Todo andaba tranquilo en el hospital. Al nzogolo (el primer canto del gallo), habíamos salido de safari hacia Makali y habíamos llegado hasta la cumbre de una colina desde donde se veía la aldea. Era una vista magnífica. Daudi y yo nos detuvimos allí, en la temprana mañana, mirando hacia el este, por sobre las colinas que se veían de color café primero y azul pálido después en la distancia. Muy lejos en el horizonte, a ciento cincuenta kilómetros, podía ver el pálido contorno de los montes Uluguru, desde cuyos picos podía verse el Océano Índico.
Daudi y yo habíamos comenzado a caminar hacia la cima de un pico con cumbre de granito que estaba por sobre las llanuras de Tanganica Central. Con no poca dificultad, trepamos por la ladera granítica para tener acceso a la magnífica vista.
— Yah, este lugar es como para comenzar un hospital de aldea, el lugar para comenzar un trabajo para Dios — dijo el enfermero — . Piensa en un pequeño hospital, Bwana, y en una escuela y entre ambos, una iglesia, donde mucha gente venga para remendar sus cuerpos e iluminar sus mentes, para que, por medio de las dos cosas, la luz llegue a sus almas.
Mientras estaba allí, pensé en los días en que H. M. Stanley había viajado a través del mismo valle y sólo había encontrado hostilidad de parte de los antepasados de la misma gente con quien nosotros trabajábamos ahora. Cuando él había pasado por allí había enfrentado el peligro de lanzas y reclamos de dinero para dejarlo seguir libremente. Pero ahora había líderes entre las tribus, como Daudi y Simba, hombres que estaban ansiosos por dirigir la ayuda a su propio pueblo. Saqué de mi bolsillo un viejo pedacito de papel doblado que había una página comida por las hormigas, del libro de Stanley: “Por lo más negro del África”. Leí una frase o dos.
— Escucha, Daudi, esto es lo que el gran pionero, Bwana Stanley, dijo sobre este país, que estamos mirando: “Este es un país de agua mala, miríadas de insectos, que irritan hasta casi volver loca a la gente, fermentos de problemas y preocupaciones y de sabandijas molestas para cualquier viajero que entra al país. En ninguna parte, los nativos saben tan bien cómo ser desagradables a los viajeros. Pareciera que en alguna parte de Ugogo hubiera una escuela que enseña cómo ser suspicaz y fastidioso para la gente”.
Daudi echó la cabeza hacia atrás y se rió.
— Jah, Bwana, Stanley conocía poco a nuestro pueblo. Jeh, pero seguramente no conocía dónde están los pozos buenos. Claro, no tenía gente quien lo ayudara como tú tienes hoy.
Miramos a las aldeas esparcidas aquí y allá por sobre una vasta área. Entonces Daudi me hizo ver al otro lado de la colina.
— Bwana, allí hay algo que no has visto antes.
Cuando miré, mi corazón dio un vuelco. En un orificio de la colina, había un viejo edificio, evidentemente construido por un europeo. Tenía un techo derruido, de estaño, y grandes agujeros en las paredes.
Detrás, se veían arboledas de mango y una muralla circular de piedra, que parecía un pozo. Aun más lejos había una choza, de construcción nativa, con paredes de barro, techo de paja, derrumbado hacia adentro, con una cruz inclinada en un ángulo curioso por encima de todo.
— Jongo, ¿qué es este lugar, Daudi?
— Ven a ver, Bwana.
Bajamos por la colina. Sentí tristeza al ver aquellas ruinas, un monumento a una de las tragedias del servicio misionero. Las maldades del hechicero y la falta de personal europeo habían terminado en el abandono de esta posición de avanzada. Llegamos primero al templo destruido. Miré mudo a la cruz, comida por las hormigas y al hierro deteriorado del techo. Agaché la cabeza y caminé dentro del edificio y choqué de frente con un desagradable murciélago, uno de los muchos que aleteaban por la semioscuridad del lugar. Rápidamente salí de aquel lugar.
— Yah, éste no es un lindo lugar.
— Bwana, éste es el lugar donde Simba piensa trabajar. Mira, allí hay un pozo.
Fuimos hasta el lugar donde estaban los árboles de mango y miramos el pozo. Sentimos un olor nauseabundo y pesado. Cruzamos hasta la vieja casa. Era un desastre. Los pisos habían sido destruidos en su mayor parte por las hormigas blancas, el cielo raso caído y por varias partes pasaba la luz del sol. Salí del lugar con el corazón tan pesado como nunca lo había sentido en África, para encontrarme en la puerta con el rostro sonriente de Simba.
— Bwana, éste es el lugar para comenzar una iglesia — dijo — . Este es el lugar para construir una escuela. Yah hay un pozo allí. Podemos usar muchas de las piedras de esta casa para nuestros cimientos. Mira, podemos reparar la iglesia. Las paredes están buenas. Con algo más de hierro para el techo, tendremos todo lo necesario.
