ansioso enfermero africano sosteniendo al gordo enfermo. Le puse los dedos en la muñeca para tomarle el pulso. Presentía lo peor. La muerte parecía estar ya dentro de aquel hombre.
Rápidamente encendimos una lámpara de kerosén y preparamos una inyección. Pronto teníamos a Mafuta recostado en su almohada mientras la morfina cumplía con su misericordiosa obra.
— Bwana, ¿no le hicimos mal, verdad, porque peleamos con él allá afuera cuando hizo ese tremendo ruido? — preguntó Daudi en un murmullo lleno de ansiedad.
— Daudi, esto es el resultado de una serie de cosas. Mafuta ha vivido una vida muy agitada.
El africano levantó las cejas en un gesto de reflexión.
— ¡Jongo! Bwana, ¡es cierto!
— Tú sabes, Daudi, que la Biblia dice que si sembramos viento, cosecharemos tempestades y en otra parte dice: “No os engañéis, que Dios no puede ser burlado. Todo lo que el hombre sembrare, eso también recogerá”. Ahora Mafuta está recogiendo toda la cosecha de todo lo que ha hecho, y ¡vaya que cosecha!
Durante dos horas, Mafuta siguió totalmente inconsciente. De repente suspiró, y mis dedos apoyados sobre su muñeca sintieron que el pulso se hacía más lento hasta detenerse completamente. De fuera de la ventana, llegó el grito de lamentación de la muerte, que congelaba la sangre, seguido de un silencio casi mortal.
— Kah, Bwana, — susurró Daudi — , ese era uno de los espías del jefe Makaranga.
Casi amanecía cuando Daudi y yo nos retiramos de la sala.
Nos quedamos mirando la llanura y escuchamos el sonar de los tambores de la aldea vecina.
Daudi me tocó el brazo y murmuró:
— Kah, Bwana, están dando la noticia. Mira, pronto se sabrá por todo el país que Mafuta se ha ido con sus antepasados. Eso traerá problemas. Oí decir que Mafuta había aceptado tres vacas de Makaranga, pero que ya las había vendido. Bueno, ahora el jefe va a reclamar que se las devuelvan y será responsabilidad de los familiares de Mafuta el pagárselas, salvo que el jefe quiera casarse con Perisi.
Daudi sacudió la cabeza. Estaba muy perplejo.
— He oído decir, Bwana, que el único pariente que Mafuta tenía aquí se ha ido porque era un hombre de poco valor. Temía que los problemas en que siempre se metía Mafuta lo meterían a él en problemas. Ahora, Bwana, jeh, el jefe puede reclamarle las vacas a Perisi, salvo que  ...
— Sí, allí es donde yo pienso que debe aparecer Simba  — dije — .Oye, si no hubiera parientes, ¿quién recibiría la dote?
— Kah, si no hay parientes, entonces los padres de adopción, los que criaron y cuidaron a la muchacha, ellos tendrían derecho a reclamar la dote. Ellos serían considerados sus familiares.
— Muy bien, ¿y quién crio a Perisi?
— Jeh, ¿y no fue criada en la escuela de la misión?
Una sombra oscura se proyectó contra la pared, la de un africano que venía hacia nosotros con una gran lanza. La sombra lo hacía aparecer inmenso.
— Kah, ¿quién es? –murmuró Daudi.
Un minuto después se oyó una voz.
— ¿Jodi, jodi? (¿Se puede?).
Daudi corrió a la puerta y la abrió. Allí estaba Simba.
— Kah, he oído la noticia por las voces de los tambores — dijo — . He venido para ayudar.
— Simba, tenemos un gran problema — dije — . No hay parientes para que atiendan el entierro de Mafuta. Tampoco hay parientes para pagar al jefe las vacas que había recibido de él.
— Kah, no sólo eso, Bwana — dijo Simba — , sino que temprano encontré aquí gente viniendo de parte de Makaranga, exigiendo hablar con Perisi y la preocupará mucho y quizá, Bwana, quizá sea demasiado para ella  ...
— Yo puedo atender eso si  ...
Simba interrumpió con ansiedad.
