Pasaron tres semanas. Apoyado en el codo y sonriendo, en la tercera cama estaba mi viejo amigo que casi sirve de comida al león.
— Mbukwa, Simba.
— Mbukwa, Bwana — respondió sonriente el feliz cazador.
— ¿Qué novedades hay?
Santiago había quitado los vendajes y estaba ahora curándole las piernas. Toda la herida había sanado maravillosamente. Con pocos injertos de piel, sería capaz de caminar dentro de un mes. Durante ese tiempo habíamos estado tratándole los ojos, que estaban en espantoso estado. Cada día echábamos unas gotas y se veía un evidente mejoramiento. La puse la mano sobre el hombro.
— Escucha, Simba. Tus piernas son un problema pequeño en relación con tus ojos. Pero si tienes paciencia y puedes soportar un poco más de dolor, volveremos a poner tus ojos en un estado normal antes de mucho tiempo si tú ayudas.
Simba se sentía feliz. Su risa resonó en todas las paredes. Me apretó las manos con las dos suyas.
— Bwana, mi pierna era un desastre. Tú me la curaste. Sé que gracias a ti estoy vivo ahora. Entonces, ¿cómo no voy a hacer todo lo que me digas, duela o no?
— Bwana, hay mucho trabajo en este turno –dijo Kefa — y nos lleva media hora, tres veces al día hacer un tratamiento como has explicado. Pero, mira, se me ocurre un tratamiento nuevo. A ver qué te parece ...
Me sacó fuera y me mostró un frasco de cuello ancho, preparado con varios tubos de vidrio. Tomándola en debida forma, salía un fino rocío de líquido.
— Mira, Bwana, Simba puede hacer esto por sí mismo. Le gustará y ahorrará tiempo.
— Pero, Kefa, ¿quién recogerá el agua? ¿No será un desorden?
— Bwana, él puede salir y sentarse en la plantación de maní y así cualquier cantidad de agua que se derrame será útil al cultivo.
Así fue como pude ver a Simba todos los días, sentado entre las plantas de maní, lavando sus ojos con el medicamento. Yo limpiaba los párpados y untaba las partes irritadas con un aceite que daba muy buenos resultados. Por fin llegó el día del último injerto de piel y escribí en la historia clínica: “Sus ojos tienen apariencia normal”.
Sin embargo, sus pestañas se torcían hacia abajo e irritaban mucho el globo del ojo. Cada cuatro días, las arrancaba. No sé si le resultaba o no un procedimiento doloroso. Pero a medida que cada pestaña salía, él lanzaba un terrorífico rugido y hacia explotar de risa a sus compañeros de hospital. Luego decía que prefería encontrarse con un montón de leones que con un médico, armado con un pequeño par de pinzas.
— Ya ves, Bwana — decía — , puedo clavar lanzas en los leones, pero no se acostumbra a hacer eso con los doctores y ahora resulta que me haces sufrir y no puedo hacer más que gritar.
Kefa estaba a punto de echarle gotas en los ojos cuando mi paciente muy a tiempo, abrió la boca y lanzó un último grito.
¡Eso me dio la “oportunidad” de echarle las gotas en el lugar errado ... la boca! La gente alrededor lanzó una carcajada, mientras Simba tosía y escupía y luego toda la cama saltaba con su risa. Era una de las almas más alegres en todo el lugar.
Al principio había asistido a la iglesia llevado por los enfermeros que lo colocaban atrás de la última fila de bancos. Luego iba apoyado en el brazo de Kefa.
Un día fui a revisarlo y lo encontré descifrando laboriosamente, palabra por palabra, un pasaje del Nuevo Testamento.
— Mira, Bwana — dijo — , aquí está el pobre y viejo “león” transformado en escolar. Dentro de poco, con mis ojos reparados, podré leer y saber de Dios como nunca supe antes.
Aquel día le hice la primera operación, que era un poco de trabajo en la piel del párpado. Nunca lo había hecho antes y eso me hizo recordar una historia que había oído en mis días de hospital.
Simba entró en la sala. Sus piernas ya eran normales, pero grandes cicatrices indicaban el daño que le había hecho el león. Al entrar en la sala, sintió el olor.
— Kah! ¡Qué olor tienen estos lugares!
Al verme, tomó el brazo de Daudi y con una amplia sonrisa y sus rodillas chocando notablemente, dijo:
— Kumbe. Tengo miedo. ¡Kah! ¡Va a lastimarme! ¡Kah! Nunca me han hecho antes una operación en los ojos. Jiiii, tengo miedo.
Hice señas a Daudi.
— Dile que si tiene miedo, eso no es nada al lado de lo que siento yo. Mira, es la primera vez que he hecho esta operación.
Se rió a carcajadas, y luego la sala pareció sacudirse cuando se le hizo llegar el mensaje a la víctima. Cuando todo se tranquilizó, dije:
— Escuchen: hoy tendremos mucha alegría. Pero estos ojos son de nuestro amigo y yo tengo la responsabilidad de dejárselos bien. Si cometo un error, puedo hacerle daño y ese daño le va a afectar toda la vida. Por eso quiero pedir a Dios, que es mi Padre y que me ayuda en todas las cosas, que guíe mis manos y repare sus párpados.