— Pero el templo es una ruina, Simba. Hay hormigas blancas por todas partes y el lugar está lleno de murciélagos. Fíjate que el pozo está lleno de barro y el lugar huele mal. No hay ninguna alegría ni comodidad en la casa. Fíjate si no parece un esqueleto de alguien que debería estar vivo y sonriente.
Simba sacudió la cabeza.
— Bwana, no deberías mirarla de esa manera. Las cosas serán distintas. El pozo está lleno de barro y basura, pero yo lo excavaré y usaré el barro y los residuos para hacer ladrillos.
— Kumbe, ni siquiera entonces será buena el agua — , dije, sintiéndome aún un poco inseguro.
— Bwana, el agua será bastante buena como para hacer más ladrillos — dijo Perisi que tenía sobre la cabeza una calabaza de agua que acababa de traer del pozo — y cuando Simba haya usado bastante agua y barro para hacer muchos ladrillos, bueno, el agua será entonces dulce y clara.
— Jongo, Perisi — dije — , veo que tienen bien pensadas las cosas. Me hace acordar a las palabras muy ciertas del rey David cuando dijo: “Feliz es el hombre cuya fuerza está en Dios y en cuyo corazón están los caminos de Sión. Aquel, que pasando por el valle del llanto, lo usa por fuente”. Jeh, ¿no lo ves? En vez de andar lloriqueando, dice: “Quizá este sea un lugar perverso y lleno de cosas malas, pero, mira, aquí hay agua, me detendré y llenaré mi botella de agua” y de esa manera cuando llega a los secadales, tiene agua.
— Jiih, eso es lo que quiero hacer — dijo Simba — . Habrá muchos problemas de parte del hechicero, del jefe de la tribu. Pero, Bwana, trabajaremos entre los chicos y entre los más jóvenes y, bien, así surgirán los que conocerán a Dios. Ese es nuestro trabajo.
Descendimos hacia la aldea. Frente de nosotros estaba una típica casa africana, con sus paredes de barro y su techo de barro, construida en un espacio limpio con su corral en el centro. Mirando por la abertura que llevaba al lugar donde los animales estaban echados, vimos una piel estaqueada, una piel que había sido rasgada.
— Yah, no cuidan mucho sus pieles aquí — dije.
— Kumbe, eso tiene una historia, Bwana. — dijo Simba — . Sólo fue hace dos días, cuando a esta hora del día, la mujer que vive en la casa salió por la puerta y se encontró con cuatro leones rasgando la piel. Yah, Bwana, corrió hacia adentro y gritó con todas sus fuerzas, pero los leones no le hicieron caso, destrozaron la piel y entonces aparecieron los hombres con lanzas y los leones volvieron a la selva. Este es un lugar de muchos animales.
De alguna parte dentro de aquella casa vino una quejosa voz de un niño dolorido. Simba fue hasta la puerta y dijo:
— ¿Jodi? (¿Se puede?)
Un minuto después, sacaron a un muchachito, con su cara arrugada y llorosa y su mano sobre su oído izquierdo.
— Wusungu wuwaha (gran dolor) — hablando a su madre, dije: — Déjalo venir con nosotros al auto. Tenemos remedios que lo ayudaran.
Esperaba una gran shauri (discusión), pero ella dijo:
— De acuerdo, Bwana, ¿Recuerdas que me dista medicina que me alivió mucho cuando tenía tos?
El chico salió caminando de la mano de Perisi, contándome cómo el dolor lo tenía despierto noche tras noche. Suavemente, miré en su oído. Tenía un absceso. Pues bien, al aire libre, en el calor del sol centroafricano, rodeado por una considerable muchedumbre de moscas, no es lo que yo considero como una sala ideal de operaciones. Pero, al lado del auto, con el muchachito echado sobre una manta, practiqué una pequeña operación. Una gota o dos de cloroformo y el muchachito quedó dormido. Terminé el trabajo y le puse una larga venda blanca alrededor de la cabeza. Un momento después, cuando recobró el conocimiento, levantó la mano, y se palpó el oído.
— Yah, Bwana, no se queja más — . Sonrió. Debe haber sido la primera sonrisa en varios días.
Le di varias píldoras para tomar y le expliqué que debía volver de nuevo aquella tarde.
— Eh, Bwana, — dijo — , lo haré.
Un pedacito de azúcar también fue de ayuda.
~ ~ ~
Simba se puso a trabajar aquella mañana sacando barro del pozo y haciendo ladrillos. Unos ciento cincuenta quedaron secándose al sol de la tarde. Con un gruñido de satisfacción, Simba se irguió y dijo:
— Bwana, esto es trabajo. Pero podré empezar mi edificación en unos pocos días.
Aquella noche, yo no podía dormir. A medianoche, me levanté de la cama y me asomé afuera. Miré hacia el trabajo de los ladrillos de Simba junto al pozo. Mientras observaba, una sombra pareció moverse entre las demás, entre los árboles de mango, y vi a un hombre pequeño y robusto que caminaba intencionadamente a lo largo de los ladrillos que Simba había hecho quebrándolos con los pies. Aun a la distancia, pude reconocer a Dawa, el hechicero.