— Bwana, yo puedo atender muchas cosas. Mira, yo puedo pagar las vacas. Mira, Bwana, yo puedo ocupar el lugar de un pariente. Voy a hacer cualquier cosa que sea necesaria, cualquier cosa.
— Bueno, parece que entre nosotros podremos resolver el problema de Perisi.
Simba asintió con la cabeza.
Y allí, en la primera luz del día, de pie y con la tranquilidad, inclinamos nuestros rostros y pedimos a Dios que nos diera fuerza para salir de aquel enredo y nos ayudara a andar por el camino recto para solucionar el problema. Guardamos silencio por un momento, luego Simba comenzó a hacer dibujos en el polvo del suelo con el dedo gordo del pie.
— Bwana, he estado pensando — dijo — . Mira, cuando cayó la noche, Mafuta tuvo la oportunidad de elegir qué camino tomaría su vida, pero, mira, ahora ya no tiene más oportunidad de elegir. De repente, la puerta de la muerte se ha cerrado.
— Jih, y no fue sólo la última noche que yo le hablé en este lugar — dijo Daudi — . Le hablé que el camino de las riquezas es un camino muy resbaladizo. Le recordé la historia de Jesús acerca del hombre que tenía grandes cosechas. El hombre que dijo dentro de su corazón que tenía grandes riquezas y provisiones para muchos años, pero al que Dios le dijo: “Necio, esta noche te reclamarán el alma. ¿De quién serán todas tus posesiones?” Bwana, le hablé de todo eso, pero él no quería escuchar, y le dije que el mayor pecado de todos, mayor que el pecado de homicidio y que no guardar cualquier otro de los mandamientos, o no guardar ninguno, era dar la espalda a Dios y no mostrar interés en el don de la vida que Jesús ofrece y nos ha dado a un precio tan, tan grande. Pero, Bwana, no quería escuchar. Lo único que decía era: “Kah, no me interesa”. Bwana, eso fue apenas hace unas horas, y ahora ¿qué ha sido de su alma?
— Daudi, quizás esto sirva como una fuerte advertencia para otros que oigan contar de Mafuta — dijo Simba.
Con esos sombríos pensamientos, los dejé y caminé a través de los maizales hacia mi casa.
Estaba a punto de tomar mi desayuno cuando, mirando por la ventana, vi una imponente procesión recorriendo un ondulante camino colina arriba hacia el hospital. En medio de un grupo de africanos, vestidos con toda clase de ropas, se veía a un jefe, con un fez rojo en la cabeza. Llevaba un saco de tela gruesa, con un ropaje, el kanzu, como un largo camisón blanco y flotante, que les gusta usar a los africanos.
— Bwana, allí viene Makaranga –dijo Daudi, que se había apresurado a llegar hasta mi casa — , es un hombre muy problematico.
— Asegúrate de que el portón del hospital esté cerrado y con llave, Daudi, y pregunta al jefe si sería tan amable como para venir a mi casa para conversar, tomar té y conversar de todas estas cosas. Y fíjate también que Perisi esté lejos de todo ruido.
Fue así como, un cuarto de hora después, estreché ceremoniosamente las manos del jefe y su comitiva. Daudi y Simba se sentaron a mi lado en los banquitos de tres patas. Como es la costumbre africana, hablamos de muchas cosas, antes de llegar a lo que realmente era el punto en cuestión. De repente, Simba pegó un salto y corrió a la puerta, diciendo en voz alta:
— Miren, ha llegado Mazengo, el gran jefe de Ugogo.
Todo el mundo se puso de pie, al entrar al cuarto el elegante y anciano líder africano. Con una amplia sonrisa, dio la mano a todos y se sentó.
En todo el país, nadie podía ayudar como podía hacerlo él. Sus juicios eran imparciales y su palabra era ley.
— Mutemi, es una buena cosa verte aquí — dije — . Mira, tenemos un asunto importante que dialogar y tu sabiduría nos será de mucha ayuda.
— ¿No es así? –dije mirando a Makaranga.
— Jih, Bwana, es así.
Entonces conté toda la historia que aparentemente él ya conocía bien.
