Éxodo 25:17-22; 37:6-9; Hebreos 9:5
Pasaremos al estudio del propiciatorio. Hay que notar que la cubierta del arca era de oro puro, con querubines de oro en sus extremos, y se llamaba el propiciatorio. Las alas de los querubines lo cubrían, y sus rostros miraban el uno al otro hacia el propiciatorio. La palabra "propiciatorio" significa "expiar" o "cubrir," y Romanos 3:25-26 explica su significado en el Nuevo Testamento. "Cristo Jesús, al cual Dios ha propuesto en propiciación por la fe en su sangre, para manifestación de su justicia, atento a haber pasado por alto, en su paciencia, los pecados pasados, con la mira de manifestar su justicia en este tiempo: para que él sea el justo, y el que justifica al que es de la fe de Jesús," Se ve que en Cristo solamente se puede conocer la misericordia de Dios, y sobre una sola base, la de expiación. La cruz de Cristo es la respuesta final y todo suficiente, por cuanto allí los atributos de Dios, aparentemente irreconciliables, son armonizados y fundidos en su divina perfección y hermosura. Salmo 85:10 nos afirma el resultado perfectamente divino: "La misericordia y la verdad se encontraron: la justicia y la paz se besaron."
En el gran día de la expiación, cuando una vez al año Israel se limpiaba del pecado, Aarón el sacerdote, vestido de vestiduras de lino, entraba dentro del velo con la sangre de la expiación (véase Levítico cap. 16). La sangre fue esparcida sobre el propiciatorio una vez, y delante de él siete veces. Una vez era suficiente para la santidad de Dios, pero siete veces—el número de perfección—para la necesidad del adorador. Su importancia no puede ser estimada demasiado, por cuanto la cuestión más grave era ésta: ¿Cómo podría el Dios santo continuar morando en medio de un pueblo pecaminoso? ¿Cómo podría ser establecido su trono en justicia en medio de ellos?
La respuesta se halló en la sangre esparcida. La gloria de Dios descansaba sobre el propiciatorio rociado de sangre; con respecto al mismo lugar Jehová había dicho: "De allí me declararé a ti, y hablaré contigo" (Éxodo 25:22).
Pero ¡cuán grande es el contraste entre el gran día de la expiación del Antiguo Testamento y el sacrificio perfecto del Señor Jesús! Leemos en Hebreos 10:1, —"La ley, teniendo la sombra de los bienes venideros, no la imagen misma de las cosas, nunca puede, por los mismos sacrificios que ofrecen continuamente cada año, hacer perfectos a los que se allegan."
Así que, amado lector, vemos que la sangre del Cordero (Cristo) no solamente nos da la respuesta perfecta a todo lo que hubiésemos hecho, y a todo lo que somos, como viles pecadores, sino que Cristo inmolado también ha dado satisfacción completa y gloriosa a Dios mismo. Entonces, ¡cuán confiadamente podemos cantar!:
"Por la sangre del Cordero
Soy el vencedor
De Satán y del pecado—
Gloria al Salvador!"
Sí, "la sangre de Jesucristo su Hijo nos limpia de todo pecado" (1ª Juan 1:7). Eso no quiere decir que sea arrancado de nosotros la raíz del pecado. Esto sería engañar a nosotros mismos (véase 1ª Juan 1:8). Pero mientras andamos allí en la presencia del Dios santo, a pesar de todo lo que nos sentimos ser, somos contados limpios por causa de ella. Vale decir, en el propiciatorio rociado de sangre tenemos comunión con Dios.
Hay que observar que los querubines miraban hacia el propiciatorio rociado de sangre. Los querubines son representantes del poder de Dios en creación y en su gobierno judicial.
En el libro de Ezequiel se ven como representantes de la gloria de Dios, y el curso de su gobierno, pero en juicio activo sobre Israel (Ezequiel caps. 1-11). Aquí ellos, por contemplar la sangre rociada sobre el propiciatorio, dan la bienvenida al pecador, que se acerque. "Ninguna condenación (juicio) hay para los que están en Cristo Jesús" (Romanos 8:1). No hay espada ahora, porque ha traspasado a la víctima y los querubines contemplan la sangre. ¡Alabado sea nuestro Dios!
Los anillos y las varas hablan del carácter peregrino. El arca los acompañaba a los Israelitas en todo el trayecto. Cuando se acabaron los conflictos, fue llevada al templo y depositada en el Lugar Santísimo, con sus varas sacadas (2ª Crónicas 5:6-9). El arca habla de Cristo, por cuanto prefiguraba la manifestación de justicia divina (oro); el propiciatorio era el trono de Jehová, el lugar de su morada en la tierra. Las varas sacadas hablan de la llegada del peregrino, y nosotros muy pronto habremos llegado a casa (véase Juan 14:2-3; 1ª Tesalonicenses 4:14-18).
El piso del tabernáculo era de arena. Arriba y alrededor las glorias de Cristo llenan los ojos; abajo, no se ve nada sino la arena del desierto. Querido creyente, este mundo no es nuestro hogar permanente; la santa ciudad con la plaza de oro está más allá, resplandeciente de su gloria. Sentimos ahora las espinas y las arenas ardientes, y nuestros pies se lastiman y duelen, pero, cuando venga nuestro bendito Salvador y Señor, Él lo recompensará todo. "Amén, sea así. Ven, Señor Jesús. La gracia de nuestro Señor Jesucristo sea con todos vosotros. Amén" (Apocalipsis 22:20-21).