Cuando Daudi y yo salíamos para un safari médico, nos deteníamos todo un día en una aldea, revisábamos a todos los enfermos del lugar, a veces hacíamos una o dos operaciones menores y renovábamos la relación con las viejas amistades. Había quienes frotaban con felicidad el lugar donde habían recibido atención. Otros mostraban el lugar en que se les había curado una úlcera tropical.
Otros, a su vez, mostraban un agujero en los dientes, generalmente espléndidos, donde les faltaba alguno gracias al arte odontológico.
Yo disfrutaba de esos safaris. Solíamos dormir en la parte trasera del coche, con un mosquitero, como inadecuada frontera entre nosotros y la selva. En esta ocasión particular, planeábamos pasar un día con Simba en Makali, llevando a Perisi para que viera cómo adelantaba la construcción de su nueva casa.
Dijimos adiós como de costumbre, y salimos por los portones del hospital. A la media mañana habíamos llegado a la primera aldea, saludado al jefe, examinado una cantidad de gente enferma y arreglado las cosas como para que Perisi visitara algunas de sus antiguas compañeras de estudio.
La tarde nos encontró con una creciente colección de africanos que deseaban medicinas, inyecciones, gotas oculares y todas las demás cosas que eran reconocidas cada vez más como “el nuevo camino hacia la salud”, como el jefe expresó en su invitación a una comida vespertina de cereales africanos.
Alrededor del fogón, escuchamos las historias de la tribu, de cómo el conejo se burló del cuervo y cómo el ndudumizi, un pequeño pájaro del bosque, había vencido a Simba, el león, el rey de la selva.
Durante una pausa en la conversación, miré hacia la fría y clara luz de las estrellas y vi la silueta de las grandes palmeras y detrás de ellas la gran masa de un bosque de mangos.
— Kah, mira, los warabu (árabes) han estado aquí, — dije.
— Jiih, Bwana — asintió el jefe — en este lugar hubo muchos wawambu (esclavos). Era un lugar de dolor antes de que vinieran los ingleses.
— Kah, háblame de eso. Si un hombre era capturado por los traficantes de esclavos, ¿cómo podía recuperar su libertad?
— Jeh, eso le costaría mucho dinero — dijo el jefe.
— Escuchen, grandes de la tribu — dije — . Escuchen mis palabras antes de que ustedes se vayan a descansar. Estas palabras no son mías, son de Mulungu Umulungulungu (el Dios Todopoderoso) que las escribe para ustedes y para mí. Estas son sus palabras: “Porque no fuisteis arrancados de la esclavitud del pecado con cosas perecederas como el dinero, sino que fuisteis comprados por la preciosa sangre de Cristo”.
Entonces les expliqué cómo el Hijo de Dios murió para pagar el precio para que seamos redimidos, llevados de nuevo a la libertad.
— Pero, Bwana — dijo uno de los más jóvenes en quien descubrí cierto grado de preparación — , ¿es que Dios reclama la sangre de su propio Hijo antes de perdonarnos a ti y a mí?
— Uh, uh — contesté, sacudiendo la cabeza — lo has entendido mal. Él es un Dios de amor que nos hace entender lo repugnante que es el pecado. Jesús mismo contó la historia. Había un gran Jefe, que por supuesto, en la historia representaba a Dios. Tenía una huerta grande plantada con muchos frutales y viñas. Puso un fuerte ibolulu (cerco) alrededor de ella y luego colocó un pozo, una casa y un depósito para la comida. Después mandó hombres para cuidar su huerta y cuando llegó el tiempo en que la fruta debía madurar, mandó a un siervo y dijo: “Tráeme el fruto de mi jardín”. Pero los hombres que cuidaban la huerta, tomaron al sirviente y lo echaron afuera.
— Yah. Si fuera cosa mía, tendrían bastantes problemas si hicieran eso con uno de mis hombres — dijo el jefe.
— El Jefe estaba triste — dije, asintiendo — . Mandó a otro mensajero que les dijo que el Jefe quería gustar de la fruta de su huerta. Pero antes de que pudiera hablar más, lo atacaron con lanzas y palos y lo trataron muy vergonzosamente.
— Yah, ahora es el momento de darle una lección a esos hombres — dijo el jefe.
— Jiih, pero resulta que el Jefe, con gran paciencia, mandó otros mensajeros. A algunos los golpearon, a otros los echaron del lugar y a otros los mataron. Pero al fin, el Jefe dijo: “¿Cómo puedo hacer para que estos hombres entiendan?”. Entonces dijo: “Mandaré a mi único Hijo. Cuando lo vean, sabrán que va en mi nombre, que es como si fuera yo mismo y entonces entenderán”. Pero estos hombres, todos ellos, cuando vieron llegar al Hijo del Jefe, dijeron: “Jeh, allí viene, el único Hijo del Jefe. Vamos, lo mataremos y así será nuestro el huerto”.
— Kah, a esos hombres hay que destruirlos, — dijo el jefe. — Son muy malos, Bwana.
