Éxodo 26:26-29; 36:31-34
Las tablas de madera de Sittim (árbol asiático, especie de acacia) fueron unidas por barras del mismo material cubiertas de oro.
La verdad enseñada aquí, en figura, se relaciona con la comunión y unidad de la iglesia de Dios.
Cada tabla se levantaba enhiesta sobre su propio fundamento. Tenía su propia posición particular. Esto muestra la salvación y posición de cada uno de los santos.
Cada tabla estaba ligada a las otras dos a sus lados y a todas las demás por medio de barras de madera de Sittim. Esto expresa la comunión y unidad de los santos. La figura nos revela cómo la unidad divina está formada y sostenida, y se manifiesta.
No somos unidades independientes las unas de las otras, tampoco empiezan y terminan nuestros privilegios y responsabilidades con nosotros mismos. Hemos sido ligados en "el haz de los que viven" (1a Samuel 25:29) con nuestros compañeros santos, y la gracia que nos hizo miembros de la familia de Dios nos ha impuesto la responsabilidad de ser guarda de nuestro hermano. Existe en las Sagradas Escrituras un vasto y único círculo de verdad, de muy largo alcance, presentando privilegios y responsabilidades a los santos de este tiempo acerca de la unidad que era desconocida en los siglos pasados.
Somos verdaderamente culpables si dejamos todo esto desatendido con el pretexto de que estamos más preocupados en evangelizar que en doctrinar a los creyentes. Ambas cosas son urgentes.
Las barras son cinco en número. Primeramente, se las describe en forma general y después en particular. La atención especial está dirigida a la barra en medio.
Éxodo 26:28 dice: "Y la barra del medio pasará por medio de las tablas, del un cabo al otro," y como mayor explicación de esto leemos en capítulo 36:33: "E hizo que la barra del medio pasase por medio de las tablas de un cabo al otro." La barra del medio así ligaba todas las tablas la una a la otra. Mediante ella, las muchas tablas fueron compaginadas para formar un solo tabernáculo, y así constituían una manifiesta y visible unidad. Los santos de Dios forman una cosa—una sola con Cristo y una entre sí. Ningún poder terrenal ni infernal puede arrebatar al cordero más débil del seno del Pastor, ni arrancar al miembro más débil del cuerpo de Cristo. La profunda y misteriosa unidad que existe entre la Cabeza resucitada, Cristo, y sus miembros, es divina y eterna.
La iglesia, vista como el cuerpo de Cristo, (véase 1ª Corintios 12:13, 27), abarca a todos los que tienen vida en Cristo, en todo el mundo. Se incluyen todos los salvos así, y se excluyen a todos los que están muertos en pecado. Se ve, pues, que, como la barra "por medio" de las tablas unía todas, así el Señor "en medio" une a sus santos congregados. Una vez con desprecio y escarnio le crucificaron con ladrones, "uno a cada lado, y Jesús en medio" (Juan 19:18). Todo ojo se fijó en aquella cruz central. El santo Supliciado allí era el objeto de desdén y la canalla descargó su odio y menosprecio sobre él solo. Viene el día, cuando la multitud redimida, completada y glorificada se congregará alrededor del trono, y el "Cordero en medio" será el objeto de su adoración y el tema de su cántico. "Jesús en medio" de aquella gloria luminosa será su centro, y su amado nombre unificador solo brillará en cada frente (véase Apocalipsis 22:3-5).
Durante esta dispensación de su rechazamiento por el mundo, la promesa a sus hijos es sí y amén de que "donde están dos o tres congregados en mi nombre, allí estoy en medio de ellos" (Mateo 18:20).
Este es el centro y el punto de cita para los santos de Dios, y donde sólo el nombre y la persona del Señor son buscados, allí habrá la bendita y divina unidad. Así fue desde el principio. Sectas y partidos con distintos nombres no tenían lugar en la iglesia primitiva y apostólica; pero en despecho de la verdad, no pasó mucho tiempo y ciertos hombres comenzaron a imponerse dando prominencia a sus doctrinas favoritas, y de ellos mismos se levantaron hombres que hablaban "cosas perversas, para llevar discípulos tras sí" (Hechos 20:30). Poco a poco estas doctrinas empezaron a tomar forma más definitiva, y otros nombres fueron destacados juntamente con el nombre de Cristo.
"Cada uno de vosotros dice: Yo cierto soy de Pablo; pues yo de Apolos, y yo de Cefas; y yo de Cristo" (1ª Corintios 1:12). ¿No vemos aquí el sectarismo en embrión? Más tarde, sectas y partidos nacieron que ostentaban los nombres de sus fundadores o de sus doctrinas peculiares, y así la levadura ha ido creciendo hasta que, después de siglos de divisiones, secesiones y rompimientos, la iglesia profesante de Cristo es como una Babilonia y presenta al mundo infiel y burlador el frente dividido de varios centenares de sectas, cada una pretendiendo el primer puesto y la reputación de ser la iglesia verdadera. Algunas de estas son crasamente impuras, y sus doctrinas completamente destituidas de la verdad. ¿Qué es el deber de cada creyente fiel a vista de semejante confusión? Su deber se halla en 2ª Corintios 6:14-18 y 2ª Timoteo 2:19: "Apártese de iniquidad todo aquel que invoca el nombre de Cristo."
Referente a las tablas se nota que estaban ligadas de fuera por cinco barras de madera de Sittim metidas por los anillos de oro. Cabalmente, en los días primitivos, cuando "todos los que creían estaban juntos," cuando los santos eran de un corazón y un alma, y cuando se juntaban alrededor de la presencia invisible, pero real, del Señor Jesús, leemos que "perseveraban en la doctrina de los apóstoles, y en la comunión, y en el partimiento del pan, y en las oraciones" (Hechos 2:42, 44). Estas prácticas eran las barras exteriores que los ligaban y los llevaban hacia el centro.
Para que el testimonio sea preservado en unidad, debe haber fidelidad absoluta a la Palabra, la "doctrina de los apóstoles" tal como se halla en la Palabra de Dios, sin suprimirla con las ideas de los hombres. En los días apostólicos los creyentes seguían fielmente en la "doctrina de los apóstoles," no en las doctrinas de los hombres. Es la doctrina que forma la "comunión," el "partimiento del pan" la expresa, y "las oraciones" echan mano a Dios para el poder de sostenerla. El anillo es el emblema de amor. La verdad debe ser retenida y usada en amor, no en soberbia o fanatismo. Una de las pruebas más reales, que los santos andan verdaderamente en comunión con el Señor, es cuando guardan su Palabra (1ª Juan 2:5).