5: La Flecha

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Había terminado la fiesta y el fuego con el que se había asado la cabra ya no era más que un chisporroteo rojo entre las cenizas. Desde donde me encontraba, podía ver a las enfermeras caminando alrededor del hospital con sus faroles a prueba de viento. Más allá de la sala de operaciones, las llanuras de Tanganica central se veían blancas bajo la luna, con sombras profundas de sus colinas y malezas.
Sobre mi hombro oí una voz:
— Bwana.
No me di vuelta para mirar porque bajo la luz de la luna podía ver la larga sombra de un hombre muy musculoso, apoyado en una lanza de caza. La sombra hacía que pareciera un gigante. Enseguida lo reconocí.
— Hola, amigo — dije — ¿qué pasa? ¿Has comido demasiada cabra, o te duele la pierna como cuando hay tormenta y truenos, o es que te tienes problemas los ojos que te retoque y quieres algunas de las gotas negras?
— Bwana, mi mal no es el cuerpo — dijo tranquilamente el africano — sino en alguna parte dentro mío.
Apoyó una de sus enormes manos en el centro del pecho.
— Ven, son esos cuartos de cabra que te comiste — dije — . Seguramente te han hecho mal al estómago. Necesitas la medicina blanca.
— Kah, Bwana, mi estómago, podría comer mucho más — dijo el africano — . Ni la carne de cebra no me hace mal. Bwana, no sé qué hacer.
Se apoyó en la lanza y sacudió la cabeza amargamente.
— Dime Simba, ¿no eres feliz en tu corazón? Una vez me hablaste de esa misma manera, allá junto al dispensario y dijiste que no creías que Dios pudiera tener interés en ti, porque él tenía muchas cosas en qué pensar, demasiadas cosas.
El africano volvió a sacudir su cabeza.
— Bwana, eso lo entiendo perfectamente ahora ¡y es porque entiendo que ahora no sé qué hacer! Ya ves Bwana, cuando me hablaste de Jesús y me explicaste que él era el Buen Pastor y que daría su vida por sus ovejas, me explicaste como él había dado su vida por la mía. Entonces yo decidí que sería para él y solo para él. Por eso, Bwana, ahora no sé qué hacer.
— Ven, vamos a mi casa a sentarnos donde no pican los mosquitos y cuéntame bien el problema.
Caminó detrás de mí por el angosto sendero, de unos cuatrocientos metros, que lleva del hospital a mi casa en la selva. Apoyé mi farol en el escritorio y le alcancé un banquito de tres patas para que se sentara.
— Simba, antes de pensar en todos los problemas y temores que tienes, siempre es bueno pedir a Dios que nos ayude y nos guíe. A menudo yo oro diciendo: “Oh Señor, mantén mis pisadas en tus senderos para que mis pies no se desvíen”.
Inclinamos en silencio la cabeza, después Simba dijo:
— Bwana, en aquellos días antes que me encontraras, bueno, yo tuve una esposa llamada Matata. Me hacia la comida y me ayudaba en la huerta, pero era una mujer demasiado habladora. Cuando me iba a cazar, se quejaba. Si me quedaba en casa, también se quejaba. Bwana, mi vida no tenía nada de alegría por causa de sus quejas continuas y su habladera. ¡Yoh, estaba deshecho! Un día se fue a visitar sus parientes que viven allá — señaló con su mentón hacia el oeste — . Se había ido por dos días cuando llegaron las noticias de que tenía la enfermedad mortal.
Comprendí que con eso quería decir pleuresía.
— Bwana, hice un día y una noche de safari a través de la selva. Viajé sin detenerme, pero, Bwana ¡la enfermedad fue demasiado fuerte para ella! Llegué a tiempo apenas para decirle adiós antes de que hiciera su último gran viaje.
Simba se quedó en silencio por un momento. A la distancia, podíamos oír el canto de los africanos alrededor del fuego y el ritmo peculiar de sus tambores. Desde muy cerca, llegó el aullido de una hiena. Simba continuó:
— Bwana, en estos días yo siento soledad en mi corazón y me pregunto si me debería casar. Pero, si me caso, ¿me casaría con una mujer tan charlatana como Matata? ¿Qué debo hacer, Bwana? ¡Mi mente da vueltas y vueltas, Yah! Mis pensamientos están llenos de nubes y neblina, no sé qué hacer.
Moví la cabeza:
— Pero, Simba, ¿tienes alguna idea?
— Bwana, ahora las cosas son diferentes — dijo, mirando como si no tuviera donde poner las manos — . Me casé con Matata porque necesitaba una mujer que me cocinara y cuidara de la casa. Pues bien, ella tenía hombros fuertes y podía llevar del monte mucha madera para el fuego. También sabía trabajar muy bien la huerta. Mis parientes decían que ella era una mujer fuerte, y que una mujer fuerte era buena para la cocina y para la huerta y que por eso sería una buena esposa. Pero, Bwana, en estos días las cosas son diferentes. Yo, yo  ...
