Éxodo 25:10-16; 37:1-5
El único mueble dentro del Lugar Santísimo era el arca con el propiciatorio. Era un cajón o cofre hecho de madera de Sittim, revestido por dentro y fuera de oro puro. Tenía una cornisa o franja de oro alrededor arriba, un anillo de oro en cada una de sus cuatro esquinas, y dos varas de madera de Sittim revestidas de oro, mediante las cuales podía ser llevada por el desierto. Dentro de esa arca estaban las dos tablas de la ley, más la urna de oro con el maná, y la vara de Aarón que reverdeció (véase Hebreos 9:4).
En el oro y la madera de Sittim vemos al Dios-hombre (Cristo). El oro nos habla de su divinidad y la madera de su humanidad.
Las tablas no quebradas dentro del arca nos recuerdan la obediencia perfecta de Cristo. "El hacer tu voluntad, Dios mío, me ha agradado; y tu ley está en medio de mis entrañas" (Salmo 40:8).
Las dos tablas de piedra grabadas con los diez mandamientos.
Se recuerda que las primeras dos tablas fueron quebradas al pie del monte por Moisés cuando vio al pueblo adorando el becerro de oro (véase Éxodo 32:15-19). ¿De qué utilidad a ellos podía haber sido tal ley? Su primer mandamiento demandaba lealtad completa a Dios; el segundo prohibía el hacer imágenes o esculturas para inclinarse delante de ellas y el tercero prohibía tomar el nombre de Dios en vano.
Mientras Moisés venía de Dios al pueblo con estos mandamientos, ¿qué estaban haciendo? Habían hecho "un becerro de fundición" y hacían homenaje delante de él, declarándolo ser el dios que los había redimido (véase Éxodo 32:4). Se ve que el corazón rebelde del hombre está enajenado de Dios—no está sujeto a su ley, ni puede estarlo. Las tablas fueron quebradas, y con el hombre caído jamás pueden ser renovadas. ¡Cuán insensato, pues, es el hombre que piense que por observar fragmentos de una ley violada pueda satisfacer a Dios o justificarse! Pero cuántos hay que buscan alcanzar el reino de Dios por este camino, mezclando la ley y la gracia (véanse Romanos 7:4,7; Gálatas 3:1-3, 11, 13, 24-25; 5:1, 4).
La salvación no es una cosa compleja hecha de ley y gracia; de otro modo la gracia ya no sería gracia. El pecador ha quebrado la ley de Dios, y así ha perdido todo derecho a la justicia sobre esa base. Además está bajo la maldición de la ley en espera del castigo. Pero, gracias a Dios, hubo Uno distinto de todos los demás—en cuyo corazón las demandas de Dios tenían su lugar de honor. Él era "Jesucristo el Justo" (1ª Juan 2:1).