— Bwana — dijo el rey — , es nuestra costumbre que las vacas deben ser pagadas por la familia del que ha muerto, a menos que el que las pagó aún quiera casarse.
Miró a Makaranga y levantó las cejas en un gesto de interrogación.
— Koh, y si yo no quisiera casarme con ella, ¿para qué habría pagado las vacas? — dijo el jefe, jugando con los adornados botones de su saco.
— Jongo, pero el bwana me dice que en este momento la muchacha está muy enferma, y aun ahora anda cerca de las puertas de la muerte — dijo el rey africano tranquilamente.
— Kah, ten en cuenta que esas son palabras del bwana — repuso Makaranga — . Él no quiere que yo me case con la muchacha. Sé que favorece a otro pretendiente.
Miré a Simba, cuyo rostro no demostraba expresión alguna. Sentí que las cosas nos iban muy mal. De repente, apareció el rostro de Sechelela en la puerta.
— Bwana, Bwana, ¿estás aquí? — llamó con urgencia.
— Sí  — contesté, adelantándome.
— Bwana, Perisi ha dejado de respirar. Ella  ...
No esperé oír más, sino que salí corriendo, seguido por Daudi y Simba. Inclinándome junto a la cama de la muchacha, con mi estetoscopio en los oídos, escuché su corazón. Oí un latido muy débil. Mire hacia la puerta. Simba estaba parado con una agonizante pregunta en los ojos. Antes de decir una palabra, tomé una jeringa, lista para una emergencia así, y la inyecté rápidamente. Entonces cruce el piso al africano.
— Simba, hubo un tiempo en que tú estuviste como ella está ahora, muy cerca de la muerte. Lo que tú necesitaste en aquella ocasión es lo que ella necesita ahora. Cuando tú lo necesitaste, ella te dio su sangre.
— Jongo, eso es algo que puedo hacer — dijo Simba, mientras una sonrisa le iluminaba la cara — . Bwana, te daré un debe lleno.
Exageraba, porque un debe es una lata de kerosén de dieciocho litros.
Fui rápidamente a la sala de patología para hacer las pruebas necesarias y preparar la transfusión a toda velocidad. Mientras me apuraba, vi a un africano, que me era desconocido, que corría entrando por el portón del hospital. Más tarde contaron que entró jadeando a la habitación donde seguía la discusión decisiva sobre la vida futura de Perisi, y que susurró al oído de Makaranga: “La muchacha está al borde de la muerte; apúrate a recuperar tus vacas, antes que las pierdas”.
En un minuto, la situación había cambiado.
— Kah, recuperaré mis vacas — dijo Makaranga — . No hay ningún valor en una esposa que no tiene fuerza. Arreglemos el asunto ahora mismo.
— Bien, las vacas se te pagarán mañana al ponerse el sol, según nuestra costumbre — dijo el rey — . La shauri ha terminado.
Una hora antes del atardecer, las últimas gotas de sangre corrían alegremente a las venas de Perisi. Simba estaba sentado en el suelo, observando cada movimiento. Saqué la aguja y coloqué un pedacito de cinta adhesiva donde aquella había estado. Escuche de nuevo por mi estetoscopio. Ahora sus latidos se oían fuertes y alegres.
— Todo anda bien, Simba. Ahora apúrate y toma esas vacas para el jefe — . Me puse de pie y estiré los brazos — . ¡Vaya! ¡Qué día ha sido éste! Pero de veras que todas las cosas obran para bien de aquellos que aman a Dios.
Asintió con la cabeza.
— No me acuerdo bien como terminan esas palabras, Bwana, pero son algo así como: “A aquel que él ha llamado, a los que le obedecen y cumplen su obra”.
— Así es  — dije — . Bueno, vete, hombre león. Regresa a verme un poco antes del amanecer y te contaré cómo van las cosas.
En la luz gris de la mañana temprana, caminé hacia la sala donde estaba Perisi. Sechelela había estado velando toda la noche. Me encontró en los escalones.
— Bwana, Perisi ha dormido doce horas y se ha despertado esta mañana, hace sólo unos minutos, mejor de lo que la he visto en varias semanas.