Éxodo 35:4-29; 36:3-7
Todos los materiales con los cuales fue edificado el tabernáculo eran ofrendas voluntarias del pueblo de Dios. Para adornar la morada del Dios de Israel no era admisible el oro de ningún extranjero o extraño. Las donaciones del pecador inconverso no son aceptables al Señor; por lo tanto, no deben ser mezcladas con las ofrendas de los santos (creyentes). El cristianismo ha pecado gravemente en esto. El mundo mantiene la iglesia profesante, y muchos mundanos ricos son sus columnas. Dinero mal adquirido, pedido de hombres inconversos y dedicado en el nombre del Señor, se usa para edificar templos religiosos en los cuales el orgullo y la vanidad de los hombres pueden ser exhibidos. Tales sacrificios no agradan a Dios; tienen sabor de la ofrenda de Caín, y Dios no los tiene respeto. Dios es un Dador generoso; y los que han recibido de las riquezas de su gracia, bien pueden manifestar su carácter. El conocimiento de la bondad de Dios estaba presente en los corazones de su pueblo que habían probado la dulzura de la redención y de sus resultados. Estaban en el rocío de su juventud, y dieron de lo mejor a Dios. Los príncipes trajeron sus piedras preciosas y especias; las mujeres trajeron sus brazaletes y sus joyas; y los que no tenían riquezas para dar, mostraron su amor por medio de sus labores. Hombres fuertes cortaron los árboles de Sittim, y las mujeres sabias de corazón hilaban. Mañana tras mañana, las ofrendas de corazones voluntarios llegaban, y eso en tanta abundancia que Moisés tuvo que mandar impedirles de ofrecer. "Pues tenía material abundante para hacer toda la obra, y sobraba" (Éxodo 36:7). Así es la abundante gracia de nuestro Dios. ¡Cuán preciosa es!
Nos hace acordar de los primeros días de la iglesia, cuando "Mammon" (la codicia) había perdido su dominio, y las riquezas de los santos fueron dadas al Señor (véase Hechos 2:45-47). ¡Cuán distinto el contraste de los días de Malaquías el profeta! El pueblo había perdido el conocimiento de su bondad y preguntó: "¿En qué nos amaste?" (Malaquías 1:2). Trajeron el cojo y el enfermo de sus bueyes al altar de Dios, y guardaron los buenos para sí. Nadie cerraba una puerta ni alumbraba el altar para Dios sin recibir pago por su trabajo; y cuando el Hijo de Dios vino a ese mismo pueblo, le avaloró, vendiéndole por treinta piezas de plata.