A la mañana siguiente, temprano, vi a Daudi que venía de la aldea. Sonreía malévolamente.
— Kah, Bwana, Dawa hoy anda cojeando. Tiene sandalias en los pies y su ira es muy grande. Lo vi cuando bajé para conseguir una calabaza llena de leche en la aldea. Cuando me miró, Bwana, sus ojos ardían como carbones ardiendo en el fuego.
— ¿Conseguiste la leche, Daudi?
— N’go, Bwana, aun no habían terminado de ordeñar las vacas. La traeré después. Me volví hacia donde Simba estaba trabajando, recogiendo en el camino dos barras de hierro y un martillo de ocho kilos del depósito del auto. Entre los interesados espectadores, había varios muchachitos. Los reconocí como pacientes míos. Una semana antes, ninguno de esos chicos se me hubiera acercado, pero ahora eran fieles amigos. Este cambio se había producido por haber arrancado un diente doloroso, por atender un absceso o una úlcera, por dar un remedio que detenía el paludismo.
— Kah, Bwana — dijo uno de ellos — ¿qué vas a hacer hoy?
— Vamos a la punta de la colina para encontrar una piedra grande que podamos hacer rodar y quizá al rodar se rompa. Vean, vamos a construir un lugar donde puedan entregarse remedios y donde se pueda sanar a la gente enferma. Construiremos un hospital que no será arrastrado por la lluvia, porque, fíjense, lo construiremos con piedras y le pondremos un fundamento que será perdurable — dije.
Colina arriba marchó la tropa. Quizá a doscientos metros encontramos una gran piedra que parecía pesar varias toneladas.
— Yah, si ésta empieza a rodar, Bwana — dijo Simba — , irá con gran velocidad y al bajar empujará otras piedras y se romperán y ahorraremos mucho trabajo. Removimos la tierra floja debajo de la roca. Pusimos las barretas en su lugar, todo el mundo empujó y empujó, muchos de los chiquillos echados sobre la espalda y empujando con los pies. Se movió un poco ... un poco más ... La barreta de Simba parecía a punto de doblarse. Yo insistía:
— Mukundugize, mukundugize (empujen, empujen).
La piedra se movió, todo el mundo empujó, se balanceó por un segundo y entonces rodó colina abajo.
— ¡Jongala! — gritó Simba: era su grito de guerra. La piedra rodó, golpeando contra una gran roca. Volaron los trozos en todas las direcciones. Dio un salto y siguió hasta golpear en otra piedra. Una vez más, trozos de granito, ideales para la construcción, iban quedando por el camino. Saltando como un animal salvaje, cruzó el aire y aterrizó con un ruido, casi en el lugar donde habíamos planeado construir. Mientras caminábamos triunfalmente colina abajo, cada uno de nosotros levantaba las piedras y pronto ya teníamos un montón. Media hora después, estaba lista la piedra necesaria para el cimiento. El peñasco de granito que habíamos hecho caer era demasiado grande como para ser utilizado, de modo que amontonamos todo alrededor del pasto seco y las malezas. Le prendimos fuego y pronto tuvimos una hoguera muy saludable alrededor de la gran piedra. Una lata de queroseno llena de agua fue puesta cuidadosamente sobre las ramas de un arbusto espinoso en forma de paraguas que estaba encima de la piedra. La colocamos de tal modo que al halarla con un hilo, una cascada de agua se derramo sobre la roca caliente. Se oyó una serie de chasquidos como detonaciones de rifle, a medida que la piedra se quebraba en una docena de partes.
— Yah, miren, este es un camino de sabiduría — decían los chicos — . Miren, la piedra está rota y ahora está lista para la construcción.
— Jiih, pero está demasiado caliente para tocarla. Vengan, siéntense en la sombra y les contaré una historia — les dije.
— Escuchen, en la construcción de cualquier casa, para que dure mucho tiempo, deben poner un cimiento firme y que valga la pena. — Dijeron que sí con la cabeza — . Presten atención, el único fundamento en el que yo o cualquier otro puede construir su vida seguramente es el Señor Jesucristo. Dice Dios que “no hay otro fundamento que podamos poner, salvo el que ya está puesto, el Señor Jesucristo”. El fundamento es la primera piedra de lo que se construye, y por lo tanto, debemos hacer del Señor Jesucristo la primera cosa de la vida. Pídanle a Él que sea su Bwana, su Señor y construyan su vida con él como con Alguien que dirige. En este Libro que es de Él — levanté un Nuevo Testamento — están sus instrucciones. Debemos construir tal como aquí nos indica. Aquí están las palabras del libro de Dios. Él dice que hay varias maneras de construir, algunas como lo hace la gente por aquí, con barro pegoteado a las estacas, con un techo de paja, heno y pasto que se pueda echar encima.