Movió los hombros vagamente y se volvió a poner la mano en el pecho.
— Escúchame, Simba — le dije — , cuando ves el relámpago sabes que debes esperar el  ...
— El trueno, Bwana.
— Y cuando ves al baobab que echa hojas de nuevo, sabes que  ...
— Bwana, que llegan las lluvias.
— Muy bien, ¡yo también he usado mis ojos estos días! He visto las señales de algo que está creciendo en tu corazón. ¡Lo vi al principio hace un año, cuando estabas agonizando en el hospital y tu vida fue salvada por la sangre de Perisi!
— Mira, Bwana, yo no comprendía por qué lo hizo. Luego lo comprendí Bwana, entendí que era diferente. Ella no era como las mujeres de mi aldea. Era diferente porque tenía el amor de Dios en su corazón. Bwana al ir caminando por la selva y al viajar de aquí para allá, y al sentarme junto al fuego, parecía que mi corazón llamaba a Perisi. No busco una mujer sólo para que me cocine la comida pero, Bwana, busco alguien  ...  — Miró pensativamente el aire — . No encuentro las palabras para decirlo.
— Simba. El Libro de Dios dice: “¿Andarán dos juntos si no estuvieren da acuerdo?”
Simba asintió con la cabeza.
— ¿No quiere decir eso para los que siguen Sus caminos?
— Por supuesto. ¿Cómo puede la gente que vive junta estar feliz si cada uno viaja en distinta dirección? Dice también el libro de Dios: “No os juntéis en yugo con los infieles”. Mira, Dios nos advierte que no hay ninguna ventaja en unir nuestra vida con alguien que no sigue Sus caminos.
— De veras, Bwana, que ésas son palabras sabias — dijo Simba.
— Son palabras sabias y algo más: son órdenes para aquellos que siguen el camino de Dios y de Jesucristo. Pero aquellos que siguen los deseos de su propia mente sin pensar en las palabras de Dios, encuentran muchos problemas todos sus dias.
— Yah, lo sé muy bien, Bwana, pero cuando me acercaba al padre de Matata no tenía miedo en mi corazón para pedir su mano, pero ahora mi corazón me tiembla y se me aflojan las rodillas.
— Kumbe, ¿hay alguna ventaja en no hacer nada, esperando que el león te salte encima? ¿No es mejor ir tú mismo y hablar con sus parientes? Averigua que exigen para la dote.
— Bwana, nuestra costumbre es distinta. Daudi ya ha pedido su mano por mí y su padre dice que la dote es de treinta vacas. Bwana, yo sólo tengo diez vacas.
— Pero puedes ganar más dinero para comprar más vacas. ¿Por qué no vas y hablas con Perisi? ¿No sería mejor averiguar primero si ella quiere ser tu esposa? Quizá ése no sea el método de tu tribu, pero es el método del corazón.
— Bwana, mi corazón llama a Perisi, pero es algo muy duro. Mira, mi lengua se niega a moverse. Ya la vi esta tarde, pero no me salían las palabras. Es mucho más fácil cazar un animal salvaje con una lanza o cazar una serpiente con mi horqueta. Eso, Bwana se arregla con una acción, pero  ...
En ese momento, una voz aguda llegó a nuestros oídos.
— Bwana, ven rápido, en la escuela hay una nzoka (serpiente), en el aula de los wadodo (chiquitos).
— Allí es, Simba — dije, levantándome de un salto — , donde Perisi cuida a los más pequeñitos. Allí tienes una acción para realizar. ¡Corre!
Pocas veces había visto a alguien ir tan rápido. Simba ya se encontraba veinte metros delante de mí. Entró en el aula como un rayo. Cincuenta segundos después, la víbora ya estaba muerta, allí donde las africanitas se habían metido debajo de las sábanas, temblando de miedo.
— Kah, no tengan miedo, niñas — dijo Simba, jadeando — , miren, la víbora ya está con sus antepasados.
— Assante (Gracias), Bwana — dijo una muchacha de voz tranquila cerca de la puerta.
Vi que era Perisi.
— No me des las gracias a mí — dije — . Fue mi viejo amigo, el matador de serpientes, el hombre león, el que lo hizo y oye, Perisi, él tiene algo que decirte. Voy a afuera mientras te habla.
Simba colocó la serpiente muerta en el extremo de su palo y caminando con paso lento a la luz de la luna arrojó el reptil en el huerto de maní.
Luego en voz baja habló con la muchacha.
Yo caminaba de un lado a otro en la veranda.
Después de un rato, vi a Perisi voltearse, volver a entrar en el aula y cerrar la puerta. Simba, tomando su lanza, corrió a través del patio, saltó sobre el cerco de piedras y corrió en dirección a su aldea. Yo corrí tras él.
— Jih. Simba, ¿qué pasó? ¿Qué te dijo?
Pero dejándome en la duda, desapareció en la oscuridad.