— Escuchen — dije, mirando al muchacho que había hablado antes — , ese es un cuadro del amor de Dios. Él ha dado a los hombres una oportunidad tras otra, hasta que, para hacer muy claro lo que él piensa del pecado, mandó a su Hijo que muriera voluntariamente para mostrarnos el peligro del pecado, no con ira, sino con amor, para que no nos olvidemos. Pero, escuchen esto, si no seguimos el camino de la vida y el amor, no nos equivoquemos: la ira del Dios Todopoderoso espera a aquellos que no van por la senda de amor que él prepara.
Aquella noche, mientras me acurrucaba en mis mantas en la parte trasera del auto, pensaba en la tremenda necesidad de aquella gente, que parecía no tener otra ayuda sino la nuestra y la de nuestro hospital.
A la mañana siguiente, seguimos viaje hasta que ver a lo lejos la aldea de Makali.
— Jeh, Daudi, esa es la aldea de Simba — dije.
Nuestra recepción fue un contraste muy marcado con la de la noche anterior. Casi nadie venía buscando medicinas. Por medio de algunos muchachitos supe que había muchos enfermos en la aldea, pero se escaparon cuando vieron a algunos de los ancianos del lugar que pasaban de largo a nuestro lado, sin siquiera los saludos de rigor. Había un aire de hostilidad evidente.
Aquella tarde, estaba sentado fuera de la casi terminada casa de Simba tomando el té preparado por Perisi.
— Kumbe, Bwana — dijo Simba — hay problemas aquí. Mira, anoche murió el jefe, porque sólo tuvo la medicina del hechicero Dawa, que es pariente suyo. Y ahora, Bwana, fíjate, dicen que en tu visita anterior lanzaste un hechizo, porque tenías celo del otro brujo. Bwana, temo que habrá problemas.
— ¿Conoces a ese sujeto Dawa, Daudi? — pregunté mirando a mi enfermero.
— Kah, Bwana, lo conozco — dijo, y señalando con su mentón continuó — . Vive en las colinas más adelante. Gana mucho dinero cobrando vacas y ovejas, calabazas llenas de mijo y aun chelines. La gente le paga mucho por los encantos que hace y las medicinas que fabrica. Kah, Bwana, algunas de ellas son muy repugnantes. Jongo, Bwana, y le pagan por sus hechicerías. Habla con los espíritus y aun con el diablo mismo. Yah, Bwana, aquí ocurren cosas muy extrañas.
— Te creo, Daudi, la gente que trabaja con el diablo siempre hace cosas extrañas. Nunca hay un momento en que el diablo no está luchando contra la obra de Dios y si puede apartar a la gente de su lado, kumbe lo hace. Es un asunto muy misterioso y antinatural.
Daudi tembló esta vez, pero como para volvamos a la realidad, no lejos de la troje de maíz, junto a la que estábamos sentados alrededor del fuego, sonó el estridente rebuzno de un asno.
— Bwana, ese Dawa es un hombre pequeño — dijo Perisi, hablando por primera vez, — pero tiene ojos que parecen penetrar los tuyos. Cuando él manda, los hombres obedecen. Jiih, y anda por allí como un hombre que tiene conciencia de su poder sobre el resto de la gente.
— Yah, mira, Bwana, — dijo Simba, poniéndose de pie y tomando su nudoso bastón — , ha sido traído a esta aldea por las relaciones del jefe y será quien se oponga a nosotros en todo lo que intentemos hacer para Dios aquí. — Y con voz algo temblorosa, agregó — Bwana, han lanzado aquí un hechizo contra Perisi.
Hubo un largo y molesto silencio. El fuego se estaba apagando y Simba lo sacudió con su bastón para reavivarlo, y me contó de sus planes para la nueva casa.
— Bwana, será una casa mejor que cualquier otra que se haya construido en esta parte del país. No la he hecho como ellos, de trenzado de mimbres, palos y barro, sino con ladrillos secados al sol. Los hago durante una semana y durante una semana los dejo secar. Mientras un lote se seca, bueno, construyo con el otro lote; estos son los planos para mi casa. — Echó algo de leña chica en el fuego y comenzó a trazar un diseño en el suelo con la punta aguda del bastón — . Será una casa larga, con una sola puerta. Se abrirá en el cuarto del centro, donde se preparará y cocinará la comida. — Señaló a una habitación más grande, que aun no tenía techo. — Bwana, allí será donde dormiremos. Mira, sería muy raro que hubiera una habitación así en nuestro país. Fíjate que tiene ventanas. Las ventanas estarán cubiertas de tejido de alambre para que no entren los mosquitos.
— Jiih, dile a Bwana de tus planes para la ventana de la cocina — dijo Daudi.
— Habrá un agujero en esa pared — dijo Simba riéndose — que será una ventana. Tendremos tejido de alambre en esa ventana también la mayor parte del día, excepto cuando Perisi esté cerniendo la harina.
— Jeh, ¿y por qué no habrá tejido de alambre en ese momento? — pregunté.