— Jiih — dijo un chiquillo — esa es nuestra costumbre aquí, pero es una forma perezosa de construir.
— Muy bien, no construyan su vida como hombres perezosos. Hay otros que construyen mejor. Usan piedras, piedras duras como ésta.
Levanté un trozo de granito y continué diciendo:
— El techo es hecho de metal solido. No se oxida. Esta es la construcción que cuenta. Piensen en estar seguros de construir así sus vidas, amigos míos.
Los chiquillos asintieron con la cabeza. Simba dijo:
— Bwana, eso es lo que trato de hacer.
— Muy bien — dije — . Bueno, cuando construyen cada día, díganse a sí mismos las palabras del Libro de Dios: “Ten cuidado de cómo construyes”.
Me fui con él hasta donde estaban los ladrillos. Unos diez o doce habían sido arruinados por el hechicero la noche anterior. Simba hizo una mueca: de uno de ellos se veía sobresalir una larga espina.
— Yah, Bwana, es una trampa que resultó una gran estratagema.
Toda la escena era muy pacifica. Apenas si había viento. Por arriba, revoloteaban algunas águilas, cuyas alas no parecían moverse mientras volaban. El denso azul del cielo contrastaba con lo seco del paisaje y los arbustos parecían marchitarse bajo el ardor del sol. De repente, Simba me tomó por el brazo y me hizo retroceder.
— Bwana, ¡mira! — dijo.
Exactamente sobre mi cabeza tenía las hojas verde oscuro de un mango entre las que se podía ver algo verde claro que se movía lentamente sobre una rama.
— Bwana, es una serpiente de árbol — y luego agregó en swahili — : sumu sana (muy venenosa), mucho.
— Kah, ¡qué lugar éste! ¡Nunca se sabe qué es lo próximo que va a pasar!
— Mira — dijo el africano — si esa serpiente llegara a picarte, Bwana, tus días en esta tierra estarían terminados.
— ¡Chi tayari! (Esta listo el té) — se oyó la voz de Daudi del otro lado de la colina. Caminamos agradecidos colina arriba. Daudi echó algo de leche de una calabaza en las tres tazas. Él y Simba se sirvieron el doble que yo. Lo mismo ocurrió con el azúcar y luego, de un pote quebrado echó el té. Simba tomó una gran taza sin asas y la acercó a sus labios. Con un grito ahogado, la dejó caer y se quebró en el suelo.
— Yah, ¿qué has hecho? — dijo Daudi.
— Jiih, estaba caliente. ¡Me quemé la boca! –dijo Simba, mirando avergonzado al suelo.
— Yah, mira, no queda más té, de modo que no hay para ti — dijo Daudi — .
Bebí el mío y me arrugue la nariz.
— Keh, Daudi, ¿estás seguro de que el agua estaba hirviendo cuando hiciste este té? Tiene un gusto un poco raro.
— ¡Neh eh, Bwana! — insistió el africano — lo hice perfectamente. Y para demostrar su confianza en su competencia, se lo tomó de un trago.
— Yah, tienes una garganta de cuero para tomarte un té tan caliente — dijo Simba — .
Volví a sorber lentamente el mío.
— Kah, esto no me gusta. Me parece que Simba fue muy sabio cuando tiró el suyo al suelo.
— Jongo, kah, Bwana, ¿qué tiene de malo? — preguntó Daudi.
— Tiene algo amargo y no me gusta.
Al decirlo derramé lo que quedaba del mío sobre un robusto cactus.
Fuimos a ayudar con los ladrillos. Habíamos estado trabajando unos veinte minutos cuando me pareció que se me secaba la boca y me atacó un dolor agudo bajo la cintura. Al mirar hacia la vieja casa, vi a Daudi que avanzaba con dificultad por la galería y me hacía débiles señales con la mano. Fui hacia él tan rápido como pude, pero aun al caminar, los dolores se agudizaron. De repente, me resultó difícil ver claro, los árboles se pusieron borrosos y la casa pareció envolverse en una niebla. Tropecé y me hubiera caído a no ser por Simba que venía detrás de mí.
Daudi estaba tirado en la sombra quejándose.
— Kah, Bwana, tengo la boca seca, y un gran dolor, kah ...
Los cinco minutos siguientes escapan a cualquier descripción o, por lo menos, no sería una descripción muy edificante. Lentamente, me arrastré hacia la caja de medicinas, mezclé dos drogas específicas en un vaso, alcancé la mitad del preparado a mi amigo africano y tragué yo el resto.
— Daudi, no tengo dudas: hemos sido envenenados — murmuré con gran dificultad.