Cuando terminé mi breve oración, se oyó la voz profunda de mi paciente:
— Gracias, Dios, por el bwana. Gracias por las medicinas y ayúdame a comprender todas tus palabras.
No hubo nada de vacilación de parte de Simba durante su operación y debo admitir que corría gran riesgo en las manos de un novicio como yo que nunca había realizado una intervención como esa. Pero en el momento de poner la última puntada, sentí que aunque no era el mejor de los trabajos, por lo menos produciría buenos resultados.
A la mañana siguiente, encontré a Simba con los ojos vendados, pero contento, cantando a viva voz.
— Nyamale (Quédate tranquilo) — le dijo Kefa — , puedes hacer saltar las puntadas.
— Kumbe, ¿de quién son estas puntadas?
— Mías — contesté desde la puerta — , porque yo las puse.
— ¡Yeh! No sabía que estabas allí, Bwana — dijo Simba.
— Quizás no — dijo Kefa — , pero esta vez el bwana trajo su aguja más larga y está con su hilo y no sólo te va a coser los ojos, ¡ahora te va a coser la boca!
Se oyeron risas por toda la sala.
Me lavé las manos y observé a la enfermera más joven echando con cuidado agua alrededor de unas plantas de tomates que crecían en el patio. Kefa observó mi mirada y sonrió.
— Aquí nunca se pierde nada, Bwana. Toda el agua usada va para la verdura; todas las mantas se transforman en cintos cuando están gastadas; las sábanas viejas, primero se transforman en fundas para las almohadas y luego terminan su vida como vendas. Es verdad, Bwana, somos cuidadosos.
— Tenemos que serlo, Kefa. Nos faltan muchos materiales y no tenemos dinero suficiente para pagar los gastos del mes próximo. Ya ves, estamos tan lejos de mi tierra que la gente no se da cuenta que tenemos necesidades y hemos llegado casi al último centavo. Pero, si pudieran ver a Simba ...
— Bwana, hemos reparado el trabajo de un león por apenas siete chelines — dijo Daudi — . Hemos arreglado lo que hicieron los mosquitos con otros tres y ahora le devolveremos la vista y le daremos unos buenos párpados por diez chelines.
— Daudi, en total es una libra esterlina. ¡Y eso es lo que cuesta en mi país un par de zapatos comunes!
Simba oyó de lejos la observación y se rió.
— ¿Yo? ¿Valgo lo que vale un par de zapatos? Kah, Bwana, quédate con los zapatos.
El personal se sonrió, pero yo me quedé impresionado por la seriedad del asunto.
— Mi amigo Simba, si tú no fueras más que carne y hueso, estaría de acuerdo, pero ¿qué diremos de tu alma? Tu cuerpo puede ser destruido por cantidad de cosas, desde leones hasta mosquitos, pero tu mutima (alma) seguirá viviendo.
Kefa estaba sacándole los vendajes de la cabeza mientras yo esperaba con las pinzas listas para actuar. En cuanto salieron los vendajes, saqué el algodón y las gasas.
— Yah, ¿han quedado bien las puntadas? — preguntó Daudi.
En vez de responder, froté sus párpados con una loción y le mostré todas las puntadas, señalándolas con las pinzas; todas estaban en su lugar, sin infección. Todo salía como debía haber salido.
Por encima de la herida un ojo grande, enrojecido se abrió y me miró. Moví la cabeza en respuesta a su pregunta silenciosa.
— Sí, Simba, todo está bien. No quedará nada, sino una cicatriz de un centímetro.
— Assante sana (Muchas gracias) — contestó y agregó — , Yah, hay muchas cosas por las que debo estar agradecido. Mira, Bwana, voy a pagar por todo este trabajo y traeré una de mis vacas.
Kefa, que estaba escuchando calladamente, interrumpió de repente:
— Puedes pagar con vacas por tus piernas o tus ojos cuando hay necesidad, pero no puedes pagar con dinero ni con vacas cuando hay que hacer una operación en tu alma.
El rostro de mi paciente reflejaba su asombro.
— “Sin dinero y sin precio”, Simba, es el precio que debes pagar para quedar libre del pecado en tu alma. El Señor Jesucristo pagó el precio más alto posible: Su propia vida.
— Y él te pide que creas en él — agregó Kefa — . Eso significa que debes serle absolutamente leal y luego seguirle y obedecer sus órdenes sin discusión.
Kefa tenía una Biblia en la mano.
— Bwana, con mis ojos ya sanos — dijo Simba — pronto podré leer yo mismo la Palabra de Dios y pensar en estas cosas y comprenderlas.
— Sí, y espero que obrarás también de acuerdo con ellas — le dije.
Finalmente llegó el día cuando Simba estaba listo para volver a su casa. Le dijimos adiós en la puerta y se fue por el camino saludándonos con la mano, por el mismo camino en que Daudi y yo habíamos recorrido con tantas aventuras semanas antes.
— Koh, Bwana — dijo Daudi — . Estoy pensando si volveremos a saber algo de él.