9: Tambores De Compromiso

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La luna brillaba con excepcional esplendor. Miré la llanura a través de la tela metálica de la ventana de la sala de guardia. A través del fino enrejado parecía como que la luna estuviera irradiando una cruz. Fijé la vista más allá del baobab que estaba cerca, a la maleza donde empezaba la selva. Muy lejos podía oír el salvaje golpetear de tambores y las voces agudas del canto de los africanos. Había un ritmo frenético en todo esa noche. Mi reloj indicaba que era la 1:50 de la mañana.
— Bwana, ¿cuándo me darás medicina? — oí que decía una voz apagada desde alguna parte de la relativa oscuridad que había detrás de mí.
— Ya pronto, Simba. Daudi está analizando tu sangre en el microscopio para ver qué medicina debemos darte.
Volvió a hacerse el silencio. En la sombra, a pocos metros, pasó un animal caminando silenciosamente. Su contorno era vagamente parecido a un perro alsaciano. En ese momento, oí una voz detrás de mí. Me di vuelta rápidamente y vi a Simba envuelto en una manta, mirando sobre mi hombro.
— Mbisi (la hiena), Bwana. ¡Si tuviera mi lanza!
El animal desapareció en la maleza. Mi compañero me tocó el brazo y dijo:
— Oye esos tambores, Bwana, escúchalos  ...
Dije que sí con la cabeza.
— No me gusta cómo suenan. ¿Qué te dicen a ti, Simba?
— Bwana, son tambores de compromiso. Vienen de la misma dirección en la que Mafuta se fue ayer. Mira, quizá a esta hora ya está todo el asunto terminado. Se habrán pagado las vacas y Perisi ya no será libre.
Se estremeció.
— ¡Kumbe, Simba! — le dije — . Estás enfermo. Debes volver a la cama. No es bueno que estés levantado a esta hora de la noche, pensando en esas cosas.
— Kah, Bwana, ¿cómo podría dormir cuando siento esos tambores golpeándome en el corazón y cuando sé, Bwana, que allá abajo — señaló con su mentón hacia la escuela — lo mismo está pasándole a Perisi? Kumbe, Bwana, déjame tomar este asunto en mis manos. Voy a pelear por ella.
— Jih, sé lo que harías. Mira ese hombre, en aquella cama, la tercera desde el final. ¿No hizo lo mismo y salió con un cuchillo clavado en el cuerpo? Y mira, he tenido otros con heridas de lanza o con la lanza atravesándolos y, bueno, pasaron un tiempo en el cindindilo, donde la puerta está cerrada con llave, y donde en las ropas que les ponen está la marca de una flecha. ¿Esa es la forma en que quieres mostrar a Perisi que has dejado los caminos paganos para andar en los caminos de Dios, eh?
— Iiiih, no sé qué hacer, Bwana. No sé qué hacer, pero tengo que hacer algo.
— Jongo, Simba. Esas palabras parecen las de esa gente que usa amuletos atados en el cuello y que se frotan con grasa de león. Les resulta agradable eso de frotarse. Su piel queda brillante, pero su dolor sigue. A gente como esa le gusta escuchar al médico brujo murmurando sus encantamientos y tirando al aire sus zapatos para averiguar por qué los espíritus han atacado a la gente.
Simba movió lentamente la cabeza.
— A la gente de la tribu le resulta más curioso ver eso que vernos tomar una gota de sangre del dedo de un hombre, mirarlo por un microscopio, descubrir la enfermedad y entonces venir con una jeringa e inyectar la medicina que cura. Pero, jongo, nuestro camino da buenos resultados.
— Jih, mira, Bwana, da muy buenos resultados— ceplicó Simba en voz baja.
— Viswanu, bien. Sigamos el camino de Dios en este asunto tuyo. Si somos miembros de su familia y oramos, Dios escuchará. ¿No te lo he dicho muchas veces? No es suficiente correr para ir a Dios y orar a él cuando estamos enfermos. Dios no es sólo un jefe poderoso a quien corremos cuando estamos en peligro o con problemas. Dios es más bien un padre a quien sus hijos van todos los días, por toda clase de cosas, grandes y pequeñas. Seguramente Dios te salvará del peligro o del daño, pero él hace mucho más, porque piensa en cada detalle de tu vida y contesta tus oraciones, a menos que haya algo mal en tu manera de vivir. Por ejemplo, ¿recuerdas que la Palabra de Dios dice: “Si hubiere iniquidad (planes de hacer cosas malas) en mi corazón, el Señor no me oirá”?
— Kah, Bwana, pero yo no tengo planes para pecar. He planeado hacer cosas para Dios.
— Si es así, Simba, lo que Dios dice es: “Encomienda a Jehová tu camino, confía en él y él te ayudará”.
— Jeh, Bwana, eso suena muy bien.