— Bwana, porque el cernidor será también la ventana — se rió Simba — . Lo haré cuadrangular, justo como para llenar el agujero y cuando haya dejado de usarlo como cernidor, volverá a ser ventana para que no entren las moscas y los mosquitos.
— Jeh, ¿y cuál es el propósito del tercer cuarto que vas a construir?
Simba se rió y echo una mirada a Perisi. Ella sonrió.
— Bwana, ésa será la habitación de los niños — dijo ella — , el lugar donde demostraré a las madres cómo cuidar sus bebés. Mira, habrá un pote de agua en un rincón, herviremos y cubriremos el agua para que no le entre suciedad. Simba me hará un catre con ramas de la selva. Además, tendré una escoba con la que barreré la casa para mantenerla limpia. Yah, Bwana, la ventana estará cerrada con tejido de alambre para que no entren víboras ni insectos. Eso mostrará a la gente una nueva forma de vivir.
— Kah, es una buena idea — dijo Daudi — . Mucha gente vendrá y verá, pero, ¿para qué habrá una pieza de niños, si no hay niños en ella?
Perisi me miró desde el otro lado de la fogata. Sonrió y dijo:
— Jongo, nuestra esperanza es que antes que los días de Navidad hayan pasado habrá un niño en esa cuna.
Simba se sonreía de oreja a oreja.
— Yah, Bwana, ¿sabes? ¡Estamos contentos!
Entonces, allí sentados alrededor del fuego, pareció que por mutuo consentimiento inclinamos nuestros rostros y pedimos al Dios Todopoderoso que trajera su bendición a aquella nueva vida que iba a ocupar la nueva habitación en la nueva casa. Muy quedamente, Simba dijo: “Heya”, que en chigogo significa “Amén”, y se puso de pie.
— Bwana, veo que han de ocurrir cosas grandes en el lugar adonde vamos — dijo con su rostro brillante — . Esto nos abrirá un nuevo camino e imagino que mucha gente querrá seguir el camino de Dios. ¿Cómo puede ser de otra forma?
— Puedo entender que lo sientas así, Simba, porque, bueno, tú has escogido seguir el camino de Dios, que Él dice es angosto y difícil. No fue a un precio bajo que entendiste estas cosas.
Simba asintió y echó una mirada a su esposa. La mirada que se cruzó entre ellos tenía más contenido que muchos libros, y recordé el día en que su vida estuvo en la balanza y cuando una transfusión de sangre significó la diferencia entre la vida y la muerte.
Hojeé las páginas del Nuevo Testamento en chigogo y leí algunos versículos que habían sido traducidos al lenguaje cotidiano de aquella gente. Marque el lugar en la página con mi dedo.
— Fíjense, Dios está hablando a la gente por boca de Jesús. Está hablando de su reino en el cielo. Esto es lo que él dice de aquellos que andan por los caminos del mundo: “Entrad por la puerta estrecha; porque ancha es la puerta y espacioso el camino que lleva a la perdición, y muchos son los que entran por ella; porque estrecha es la puerta y angosto el camino que lleva a la vida y pocos son los que la hallan”.
— Yah, ¿eso quiere decir que Dios no quiere que mucha gente entre en Su Reino? — dijo Simba.
— No, de ninguna manera, pero él ha dado a los hombres el derecho de elegir por sí mismos. Muchos eligen el camino ancho, que es muy suave pendiente abajo, más bien que el camino de Dios que va cuesta arriba, que requiere valentía y requiere obediencia a sus órdenes. Por eso es que hay tan pocos que le siguen. No te equivoques, Simba, esta nueva tarea tuya no va a ser fácil. Hay dos caminos que la gente puede seguir. Hay muchos que van por el camino ancho de la hechicería, la codicia, las borracheras, la pereza y el orgullo.
Volvió a hacerse un gran silencio, que de nuevo fue interrumpido por el rebuzno de un asno.
— Yah, fue un asno — dije riendo — que puso a un hombre en el buen camino en los días del profeta cuando...
Pero Daudi me interrumpió.
— Bwana — dijo con seriedad — , ese asno no canta así porque tenga alegría en el corazón; mira que algo le ha molestado. Hay algo o alguien cerca de aquí.
Echamos algunos leños al fuego y éste se avivó, pero no pudimos ver nada.
— Yah, Daudi, hay algo que anda mal contigo esta noche, quizá izuguni (el mosquito) te ha picado y te estás enfermando de paludismo.
— Ngo, hay algo cerca, algo raro — , dijo el africano.
Y mientras hablaba, la luna salió de detrás de las nubes. Recortando su silueta contra una quebrada de las colinas vi una figura que me llamó la atención. Saltó una llama en la fogata y a su luz vi a un africano a no más de veinte metros. Había un brillo frío, penetrante en sus ojos. La llama se apagó y la negra figura volvió a desaparecer en las tinieblas.
— Yah — dijo Daudi, casi en un suspiro — , Bwana, ese era Dawa, el hechicero.