— Vamos, arrodillémonos aquí y encomendemos tu camino a Dios.
Y Simba oró con toda sinceridad.
Apenas nos habíamos levantado de nuestras rodillas, cuando oímos que se cerraba la puerta del laboratorio. Un minuto después Daudi estaba con nosotros.
— Bwana, al cazador lo han cazado — dijo — . Mira, todas las placas de su sangre están llenas de dudus de la nariz del izuguni (mosquito). Kah, tiene mucho paludismo.
De acuerdo con eso, le pusimos la inyección de quinina y lo mandamos a la cama. Una vez más, miré por la ventana, hacia la llanura.
— Jeh, quisiera saber, Bwana –dijo Simba, al envolverse en la manta — , cómo Dios va a arreglar todo el asunto. A mí me parece imposible.
Sacudió su cabeza y entonces los rayos de la luz lunar, reflejados así como una cruz a través de la tela metálica, le llamaron la atención.
— Kah, Bwana, mira allí, allí justo sobre la aldea donde están pasando las cosas –dijo — . Mira, parece como si la cruz del Señor estuviera encima de ella.
— Simba, es sólo una ilusión de la luz de la luna y el tejido muy fino, pero créeme, Dios está allá de la misma manera que aquí. Cuando oramos, Dios comienza a obrar.
— Jeh, Bwana, ahora me voy de vuelta a dormir, sabiendo que Dios todo poderoso está obrando.
Yo tenía exactamente el mismo sentimiento, mientras cruzaba el terreno hasta mi casa.
A la mañana siguiente, el muchachito que golpea nuestro tambor nos trajo noticias.
— Kah, Bwana, en la aldea más allá de las malezas –dijo — , anoche tuvieron un sikuku. Jih, Bwana, mucha cerveza, mucho baile y esta mañana, mucha gente con dolor de cabeza. También oí, Bwana, que Makaranga, el jefe de allí (yoh, es un hombre con muchas esposas) ha dado los regalos de casamiento y ha recibido también otros. Bwana, oí que dio a Mafuta un anillo hecho todo de oro.
Aparentemente habían llegado las mismas noticias al hospital.
— Daudi — dije — , explícame eso del anillo. ¿Es cosa común como obsequio de compromiso?
— Jeh, eso es algo nuevo, Bwana.
— Jum, ¿un anillo de oro? Bueno, eso no debe traer mucho problema.
Ni me imaginaba yo cuánto problema.
Simba estaba temblando en su cama. Aún estaba bajo los efectos del paludismo. Fui a él con una jeringa cargada.
— Vamos, viejo cazador, date vuelta — le dije — . Mira, hoy el cazador soy yo y tú eres el cazado.
— Yeh, Bwana, — dijo dándose vuelta — , yoh, cualquiera puede clavar una lanza en un animal medio muerto.
Le froté una pequeña sección de piel con alcohol y clavé allí la aguja.
— Jii — suspiró — , jah, Bwana, no me siento bien esta mañana.
— ¿Tienes hambre?
Una ligera sonrisa apareció en su rostro.
— Un poco, Bwana.
Detrás de mí, Daudi sonreía.
— Es buena cosa, Bwana, porque algunas de las wadodo waskuli (las pequeñas de la escuela) han llegado con un cuenco de wugali (avena) para Simba. Bwana, lo cocinó la misma Perisi.
Simba se estaba sentando en la cama.
— Yah, Bwana — dijo — , jeh, estoy empezando a sentirme mejor.
— ¿Se debe a que estás pensando en la comida?
— Jeh, Bwana, te reirás de mí, pero mis pensamientos andan un poco más alto que mi estómago. Están en mi corazón. Porque  ...  mira, Perisi está pensando en mi enfermedad. ¿No es ella una mujer de capacidad?
Salí de la sala. No muy lejos estaba el objeto de nuestra conversación.
— Bwana, ¿comenzará pronto mi trabajo en el hospital?
— Ya has empezado, Perisi, porque le has hecho mucho bien a uno de mis enfermos esta mañana.
La muchachita africana sonrió y luego se puso muy seria.
— Bwana, no pude dormir anoche. Oí esos tambores.
— Nosotros también los oímos desde aquí. Hemos pedido a Dios que lleve todas estas cosas por su camino.
— Bwana, yo también oré así, pero no veo como puede ser así.
— Eso no es asunto tuyo, Perisi, ni mío. Tu función es orar y obedecer cualquier orden. Dios hace la obra y si él tiene algo que nosotros debemos hacer, nos lo mostrará.
— Mboka, mbeka (es cierto) — dijo, asintiendo con la cabeza.
En ese momento, Daudi llegó con el bol de comida ya vacío. Perisi lo tomó, nos saludó y se fue de regreso a la escuela.
— Jeh, Bwana, — dijo Daudi — , mira, es raro que en nuestra tribu un hombre y una mujer se amen como éstos dos.